El obelisco que tiene encima una cruz, colocado en la Plaza de San Pedro, nos evoca el lema de los cartujos: Stat Crux dum volvitur orbis- Mientras el mundo gira, la Cruz permanece de pie. El universo entero puede ser sacudido, sin embargo, nada destruirá la Santa Iglesia Católica, Apostólica Romana. Ella tiene la promesa de la indefectibilidad, de la indestructibilidad.
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En la Creación existen seres de una gran durabilidad que nos hablan de la eternidad de Dios, el único ser absoluto, perfecto y eterno en función del cual y para quién todo existe. Esas creaturas que duran mucho nos hablan del Creador por su inmutabilidad y aparente o relativa indestructibilidad.
Símbolo de la eternidad de Dios
Por su naturaleza pétrea y su integridad, el obelisco es un ejemplo adecuado de las cosas que duran, que nada destruye.
En ese sentido, me pareció de muy buen gusto que hayan colocado en el centro de la Plaza de San Pedro un obelisco que tiene encima una Cruz, que evoca el lema de los cartujos: Stat Crux dum volvitur orbis -Mientras el mundo gira, la Cruz permanece de pie. Lo que quiere decir que nadie puede cambiar, derrumbar, abatir la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Ella es siempre la misma enfrentando vientos y tempestades. Ese monumento monolítico enorme, con forma de aguja, se encontraba originariamente en Egipto, donde los faraones mandaban que se erigieran grandes piedras con inscripciones, contando hechos de sus reinados o cosas de ese género, que ellos querían comunicar a la posteridad.
El pagano que mandó que esculpieran aquel obelisco no se imaginaba que estaba esculpiendo un símbolo de la eternidad de un Dios que él no conocía, y de la indestructibilidad de una Iglesia que aún no había nacido.
Una “desobediencia” heroica
En la época en que ese obelisco fue trasladado a su lugar actual, en el siglo XVI, no existían los medios mecánicos que tenemos hoy, y la suspensión era hecha por medio de un sistema de cuerdas complicadísimo, amarrando la piedra por varios lados, de manera que pudiera ser levantada al mismo tiempo por varias fuerzas.
Erección del Obelisco Vaticano. Biblioteca Apostólica Vaticana
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Para que no hubiera desorden y evitar accidentes existía una orden del Papa, que era el Rey de Roma en aquel tiempo, condenando a muerte a quién hablase. Era preciso que todo fuera hecho en el mayor silencio, de manera que solamente se oyera la voz de los maestres y contramaestres, en la inmensidad de la plaza.
Los hombres estaban levantando la piedra y, en cierto momento, uno de los operarios, el cual era un experimentado marinero, percibió que la cuerda agarrada por él estaba tan caliente por la presión ejercida, que se estaba por incendiar. Si se prendiese fuego, el obelisco se caería y mataría a muchos de los circunstantes.
Ese hombre, corriendo el riesgo de su propia vida, resolvió atraer sobre sí la pena de muerte, pidiendo para que trajeran agua. Entonces él gritó: “¡Acqua alle funi!”1. Trajeron rápidamente agua al operario y, una vez que él señaló el lugar, este fue regado salvándose gracias a eso la pirámide de cuerdas, y el obelisco pudo ser erguido.
Al terminar el trabajo, el Papa Sixto V mediante un decreto recompensó con honores al Capitán Benedetto Bresca, contratado para la erección de aquel obelisco, por el acto de heroísmo practicado: enfrentó la muerte desobedeciendo la orden papal. Evidentemente, aquella orden debía ser desobedecida; caso contrario sería la ruina de la obra.
La obra donde está auténticamente la Cruz no puede ser afectada
Sixto V – Convento de los Franciscanos, Lima, Perú
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¿Con qué ojos se debe mirar ese obelisco egipcio en el centro de la Plaza de San Pedro?
A mi ver, con aplausos, porque de sí es una cosa bonita. En primer lugar, un monolito como aquel es una obra prima de la naturaleza y del ingenio humano. Pero también el símbolo que está puesto allí es muy bonito.
Egipto fue la más gloriosa de las naciones antiguas. Colocar el obelisco en el centro de la plaza, teniendo encima una cruz simbolizando el triunfo de la Iglesia sobre toda la sabiduría pagana antigua, evidentemente es bello y bueno, pues indica la perpetuidad de la Esposa de Cristo en lo movedizo de todas las circunstancias humanas.
El universo entero puede ser sacudido, sin embargo, nada destruirá la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. Ella tiene la promesa de la indefectibilidad, de la indestructibilidad.
Es también la presencia de la verdadera Cruz en una obra lo que asegura su intangibilidad. El cosmos entero puede conmoverse de todas formas; donde de modo auténtico está la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora, nadie ni nada afectan.
Extraído de conferencias de 1/9/1973 y de 8/8/1979
1) Del italiano: ¡Agua para las cuerdas!