El curso de los acontecimientos humanos no se desarrolla divorciado de Dios. Por el contrario, al ser Él quien gobierna la Historia, ésta es un constante combate contra el mal y, a pesar de las apariencias, el bien siempre es invencible.
El proceso gradual de cambios en el modo de sentir y de vivir, por el que pasa la humanidad desde hace siglos, ha alcanzado su auge en el mundo actual. Las modificaciones provocadas por él son tan radicales que, como comentaba Benedicto XVI a principios de su pontificado, no es posible “siquiera vislumbrar ni su dirección ni lo que pueda venir de ahí”.1
Se trata de un fenómeno “impalpable, sutil, penetrante como si fuera una poderosa y temible radioactividad”, 2 cuya gradación dificulta ver la profundidad de las transformaciones que causa. Fruto de dicho proceso, ora célere, ora vagaroso, es la crisis moral sin precedentes que abarca todas las actividades humanas de nuestra época, que conduce a los hombres a hundirse cada vez más en un neopaganismo que parece quitarles la esperanza.
Dios gobierna la Historia
Analizado desde ese prisma, resulta interesante la lectura del salmo 32, que puede ser considerado un himno paradigmático a la omnipotencia y a la justicia de Dios. Canta el señorío del Todopoderoso y su fidelidad al pueblo elegido, pero también muestra cómo Él es quien gobierna el curso de los acontecimientos a lo largo de los tiempos: “El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad” (Sal 32, 10-11).
Para destacados comentaristas, “la perspectiva del salmista se extiende a la lucha sorda entre el bien y el mal en la Historia. Toda la trama bíblica gira en torno a un drama, que es la pugna entre los que representan los intereses de Dios y tratan de plasmar sus designios en la Historia y los que se oponen a esa marcha religiosa de la Historia”.3
¡Así son los días en que vivimos! “Estamos en los lances supremos de una lucha, que llamaríamos de muerte si uno de sus contendientes no fuera inmortal, entre la Iglesia y la Revolución”. 4 Una guerra en la cual los enemigos de la Iglesia pretenden que se extinga de la sociedad la vida cristiana y la consiguiente visión religiosa del universo, con el objetivo de sustituirlas por modos de ser y de actuar diametralmente contrarios.
Confrontación histórica y milenaria: prueba de la Iglesia
Ya a finales de 1958, San Juan XXIII animaba a los católicos a ver de frente este panorama y a adoptar una posición: “En esta hora tremenda en la que el espíritu del mal se vale de todos los medios para destruir el Reino de Dios, debemos dedicar todas las energías para defenderlo”. 5 Algunos años después, uno de los documentos más importantes del Concilio Vaticano II nos advertía de que “a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor (cf. Mt 24, 13; 13, 24-30.36-43), hasta el día final”.6
Bien se aplican a los días presentes las palabras que habrían sido pronunciadas por el cardenal Wojtyla en 1976, dos años antes de subir al solio pontificio: “Nos encontramos ahora ante el mayor enfrentamiento histórico que la humanidad haya experimentado. (…) Estamos delante de la confrontación final entre la Iglesia y la anti-Iglesia, entre el Evangelio y el anti-Evangelio”.7
En otros términos, “mientras dure este mundo, la Historia será siempre teatro del enfrentamiento entre Dios y Satanás, entre el bien y el mal, entre la gracia y el pecado, entre la vida y la muerte”.8
El mal se infiltra para destruir el Reino de Dios
Pasado el umbral del tercer milenio y ya bien entrados en el siglo XXI, el proceso ha cambiado un poco su figura y, al mismo tiempo, ha llegado a su paroxismo.
