La confianza no nos aparta de los sufrimientos

Publicado el 10/04/2019

San Ignacio de Loyola – Santuario de

Loyola, Azpeitia (España)

Un verdadero paraíso interior es introducido por la confianza en el corazón de quien la practica. No obstante, esa virtud no pone fin a los períodos de aridez espiritual, ni a las tentaciones, y mucho menos a los sufrimientos físicos o morales que suelen asaltarnos en esta vida. Tales reveses forman parte del estado de prueba y nos son enviados para fortalecer nuestras almas y llevarlas a dar más gloria a Dios.

 

La confianza no nos aparta de los sufrimientos; únicamente nos ayuda a aceptarlos y a atravesarlos sin perder la paz interior. Además, exige esfuerzo y arduo combate contra nuestro orgullo y malas inclinaciones porque, por increíble que parezca, al hombre le resulta más fácil confiar en sus propias fuerzas que en Dios, creer en el auxilio terreno que en el socorro celestial.

 

Sobre esto, una vez más nos da ejemplo la virginal heroína del Carmelo de Lisieux porque, “aunque caminó en esa vía de confianza ciega y total, que ella llama ‘su pequeña vía’ o ‘vía de infancia espiritual’, nunca descuidó la cooperación personal; antes bien, le daba tal importancia que llenó toda su vida de actos generosos y continuados. Así lo entendía ella y nos lo enseñaba constantemente en el noviciado”.13

 

Es necesario darse sin medida

 

Un día, comentando con Celina un pasaje del Eclesiástico, Santa Teresa le explicó con energía que el abandono y la confianza en Dios se alimentan de sacrificios.

 

“Hay que hacer, me dijo, todo cuanto está en nosotros, dar sin medida, renunciarse continuamente, en una palabra, probar nuestro amor por medio de todas las buenas obras que están en nuestro poder… Pero en realidad, como todo esto es poca cosa…

 

es necesario, cuando hayamos hecho todo lo que creemos deber hacer, confesarnos ‘siervos inútiles’ (Lc 17, 10), esperando, sin embargo, que Dios nos dé por gracia todo lo que deseamos. He aquí lo que esperan las almas pequeñas que ‘corren’ por la vía de la infancia: digo ‘corren’ y no, ‘descansan’ ”.14

 

Así lo pensaba también San Ignacio de Loyola: “En las empresas difíciles, uno debe abandonarse en las manos de Dios con perfecta confianza, como si esperáramos que el éxito viniera de lo alto por una especie de milagro; pero es necesario hacer todo lo posible para llevarla a buen término, como si el éxito dependiera por completo de nuestros esfuerzos”.15

 

Santa Teresa del Niño Jesús – Carmelo

de Lisieux.

El que desea alcanzar la santidad no escatima energías en el combate a sus defectos y malas inclinaciones, sino que sabe que un don tan sublime sólo puede ser obtenido por la misericordia infinita de Dios, y Él, sin duda, no dejará de concederlo.

 

Celestial escudo contra las desventuras

 

Para los que confían, Dios les reserva lo inimaginable.

 

Así fue como a través de esa virtud muchos santos “robaron” de Dios el Cielo. El primero en hacerlo fue el buen ladrón que, habiendo sido justamente condenado por los hombres, no dudó en pedir y obtener el perdón de Dios: “hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43).

 

La confianza de Santa Gertrudis “hacía tal violencia al Corazón divino que Él no podía evitar favorecerla en todo”.16 Y Santa Catalina de Siena de tal forma tenía certeza de que sería escuchada que rezaba de este modo: “Señor, no me apartaré de vuestros pies, de vuestra presencia, mientras vuestra bondad no me haya concedido lo que deseo”.17

 

Por lo tanto, podemos concluir que la confianza es como un celestial escudo contra todas las desventuras, una poderosísima espada que apunta hacia los enemigos de nuestra salvación, un perfecto y cristalino canto de amor a Dios.

 

Al practicar esa virtud, conquistaremos la tranquilidad interior. Habiendo sido confortados por ella, podremos proclamar con el rey David: “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos” (2 Sam 22, 2-4).

 

Finalmente, cabe recordar otra verdad, capaz de revestir de elevados méritos el menor de nuestros actos de virtud: solamente por medio de la Santísima Virgen, la Madre de la Confianza, nuestro abandono en Dios será completo. Las angustias e inquietudes jamás deben abatirnos porque, como hijos, tenemos el derecho de esperar lo imposible de aquella que es Madre de Misericordia, nuestra vida, dulzura y esperanza.

 

 

13 SANTA TERESA DE LISIEUX, op. cit., p. 50.

14 Ídem, p. 51.

15 BOUHOURS, Dominique (Ed.). Les maximes de Saint Ignace, fondateur de la Compagnie de Jésus, avec les sentiments de St. François Xavier, de la même Compagnie. Paris: Sébastien Marbre-Camoisy, 1683, p. 61.

16 SAINT-LAURENT, op. cit., p. 92.

17 Ídem, ibídem.

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