La dama se deshace de esos adornos con seriedad, serenidad y fortaleza. No muestra ninguna aflicción ni la más mínima necesidad de arrepentimiento. Se diría que jamás se dejó embriagar por la concupiscencia.
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Conjunto de tapices “La dama y el unicornio” – Museo de Cluny, París
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Nos causa admiración analizar antiguas obras de arte, sobre todo cuando han sido elaboradas con técnicas desconocidas en nuestros días. Nos intrigan aún más si presentan figuras o escenas misteriosas que nos invitan a contemplarlas con el corazón, para desvelarnos su significado.
Desde esa perspectiva, nos llama la atención especialmente una serie de tapices de finales del siglo XV titulada La dama y el unicornio. Tejidos con lana y seda, en colores predominantemente azules y rojos, en ellos se refleja algo de la inocencia medieval y del sentido de lo maravilloso propio de esta época histórica.
Las cinco primeras piezas de ese conjunto representan alegóricamente los sentidos corporales: oído, vista, tacto, olfato y gusto. En el centro de cada escena siempre aparece una noble dama flanqueada por un león y un unicornio. En una de ellas la vemos interpretando una melodía en un órgano; en otra, sujetando un espejo en el cual el mítico animal se contempla; en las demás, tocando el cuerno de éste, sintiendo el perfume de unas flores que le ofrece su doncella y sirviéndose de apetitosos manjares ofrecidos en una bandeja.
Más difícil de interpretar es el sexto de esos tapices, en el que la dama deposita unas flores y joyas en un cofre que sostiene una criada. ¿Cómo desvelar el significado de tal gesto?
Entre las muchas explicaciones dadas a lo largo de los tiempos hay una que nos agrada en especial: la escena estaría reflejando la actitud virtuosa del alma humana ante las solicitaciones desordenadas de los sentidos. Y el lema que corona la tienda azul —A mon seul désir1— simbolizaría el anhelo exclusivo por Dios, que lleva a la dama a renunciar a todo aquello que le pudiera turbar su espíritu.
Se deshace de esos adornos con seriedad, serenidad y fortaleza. No muestra ninguna aflicción ni la más mínima necesidad de arrepentimiento. Se diría que jamás se dejó embriagar por la concupiscencia. Evoca a la Virgen Santísima, intachable modelo de pureza, cuya voluntad nunca se gobernó por la sensibilidad sino únicamente por los altísimos designios del Creador.
A la derecha de la dama vemos un león, imagen del combate contra nuestras pasiones desordenadas y malas inclinaciones. A su izquierda se encuentra el unicornio, con el que intercambia su mirada.
Es enriquecedor analizar a ese legendario animal desde la perspectiva mística de la Beata Ana Catalina Emmerick. En una de sus revelaciones lo describe como extraordinario y atrayentísimo, capaz de subir hasta los más elevados collados. Afirma que es benévolo y pacífico, aunque muy reservado y escurridizo, y que tiene el don de infundir respeto incluso en los animales más brutos y ponzoñosos, los cuales le rinden reverencia y lo ayudan a protegerse. “Donde él se apacienta y donde bebe desaparece todo elemento venenoso”.2
Según una antigua leyenda, ese animal sublime y huidizo se siente atraído tan sólo por las más puras vírgenes, en cuyo regazo descansa confiado y complacido. De acuerdo con la vidente de Münster, esto simboliza algo superior: “que la carne de Jesús salió pura y santa solamente del seno de la Santísima Virgen María, […] en Ella se venció lo que era invencible, […] en Ella la humanidad rebelde fue vencida y hecha pura; en su regazo se ha desvanecido el veneno de la tierra”.3
Ante las realidades expresadas en este bello simbolismo nada hay que temer. Quien a María recurre jamás será confundido. Por medio de Ella obtendremos fuerzas para someter nuestros instintos desordenados. Y, aun encontrándonos alejados del Señor, en Ella purificaremos nuestras faltas y le seremos agradables.
1 Del francés: “A mi único deseo”
BEATA ANA CATALINA EMMERICK. Visiones y revelaciones completas. 2.ª ed. Buenos Aires: Guadalupe, 1953, v. I, p. 603.
3 Ídem, ibídem.