La Comunión tiene una importancia fundamental en el progreso de la vida espiritual. Pero su eficacia varía de acuerdo al esfuerzo que hace el alma por comulgar bien, según enseña Fray Ferdinand-Donatien Joret OP en la segunda parte de su reconocido estudio sobre los efectos de la Comunión.
La Caridad es el efecto propio de la Eucaristía
Santo Tomás enseña que la caridad es el efecto propio de este Sacramento. Si se lo recibe en estado de gracia, aumenta efectivamente en el alma la caridad como aptitud. La hace florecer en actos si la persona se presta a ello y coopera libremente, comulgando con devoción. El amor de Cristo la presiona, dice san Pablo. La vida sobrenatural se siente restaurada, al igual que el cuerpo después de una buena comida.
¿Parece extraño? “La Eucaristía es el Sacramento que representa y produce la caridad”, afirma santo Tomás. Es al mismo tiempo la expresión del amor que nos tiene Cristo, y la causa del amor que le tenemos.
Expresión del amor de Jesús por nosotros
¿Qué mejor testimonio de la gran dilección de este Dios, encarnado e inmolado por nosotros? Cristo está verdaderamente presente en la Eucaristía, con su Cuerpo y su Sangre que se nos muestran tan separados uno de la otra como en el Calvario. El Señor, a fin de probar que esos misterios no los realizó en beneficio de una vaga e impersonal humanidad sino de cada hombre en todos los tiempos y países, los renueva a diario y en todas partes, se ofrece a todas las almas como si cada una fuera el único objeto de su amor. Puedo decir con san Pablo “Él me amó y se entregó por mí”; y lo recibo bajo la forma de alimento, de manera que, como el pan que como y se une a mi sustancia, también me uno a Cristo, dejando que me incorpore a él.
¿Dónde puede haber un símbolo más expresivo de su amor por mí?
Estimula nuestro amor a Cristo
Este sacramento, ¡qué bien pensado y hecho está para provocar un afecto recíproco en el alma de quien comulga!
Instalado en nuestro corazón, presente con todas sus energías divinas y humanas al centro de nuestro propio ser, Cristo actúa en el alma que se dispone a su acción; hace que suba el calor hasta inflamarnos, como un brasero del que nace un incendio. San Vicente de Paul exclamaba: “Hermanos míos, ¿no sienten el ardor del fuego divino en sus pechos cuando reciben el Cuerpo adorable de Jesucristo en la Santa Comunión? ¡Vine a traer fuego a la tierra –dijo él– y no quiero sino que arda!”
Con la visita eucarística, Jesús se dedica a realizar en cada uno la obra para la que vino a este mundo. Su paso por la tierra fue de corta duración. También es breve su visita eucarística. Pero, el día de la Ascensión prometió enviar su Espíritu, que de hecho se difundió de inmediato en la Iglesia. Del mismo modo, con cada comunión piadosa llega un “Pentecostés espiritual”. Una vez terminada la presencia sacramental de Jesús, su Espíritu –es decir, el Espíritu de Dios con la marca viva de Cristo y asemejando nuestra alma con él– hace su morada en nosotros. Cada una de nuestras comuniones nos lo da en mayor abundancia y lo hace adentrarse más hondamente en el alma; es como una puerta nueva que se abre a mayores intimidades. “He aquí que estoy a la puerta, y llamo: si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo”.
La actividad de las virtudes y de los dones procede de la caridad
El Espíritu Santo no permanece inactivo en nuestra alma, como tampoco en la Iglesia universal. Se encarga de orientar nuestra vida; reforzando la caridad que regula toda nuestra conducta, nos incita a realizar nuestro destino sobrenatural y nos ayuda en nuestro camino ascensional, poniendo en actividad nuestros dones y virtudes uno tras otro.
Cuando estimula el mecanismo de nuestras virtudes, su influencia es más discreta; se oculta bajo las apariencias de la actividad de nuestras facultades naturales, ayudando nuestra reflexión para reconocer el deber y sosteniendo nuestro esfuerzo para cumplirlo. Esa luz más viva que hoy nos ilumina, esa energía nueva que ayer no sentíamos, es la gracia que dulcemente coopera con nosotros, la gracia del Espíritu Santo infundida por la Comunión en nuestra alma. La gracia habitualmente sigue esa forma de acción, sobre todo al comienzo, estimulando y apoyando la aplicación de las virtudes.
