He aquí las palabras conclusivas dirigidas por el Dr. Plinio a un grupo de jóvenes que acababan de hacer la consagración a Nuestra Señora, según el método de San Luis María Grignion de Montfort. El Dr. Plinio les había explicado inicialmente el contexto en el cual ese santo explicitó y desarrolló sus doctrinas.
En su “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, San Luis Grignion establece varios principios que justifican nuestra consagración a Ella como esclavos de amor.
Medianera deseada por la Providencia
El más importante es la mediación universal de Nuestra Señora. O sea, el hecho de que Ella es la medianera entre Dios y los hombres para la obtención y distribución de todos los dones divinos que pedimos al Cielo.
La Providencia quiere a tal punto esa intercesión de María – enseñan los teólogos –, que nada de lo que los fieles le piden a Dios sería alcanzado si la Santísima Virgen no rogase también por ellos. Por el contrario, si Ella sola hace la misma oración en su favor, será atendida.
Se comprende. Escogida para ser la madre del Verbo Encarnado, siempre inmaculada y llena de gracia, la unión de Nuestra Señora con Jesús es la más alta que una simple creatura humana puede tener con Dios. En virtud de ese vínculo extraordinario, Nuestro Señor no niega nada a su Madre, lo cual hace de Ella una intercesora omnipotente junto a Él. Ese es el principio enseñado por San Luis Grignion y reconocido por la Iglesia.
Pasemos a otro punto.
Corredentora del género humano
Cuando el Padre Eterno decidió que Jesucristo debería morir para expiar nuestros pecados, quiso tener el consentimiento de la Santísima Virgen, lo que representó para Ella un golpe espantoso.
Pensemos en nuestras madres. Si alguien les dijese: “¿Quiere darme a su hijo para que sufra blasfemias, sea ridiculizado, perseguido, preso, entregado al desprecio y al odio del pueblo, flagelado, coronado de espinas, obligado a cargar su cruz hasta el Calvario y para muera de un modo atroz?” ¡Ninguna de ellas cedería a su hijo! No hay ninguna madre que quiera eso para aquél que trajo al mundo.
Sin embargo, Nuestra Señora sabía que ese holocausto era necesario para la redención del género humano. Ella dio su consentimiento, y por eso sufrió un dolor intensísimo, como si una espada le traspasase el corazón. De ahí proviene la devoción a Nuestra Señora de los Dolores, y la imagen de Ella con el corazón visible, atravesado por una espada. Es una evocación del sacrificio que Ella hizo.
En sus designios eternos, Dios quiso que ese padecimiento de María fuese unido al de Nuestro Señor para rescatar a los hombres, y por esa razón Ella es llamada por la Iglesia Corredentora del género humano.
Nuestra Señora es nuestra arqui-Madre
Como consecuencia de esa participación de Nuestra Señora en la redención del mundo, podemos decir con entera propiedad que Ella es nuestra madre: sin su auxilio y su consentimiento no habríamos nacido para el Cielo y para la vida de la gracia. Ella aceptó y quiso el sacrificio de su Divino Hijo por todos y cada uno de los hombres, hasta el fin de los tiempos, y es, por lo tanto, madre de todos y cada uno de nosotros.
Madre a un título más alto que simplemente el de madre natural, puesto que es más alta la vida sobrenatural para la cual Ella nos engendró. En cierto sentido, Ella es nuestra arqui-Madre, la Madre de las madres. Y tiene, por lo tanto, una misericordia tal para con nosotros, que San Luis Grignion de Montfort no duda en afirmar que María ama a cada uno en particular más de lo que todas las madres sumadas amarían a su hijo único. De ahí resulta – dígase de paso – la entrañada confianza que debemos depositar en su clemencia.
Es digno de elogio que nos consagremos a Nuestra Señora
Ahora bien, si Nuestra Señora nos dio de tal manera su sacrificio, su alma, si nos amó hasta tal punto, si es tan auténticamente nuestra madre, si nos ofreció su Hijo, el Hijo de Dios, si lo inmoló por nosotros, si nos colmó de tantos bienes, es justo y digno de elogio que nos consagremos a Ella por completo. He aquí la tesis de San Luis Grignion.
Pertenecemos a Ella por derecho, por lo que Ella hizo por nosotros. El santo autor bien dice que, cuando un rey (él se refería a los monarcas absolutistas) conquista un pueblo, se convierte en señor de ese pueblo.
Nuestra Señora nos compró y nos conquistó por su sacrificio, y por eso le pertenecemos. Pero como somos seres inteligentes y libres, es necesario que por una deliberación nuestra nos entreguemos a Ella. Esa unión se hace completa con nuestro consentimiento.
De hecho, no puede haber un don más proporcionado al que Nuestra Señora nos hizo, que la donación de nosotros mismos a Ella como sus esclavos devotísimos. Es decir, la esclavitud de amor a la Santísima Virgen María como Madre de Dios, como nuestra Corredentora y nuestro amparo celestial.
Características de esa esclavitud
Por esa esclavitud consagramos nuestra vida en las manos de María Santísima y le entregamos todos nuestros méritos, para que disponga de ellos como mejor quiera. Convengamos, ese no es un negocio muy bueno para Ella… ¡Qué son los pobres méritos de los hombres, en comparación con los que Ella alcanzó! Pero, si este es el deseo de Ella, dejemos que Nuestra Señora use nuestros méritos como a ella le parezca; en beneficio de terceros, por tal intención de la Iglesia, etc., etc.
Al mismo tiempo, San Luis Grignion trata de mostrarnos la ventaja inestimable de esa entrega, aplicando a la generosidad de Nuestra Señora una expresión francesa muy interesante: “A cambio de un huevo, ella nos da un buey”. O sea, le damos méritos diminutos y Ella en retribución nos concede un torrente de gracias.
Debemos, pues, hacer todo lo que Nuestra Señora desea que hagamos, es decir, cumplir la Ley de Dios y tratar de ser perfectos. En otras palabras, todo lo que sabemos que es lo mejor para los intereses de la Iglesia, según la moral y la perfección cristiana. En compensación, Ella nos toma bajo su protección de un modo especial y nos hace beneficiarios de méritos superabundantes.
He aquí en qué consiste esa consagración de amor a la Santísima Virgen.
(Revista Dr. Plinio, No. 59, febrero de 2003, p. 8-10, Editora Retornarei Ltda., São Paulo.)