Con enérgicas palabras alertaba Benedicto XVI al Colegio Cardenalicio a propósito de una peligrosa táctica de los enemigos de la Iglesia: la de disfrazarse de bien, para atacarla. Decía: “Hoy la palabra Ecclesia militans está algo pasada de moda; pero en realidad podemos entender cada vez mejor que es verdadera, contiene verdad. Vemos cómo el mal quiere dominar en el mundo y es necesario entrar en lucha contra el mal. Vemos cómo lo hace de tantos modos, cruentos, con las distintas formas de violencia, pero también disfrazado de bien y precisamente así destruyendo los fundamentos morales de la sociedad”.9
Afirmar que “el mal quiere dominar en el mundo” equivale a reconocer que la obra de Satanás tiene por finalidad conquistar todo el orbe. Y muchas veces actúa de manera disimulada para lograr con mayor facilidad su objetivo de desacralizar la sociedad humana, alcanzando las sagradas puertas de la vida eclesial, cuando no llegando hasta su interior.
En su libro El sentido teológico de la liturgia, Cipriano Vagaggini,10 destacado teólogo contemporáneo, muestra cómo ese combate se libra vigorosamente en la Iglesia, en especial en el campo de la liturgia, y advierte con claridad de que Satanás es el principal antagonista del Reino de Dios y del misterio de Cristo.
Una lucha por Cristo o contra Cristo
Esta situación se ve agravada por el hecho, señalado por el mismo Vagaggini, de que entre numerosísimos fieles se ha perdido el sentido vivo de esta verdad de fe: “ser un aspecto esencial de la vida cristiana su desarrollo concreto como lucha continua contra Satanás y sus satélites”.11 Hoy se ha olvidado que la vida del católico es “una pugna dramática e ininterrumpida no sólo contra el mal abstracto e impersonal, sino precisamente, y en último término, contra el Maligno y sus secuaces”.12
El discípulo amado menciona explícitamente esa militancia en su primera carta: “El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo” (1 Jn 3, 8). Y el cardenal Ratzinger, poco antes de recibir el ministerio petrino, declaraba que “la Iglesia existe para exorcizar el avance del infierno sobre la tierra, y hacerla habitable por la luz de Dios”,13 para que de esta manera se haga efectiva la petición expresada en la Oración dominical: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
También Pío XII, en la encíclica Evangelii præcones, escrita en 1951, alertaba al mundo católico: “Casi toda la humanidad tiende hoy a dividirse en dos campos opuestos: con Cristo o contra Cristo. El género humano se ve hoy en un momento sumamente crítico, del cual se seguirá o la salvación en Cristo o la más espantosa ruina”.14
Y pocos días antes del lanzamiento de ese importante documento, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, insigne escrutador de los pasos de Dios en la Historia, expresaba en términos candentes la gravedad del problema: “¿Cuántos son los que viven en unión con la Iglesia este momento que es trágico como trágica fue la Pasión, este momento crucial de la Historia, en que la humanidad entera está eligiendo entre Cristo o contra Cristo?”.15
Desafío a Dios: la cizaña se mezcló con el trigo
Estamos viviendo unos tiempos que podríamos calificar de desafío a Dios. Se van acumulando toda clase de situaciones y problemas en el mundo hodierno. Mientras se multiplican los avances en el terreno de la ciencia y de la tecnología, crece la iniquidad y se extiende el mal.
No faltan, en nuestros días, hostilidades contra la acción salvífica de la Iglesia. La corriente hedonista y relativista de la sociedad del consumo “tiende a desplazar y desarraigar la cultura cristiana de los pueblos”.16 Décadas atrás San Juan Pablo II nos decía: “¿Cómo no hemos de pensar en la persistente difusión de la indiferencia religiosa y del ateísmo en sus más diversas formas, particularmente en aquella —hoy quizás más difundida— del secularismo?”. 17
La gran mayoría de los hombres se deja arrastrar por los placeres pecaminosos, por los vicios. Se ha puesto una campana de silencio sobre el continuo avance del mal. Los buenos se amedrantan. “Así como en el campo evangélico crecen juntamente la cizaña y el buen grano, también en la Historia, […] se encuentran, arrimados el uno al otro y a veces profundamente entrelazados, el mal y el bien, la injusticia y la justicia, la angustia y la esperanza”.18
La era del mal está próxima a su fin…
En estos difíciles días en los que nos toca vivir, es urgente que les recordemos a los hombres el pulchrum, la santidad y la inmortalidad de la Iglesia. Más que nunca es necesario darle a la humanidad “un espléndido testimonio y ejemplo de esa santidad”,19 a fin de conducirla a la conversión.
