San Dionisio Areopagita, en su Tratado de la jerarquía celestial, describe la concatenación de los ángeles, presentada por él como el orden perfecto del ser creado. El puro espíritu creado podría no tener necesariamente ese orden, pero él no está lejos de decir – o incluso afirma – que los trazos esenciales del orden son aquellos.
Arcángel San Rafael – Córdoba, España
|
La multiplicidad de las criaturas
Entonces, esquematizando, sería lo siguiente:
1. El orden de lo creado tiene que reflejar a Dios globalmente y no solo una de sus perfecciones.
2. Reflejar a Dios globalmente es algo tan grande, que no puede ser hecho por una criatura, sino por varias, por lo tanto por un universo, es decir, por un conjunto de criaturas que esté en condiciones de dar ese reflejo global del Creador.
3. Dios dispuso que esas criaturas fuesen muchísimas y dotadas de propiedades cuyo conjunto, de hecho, lo reflejase a Él.
No me parece necesario que el número de seres fuese ese, ni que las criaturas fuesen exactamente como son. Las criaturas podrían ser en una cantidad diferente, cuya disposición e interrelación entre ellas reflejase adecuadamente a Dios, de un modo por el cual los ángeles no lo reflejan. Pero el Creador dispuso que fuesen así. Eso equivale a pensar que habría otros universos posibles. Esa es una cosa que me parece absolutamente cierta.
El orden en la sociedad humana debe ser análogo al que existe entre los ángeles
No obstante, una vez que Dios creó ese número de ángeles con esa naturaleza, no podía dejar de ser que estuviesen ordenados como están. Es decir, ellos fueron creados así con vistas a reflejar al Creador. Y el orden, la interrelación entre ellos, una vez que son así, sería necesariamente ese.
Y como la tarea de las criaturas consiste en reflejar a Dios no sólo siendo, sino actuando sobre otros, esas criaturas no podían existir enclaustradas sin tener contacto unas con otras. Tenían que relacionarse para que esas cualidades, esos predicados divinos se articulasen y representasen un solo todo.
Esas criaturas, así articuladas, tendrían que desempeñar un papel que, esquemáticamente, es el papel que Dionisio atribuye a los ángeles. Porque en el orden absoluto del ser, uno es el conocimiento de los Serafines, otra es la inteligencia de los Querubines, otro es el poder de los Tronos, y así por delante.
Arcángel San Gabriel – Palacio Ducal, Venecia (Italia)
|
Como nosotros, los hombres, estamos en el mismo universo que los ángeles y hacemos parte de la misma Creación, ellos deben gobernarnos. En consecuencia, nuestro orden debe ser análogo y consonante con el de ellos. Y como tal, el modo de relacionarnos y los trazos fundamentales de gobierno de la sociedad humana, hechos los descuentos de la diferencia de naturalezas, tienen que ser análogos a los del mundo angélico.
La fuerza motora del gobierno legítimo
Sin embargo, no puede ser que algunos de nosotros seamos apenas cognoscitivos y volitivos, como los ángeles. Se ve que nuestra naturaleza no comporta eso, pero está menos lejos de nuestra naturaleza de lo que se puede imaginar a primera vista.
En muchos trechos de sus discursos a la nobleza romana, Pío XII encajaba el régimen democrático, afirmando que las democracias más auténticas deben tener instituciones aristocráticas. En esa perspectiva y tomando por lo tanto, la idea de aristocracia en su sentido más amplio, es decir, las élites, es más o menos cierto, a mi modo de ver, que frente a la misión de la sociedad, de lo que ella es, delo que debe hacer, hay un talento mayor en las clases más altas que en las más bajas. Y ese talento debe hacer que las clases más altas conozcan mejor el espíritu del país, lo que este es como un todo, lo amen con más finura, de tal manera que ellas filtren eso a las clases más bajas. Y que esa filtración produzca, a su vez, un impulso directivo del poder sobre las clases más bajas, lo cual es verdaderamente la fuerza promotora del gobierno auténtico y legítimo.
