El Niño Jesús, como Dios, era infinitamente perfecto desde el primer instante de su concepción, así que no podía progresar espiritualmente. Pero san Lucas afirma que “crecía en sabiduría y gracia”. ¿Cómo conciliar dos verdades tan “contradictorias”?
¿Jesús crecía en sabiduría y gracia?
Se debería ver la “contradicción”, de acuerdo a la lógica, hasta en el misterio de la Encarnación.
¿Cómo conciliar la perfección absoluta que es propia de la divinidad, con la imperfección inherente a toda criatura? Sabemos, sin embargo, que la contradicción no existe porque la Encarnación deja subsistir, en la unidad de la persona, las dos naturalezas distintas.
La verdadera dificultad se encuentra en la propia naturaleza humana.
Por la unión hipostática, esta naturaleza logró tantas perfecciones bajo el punto de vista natural (ciencia) y sobrenatural (gracia), que no se pueden concebir progresos reales en el alma de Jesús.
Entonces, ¿cómo pudo Lucas hablar de progresos?
Jesús estaba sujeto a las leyes de la naturaleza humana
Siendo hombre perfecto, Jesús se desarrollaba, pero sin ninguno de los obstáculos del pecado o de una herencia viciada. No siendo menos hombre en el alma que en el cuerpo, y dadas las relaciones del cuerpo y el alma, no se comprendería un desarrollo unilateral.
Era designio de la Providencia que Jesús estuviera sometido a las leyes que rigen el desarrollo progresivo de los hombres. Concebido por la Virgen María, nació en Belén después de los nueve meses establecidos por las leyes naturales. Desde el momento de su concepción y de su nacimiento, se verifican las palabras de S. Pablo: “haciéndose semejante a los hombres” (Flp 2, 7). El evangelista Lucas nos muestra las diferentes fases de su desarrollo físico, sea como embrión en el vientre materno: “fruto de tu vientre” (1, 42); sea como recién nacido (2,17.20.40) o como niño (2, 43-51). Y su crecimiento en estatura queda consignado expresamente en los versículos 40 y 52.
El desarrollo de orden intelectual y moral –que se ajusta al sentido literal de los versículos 40 y 52– realza mejor, bajo cierto aspecto, la realidad de la Encarnación.
Cómo se desarrolló la inteligencia de Jesús
No obstante, bajo otro punto de vista, dicho crecimiento intelectual y moral crea dificultades. Con la unión hipostática, la inteligencia de Cristo alcanzó desde su primer destello la plenitud de su objeto, la ciencia perfecta de visión.
Del mismo modo, la santidad de Jesús fue perfecta desde el primer instante.
¿Cómo enlazar estas dos afirmaciones indiscutibles de la teología católica con las afirmaciones del evangelista?
Los teólogos en general afirman que Cristo, lo mismo que nosotros, poseía una ciencia experimental o adquirida, capaz de un verdadero progreso.
Gracias a esta ciencia adquirida, Cristo elaboraba realmente, según las leyes de la inteligencia humana, y con los datos sensitivos reunidos por la experiencia, las ideas representativas del mundo material. Por este medio el Salvador, que tenía nuestras mismas dificultades y estaba en la tierra en condiciones análogas a las nuestras, experimentaba impresiones del mismo género, veía los mismos objetos, formaba las mismas ideas, adquiría la misma ciencia. Haciendo traslucir en lo exterior esta ciencia a medida que la iba adquiriendo, y sin demostrar otra, Cristo daba cada día a quien lo observara nuevas pruebas de sus conocimientos y de su sabiduría.
María y José encuentran a Jesús entre los Doctores, admirados de su sabiduría.
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Como esta ciencia experimental él la adquiría de hecho, también debía pre sentarla, progresar en ella, aprender ciertas cosas, aplicar su espíritu, interrogar, admirar, sorprenderse, etc. Así se explica la afirmación de san Lucas en lo que atañe al progreso de la inteligencia en Jesucristo.
En Jesús no había crecimiento en gracia
En lo concerniente a la gracia divina o a la santidad, no se puede afirmar que en el alma de Cristo haya habido un progreso propiamente dicho. En efecto, los teólogos declaran que Cristo, desde el primer instante de su concepción, poseía en su alma una gracia creada de tanta plenitud, que no se puede concebir mayor perfección en el presente orden de la Divina Providencia. Y en relación a todos los órdenes posibles, la unión hipostática es lo mejor y más perfecto que existe; Cristo posee la gracia habitual en una plenitud y perfección imposibles de ser superadas por el mismo Dios. Por lo tanto –conclusión irrefutable– el alma de Cristo, en lo que a santidad se refiere, no fue susceptible de perfeccionamiento.
La solución del problema
Esta posición, que adoptan todos los teólogos católicos, los obliga a interpretar el mencionado pasaje de san Lucas (2, 52) no en el sentido de un progreso real en la gracia, sino de un progreso real en la manifestación exterior de la gracia.
Por consiguiente, es necesario distinguir en Jesús los hábitos y los actos sobrenaturales, o si se quiere, los principios y los efectos de la gracia. Las obras de la gracia o los actos de virtud crecen y se multiplican sin interrupción, pero los hábitos infusos, las disposiciones virtuosas, la gracia santificante, todo lo que exigía en su alma su dignidad de Hombre-Dios, no podían crecer.
(L'Ami du Clergé, 1931, pp. 701-703)