El Evangelio del Miércoles de Ceniza nos presenta el espíritu con que se ha de vivir la Cuaresma: no hacer buenas obras con miras a obtener la aprobación ajena, ni ceder ante el orgullo o la vanidad, sino procurar en todas las cosas agradar a Dios y nada más.
“Nos mortificamos para extinguir nuestra concupiscencia. Y el resultado de la mortificación debe ser el abandono de los actos deshonestos y los deseos injustos”
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En el ayuno, la oración o la práctica de cualquier buena obra jamás debemos poner como finalidad el beneficio que podamos obtener con ello, sino la gloria de Quien nos creó.
Porque todo lo nuestro —a excepción de las imperfecciones, miserias y pecados— le pertenece a Dios. Y también nuestros méritos, porque el mismo Jesús afirma: “Sin mí nada podéis hacer” (Jn 15, 5).
Así, cuando tengamos la gracia de practicar un acto bueno, inmediatamente debemos atribuirlo al Creador y restituirle los méritos, puesto que le pertenecen a Él y no a nosotros, como advierte el Apóstol: “El que se gloría, que se gloríe en el Señor” (1 Cor 1, 31).
Por el sacerdocio común a todos los bautizados, 21 cada fiel está llamado en determinadas circunstancias a actuar como mediador de las gracias que vienen de Dios para beneficio de los demás, y de las alabanzas que ellos elevan al trono del Altísimo. En tales ocasiones seamos cuidadosos para no apropiarnos de nada, porque todo cuanto tenemos de virtud, bondad o belleza —tanto las facultades del alma como las cualidades corporales y el desarrollo de nuestro ser físico, intelectual y moral— todo, en fin, proviene de Dios.
Santa Teresa de Jesús define así a la humildad: “Dios es la suma verdad, y la humildad consiste en andar en verdad, pues mucho importa no ver cosas buenas en sí mismo, sino miseria y nada”. 22
Reconozcamos los beneficios que Dios nos ha concedido y rindámosle nuestra gratitud por ellos, sin colocarnos nunca como objeto de dicha alabanza por imaginarnos la fuente de cualquier virtud o cualidad.
Ahora que se inicia la Cuaresma busquemos, más aún que la mortificación corporal, aceptar la invitación que nos hace sabiamente la Liturgia, combatiendo el amor propio con toda nuestra fuerza. “Buscad el mérito, buscad la causa, buscad la justicia; y ved si encontráis otra cosa a no ser la gracia de Dios”. 23
En el día del Juicio Final sólo estarán a la derecha de Nuestro Señor Jesucristo quienes hayan vencido el orgullo y el egocentrismo, reconociendo que “toda dádiva buena y todo don perfecto vienen de lo alto” (Sant 1, 17). El hombre sólo tiene dos caminos ante sí: amar a Dios sobre todas las cosas, hasta el olvido de sí mismo; o amarse a sí mismo sobre todas las cosas, hasta el olvido de Dios. 24 No hay un tercer amor.
Por consiguiente, sepamos aprovechar este Tiempo Cuaresmal para crecer en la humildad y tomar conciencia clara de nuestra limitación, dado que “no debe el hombre tomarse nada si no le fuere dado del cielo” (Jn 3, 27).
Sírvannos de estímulo estas reconfortantes palabras de un célebre guía espiritual, el Padre Reginald Garrigou-Lagrange, OP: “Mientras más progrese nuestra alma en la vida divina de la gracia, más será una imagen viva de la Santísima Trinidad. Al inicio de nuestra existencia el egoísmo nos hace pensar especialmente en nosotros y en amarnos, atribuyéndolo todo a nosotros mismos. Sin embargo, si somos dóciles a las inspiraciones de lo Alto, llegará el día en que pensaremos sobre todo, no en nosotros mismos, sino en Dios, y en que a partir de todas las cosas, agradables o penosas, lo amaremos más que a nosotros y constantemente queremos llevar las almas a Él”. 25 ²
Extracto del comentario al Evangelio – Miércoles de Ceniza
20 SAN JERÓNIMO, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea .
21 Por el Bautismo participamos “del sacerdocio de Cristo, de su misión profética y real” ( Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1268).
22 SANTA TERESA DE JESÚS – Las Moradas. Morada sexta, c. 10, § 6-7.
23 SAN AGUSTÍN – Sermo 185 : PL 38, 999. In: Liturgia de las Horas I. Segunda lectura del día 24 de diciembre.
24 SAN AGUSTÍN – De Civitate Dei, XIV, 28: “Dos amores fundaron dos ciudades: la terrena, el amor de sí hasta el desprecio de Dios; la celestial, el amor de Dios hasta el desprecio de sí” .
25 GARRIGOU-LAGRANGE, OP, Réginald – La Sainte Trinité et le don de soi. In: Vie Spirituelle nº 265, mayo de 1942.