Ellas no pretenden tener la grandeza de las águilas, la elegancia de los pavos reales o el melodioso canto de los ruiseñores. Sin embargo, su sencillo piar nos sugiere la misma alegría que caracteriza su modo de ser.
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En las fotografías: golondrina bicolor (1 y 7), golondrina australiana (2), golondrina barranquera (3), golondrina colilarga (5) y avión común (4 y 6)
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Existe una escena muy conocida por los que viven en países de latitud tropical: durante los días de verano, junto a los tejados, se deslizan por el cielo algunas decenas de pájaros. Son pequeños y delicados, pero el contorno de sus alas puntiagudas es de una perfección rectilínea, de tal modo que se asemejan a tijeritas que cortan el aire. El patrón de los colores de su plumaje, blanco alternado con negro o azul marino, nos recuerda el hábito dominico… Son las golondrinas.
Es notable la vivacidad de estos simpáticos animales: su vuelo es ágil, el batir de sus alas, ligero. Parece que juegan entre sí haciendo acrobacias en el aire y lanzándose arriba y abajo… A veces, las vemos haciendo unos vuelos rasantes y pasando a milímetros de los obstáculos que surgen en su camino. ¡Casi diríamos que están festejando la luz del sol!
Al contemplar este espectáculo nos da una impresión de suavidad y levedad, al mismo tiempo que se nos transmite un sentimiento de regocijo. Las golondrinas están contentas siendo golondrinas y haciendo lo que un ave como ellas hace. Se llenan de júbilo planeando por la inmensidad celeste, extendiendo sus alas al sol y dejándose llevar por la brisa vespertina. Su vivacidad es un verdadero reflejo de la alegría de vivir, siendo aquello que se es con toda simplicidad.
No pretenden tener la grandeza de las águilas, el esplendor de los colibrís o la elegancia de los pavos reales. Ante todo, su belleza es delicada y llena de inocencia. Tampoco se ha escuchado nunca que tuvieran un canto melodioso, como los ruiseñores o los canarios. Sin embargo, su sencillo piar nos sugiere la misma alegría que caracteriza su modo de ser.
Así debemos ser nosotros. No necesitamos estar preocupados en convertirnos en algo para lo que no hemos sido hechos o en demostrar cualidades y aptitudes que no poseemos. Cada alma está llamada a hacer resplandecer en sí determinado aspecto de las infinitas perfecciones de Dios. Y al reflejar de forma única esa luz específica es cuando el hombre realiza su misión, dándole gloria al Padre celestial.
He aquí la verdadera felicidad: ¡saber que uno es hijo de Dios, fuente de la eterna paz y del júbilo supremo! He aquí la alegría de las almas inocentes que, como pequeñas golondrinas inmersas en el vasto azul del cielo, viven tranquilas al sentirse dentro de su Creador. En Él son libres, y solamente en él son felices.
La contemplación de esas avecillas nos invita a elevar nuestras vistas hacia realidades superiores, hacia las dulzuras celestiales. Casi se podría decir que allí no hay únicamente pájaros volando, sino también —y sobre todo— un revuelo de ángeles cantando las maravillas de Dios, transmitiéndonos su propio gozo. De este modo, el vuelo de las golondrinas nos remite a aquellas palabras de la Sagrada Escritura: Estad siempre alegres; esta es la voluntad de Dios respecto de vosotros (cf. 1 Tes 5, 16.18).