Sagrado Corazón de Jesús Casa Rey David, Caieiras (Brasil)
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Una humanidad perseverante en su impiedad lo tiene todo para esperar el rigor de Dios. Pero Dios, que es infinitamente misericordioso, no desea la muerte de esa humanidad pecadora, sino “que se convierta y viva”. Y por eso su gracia insistentemente va en busca de todos los hombres, para que abandonen sus pésimos caminos y regresen al redil del Buen Pastor.
Si no existieran catástrofes que una humanidad impenitente no debiera temer, no existirían misericordias que una humanidad arrepentida no podría esperar. Y para ello no es necesario que el arrepentimiento haya consumado su obra restauradora. Basta que el pecador, aun en el fondo del abismo, se vuelva hacia Dios con un simple inicio de arrepentimiento eficaz, serio y profundo, para que encuentre inmediatamente el auxilio de Dios, que nunca se ha olvidado de él. Lo dice el Espíritu Santo en la Sagrada Escritura: aunque tu padre y tu madre te abandonaran, yo no me olvidaré de ti. Hasta en los casos extremos en que el paroxismo del mal llega a agotar la propia indulgencia materna, Dios no se cansa. Porque la misericordia de Dios beneficia al pecador incluso cuando la justicia divina lo hiere con mil y una desgracias en el camino de la iniquidad.
Estas dos imágenes esenciales de la justicia y de la misericordia divinas deben ser constantemente puestas ante los ojos del hombre contemporáneo. De la justicia, para que no suponga temerariamente salvarse sin méritos. De la misericordia, para que no desespere de su salvación siempre y cuando desee enmendarse. Y, si las hecatombes de nuestros días ya hablan tan claramente de la justicia de Dios, ¿qué mejor visión para contemplar este cuadro que el sol de la misericordia, que es el Sagrado Corazón de Jesús?
Plinio Corrêa de Oliveira. Nossa Senhora do Sagrado Coração. In: “O Legionário”. São Paulo. Año XIV. N.º 410 (21/7/1940); p. 2.