Pero no poseemos en vano los dones del Espíritu Santo. Esos medios con que cuenta nuestra alma, son empleados por él de modo especial en ciertos momentos críticos o extraordinarios de nuestra vida espiritual. El alma que se dedicó ampliamente a la práctica de la virtud, en su afán de ser perfecta como el Padre de los Cielos es perfecto, suplica al Espíritu Santificador que venga en su auxilio a través de sus divinas iniciativas y le comunique su luz, su fuerza. Y el Espíritu Santo atiende con frecuencia cada vez mayor, hace sentir cada vez más su acción característica, en la medida que el alma va haciéndose más merecedora de esa intervención extraordinaria por su decisión y esfuerzo en practicar las virtudes ordinarias de la vida cristiana. Porque los dones tienen el rol de completar la obra de las virtudes, no de sustituirlas. Así el alma puede tener vivas intuiciones de la presencia de Cristo, degustar su amor, sentirse capaz de todos los sacrificios por él, ver claramente lo que Dios quiere de ella y tratar de cumplirlo con generosidad.
El P. Lallement comprendía bien esa eficacia de la Eucaristía, pues recomendaba a un director de jóvenes religiosos: “Cuando ellos estén bien instruidos, mándeles que informen por escrito, después de una comunión, qué cosas les gustaría más hacer y de cuáles defectos desearían más librarse. Tome siempre muy en cuenta lo que digan que Dios les reveló, salvo que vea en eso algún evidente engaño del demonio”.
De la misma forma –cuenta el P. Ternière– san Pedro Julián Eymard quería que en la dirección espiritual, el sacerdote prestara mucha atención en seguir la gracia eucarística, en dejar que Jesús tomara la iniciativa: “Bien sabrá el Señor inspirar y guiar las almas. […] Yo trato a cada persona de acuerdo a la gracia que posee”.
Progreso del alma en la vida espiritual bajo la influencia de la Eucaristía
Un alma que comulgue con devoción y frecuencia crecerá poco a poco en la vida espiritual, pasando del estado de los principiantes al de los adelantados, y luego al de los perfectos. Santo Tomás supo vincular estas tres etapas de la vida espiritual con la caridad (II-II, q.26, a.9); y como la Eucaristía es el alimento de la caridad, es también la que hace escalar paso a paso todos los grados de la vida del alma.
Los principiantes
Al comienzo importa, sobre todo, huir del pecado grave, resistirse a las concupiscencias opuestas al amor divino. Para esto, los principiantes requieren alimentar y fomentar en sí mismos la caridad, para que no se debilite hasta morir. Comulguen, pues, tanto como sea posible y con ferviente piedad, contando con el auxilio de Cristo y esforzándose de buena gana. Sería inútil comulgar todos los días sin hacer este esfuerzo, porque –repito con santo Tomás– sin la cooperación del libre albedrío no hay nutrición eucarística. Pero si el alma, por muy miserable que sea, comulga con devoción, su caridad se anima, se expande en actos y hace disminuir paulatinamente las malas inclinaciones que se le oponen.
Justamente por el hecho de encender la caridad, como el alimento corporal repone las calorías perdidas, la Comunión repara el mal causado por los pecados veniales, suprime poco a poco la tibieza en que languidece nuestra alma, sostiene nuestro libre albedrío en la lucha contra las malas tendencias, establece el amor de Dios por sobre los de más afectos, y reduce así a la impotencia el embate de las tentaciones inferiores.
Los adelantados
Cuando el alma no se preocupa más con cuidarse en evitar el pecado mortal, puesto que las tentaciones son menos fuertes, se dedica con seguridad al progreso en el camino de la perfección. Sin descuidar la vigilancia, pues una caída siempre es posible, el alma actúa como los obreros que trabajaban de espada en mano en la construcción del Templo de Jerusalén. Se ocupa sobre todo en la obra positiva de su perfeccionamiento espiritual; pero sólo logrará el éxito fortaleciendo la caridad en sí misma, que anima y mueve todas las demás virtudes. Esto muestra la importancia de la Comunión en el adelanto espiritual, en su aspecto más fundamental y primordial.
Los perfectos
Llegará un día en que, por más que siga progresando siempre, ya no será ésta la preocupación del alma. Habrá dejado de ser su principal cuidado: establecida en la paz y en el equilibrio, su gran anhelo será en adelante el de unirse a Dios para deleitarse en él.
El alma llegó al estado de los perfectos, cuyo único deseo es morir para vivir con Cristo. Y mientras espera la Comunión del Cielo, la misteriosa comunión eucarística será lo que más calme y estimule este santo deseo. |
||||