Las clases más bajas, así iluminadas e impulsadas, tiene una capacidad de ejecución mucho mayor de la que en una sociedad donde no haya eso. Y de eso resulta, propiamente, el vigor y la cohesión de un cuerpo social.
Alguien que quisiese copiar el orden angélico en el orden humano – no inspirarse, sino copiar –, haría las cosas más pesadas, más tontas que se pueda imaginar.
Imagen de un ángel en la fachada de la Catedral de Reims, Francia
|
Por ejemplo, es una experiencia común que, de vez en cuando, salen elementos extraordinariamente dotados de la clase más baja; pero no corresponden a la figura clásica del hombre muy inteligente, que se vuelve un “ploc-ploc”1. Son personas muy dotadas de dones naturales vivos, capaces de vencer las batallas de la vida y de aproximarse a la aristocracia merecidamente, de afinarse.
Las raíces de un árbol y la nobleza
Las raíces de un árbol absorben materia inerte en las capilaridades, la asimilan y la transponen al estado de materia viva, que pasa a circular dentro del flujo vital del árbol. La materia muerta que pasa a tener vida recuerda un poco a una resurrección. Esto es una maravilla que ocurre en las raíces de todas las plantas, a todo momento.
Hay un fenómeno parecido con ese, por el cual la nobleza succiona continuamente los elementos aprovechables de la plebe – una succión generosa, bondadosa, honorífica para la plebe – y los eleva, eyectando de sí misma otros que, muchas veces, se lanzan ellos mismos para abajo.
En ese sentido, tengo cierta reserva contra algunas instituciones que, bajo el pretexto de mantener longevas a las familias, las amarran a sus propios tronos, de tal manera que cuando ellas se están descomponiendo, todavía se mantienen sentadas allí.
La inalienabilidad de cierto bien en determinada familia, en cuanto dure el mundo, revela el propósito de evitar que ella sea despojada inmerecidamente de alguna cosa. Pero denota también la intención de asegurar eso para la familia, aun cuando sus manos débiles no fueren capaces de agarrarlo y de sustentarlo.
San Miguel Arcángel – Monte Saint-Michel, Francia
|
El ángel no puede ser promovido a una categoría superior, ni rebajado a una inferior. El hombre sí puede serlo. Si el ángel fuere un Querubín, lo será hasta en el Infierno.
Por lo tanto, es necesario saber entender cómo inspirarse en eso.
Se podría dar la siguiente regla a ese respecto:
Para inspirarnos en el mundo angélico, sería necesario ver cómo eso fue modelado por el brote de vida natural y sobrenatural desde el comienzo de la Edad Media hasta la Revolución Francesa, hechos los descuentos de la decadencia que hubo en ese período. Procurar ver después en qué aquello, sin intención de imitar a los ángeles, de hecho los imitaba, para así comprender cómo esa semejanza puede jugar, y cómo debemos hacer en el Reino de María.
Lo equivocado, lo “ploc-ploc”, sería: viene el Reino de María, consultamos a nuestros especialistas en materia de ángeles, ellos nos dan los esquemas y organizamos una sociedad. ¡No es eso! Necesitamos ver cómo el buen impulso natural y sobrenatural va moviendo las cosas, y tratar de interpretar ese impulso a la luz del ejemplo angélico, para en algún punto rectificar, apoyar, hacer lo que hace el jardinero con la planta.
Él no hace el plano de la planta e impulsa el vegetal a ser de esa forma, sino que toma la posibilidades de progreso de la planta y la orienta, la poda aquí y allá, la lleva al lugar donde más incide el sol, en fin, maniobra – según la idea que él tiene de la planta – lo que existe de auténtico y de orgánico dentro de ella.
(Revista Dr. Plinio, No. 198, septiembre de 2014, pp. 12-15, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 26.4.1984).