Para ello, dirijamos nuestros pensamientos hacia las proféticas palabras de Nuestra Señora de Fátima: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.20
En los negros y fuliginosos panoramas del mundo actual, donde Imagen peregrina del Inmaculado Corazón de María que pertenece a los Heraldos del Evangelio En los negros panoramas del mundo actual, la promesa de la Santísima Virgen resuena en los oídos de todos Timothy Ring el predominio del mal ha llegado a un auge inimaginable, la promesa de la Santísima Virgen resuena en los oídos de todos como garantía del triunfo del bien en este período histórico nuestro.
A confiar en esa promesa como certeza de la victoria final sobre el mal, nos alienta Mons. João Scognamiglio Clá Dias: “Se trata de una majestuosa promesa portadora de paz, de entusiasmo y de luz. […] Y al haber llegado, ahora, el centenario de las apariciones de Fátima, podemos afirmar con toda seguridad que la era de la maldad y alejamiento de Dios en que vivimos está próxima a su fin”.21
Sí, a los ojos de los hombres de fe ya resplandece la aurora de la feliz época en la cual la Reina de los ángeles establecerá su maternal imperio en las almas, en las familias, en todos los pueblos y naciones. Y una vez más en la Historia se verificará la victoria del bien sobre el dominio de las tinieblas, pues la Iglesia es inmortal y “el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16, 18).
1 RATZINGER, Joseph. La sal de la tierra. Quién es y cómo piensa Benedicto XVI. Una conversación con Peter Seewald. 9.ª ed. Madrid: Palabra, 2006, p. 248.
2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolução e Contra- Revolução. 5.ª ed. São Paulo: Retornarei, 2002, p. 13.
3 CORDERO, OP, Maximiliano García; PÉREZ RODRÍ- GUEZ, Gabriel. Biblia Comentada. Libros Sapienciales. 2.ª ed. Madrid: BAC, 1967, v. IV, p. 322.
4 CORRÊA DE OLIVEIRA, op. cit., p. 197.
5 SAN JUAN XXIII. Radiomensaje a la población de Messina, 28/12/1958.
6 CONCILIO VATICANO II. Gaudium et spes, n.º 37.
7 WEIGEL, George. Witness to Hope. The Biography of Pope John Paul II. Nova York: Harper Collins, 1999, p. 226.
8 SAN JUAN PAULO II. Homilía en la Solemnidad de la Asunción de la Virgen, 15/8/1998, n.º 2.
9 BENEDICTO XVI. Discurso al final del almuerzo con el colegio cardenalicio, 21/5/2012.
10 Cf. VAGAGGINI, OSB, Cipriano. El sentido teológico de la liturgia. Ensayo de liturgia teológica general. Madrid: BAC, 1959, pp. 340-341.
11 Ídem, p. 328.
12 Ídem, ibídem.
13 RATZINGER, Joseph. Convocados en el camino de la fe. La Iglesia como comunión. Madrid: Cristiandad, 2004, p. 295.
14 PÍO XII. Evangelii præcones, n.º 72.
15 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Via-Sacra. VIII Estação. In: Catolicismo. Campos dos Goytacazes. Año I. N.º 3 (Marzo, 1951); p. 5.
16 PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA. Mensaje con motivo del día de Hispanoamérica en las diócesis de España, 4/3/2012.
17 SAN JUAN PABLO II. Christifideles laici, n.º 4.
18 Ídem, n.º 3.
19 CONCILIO VATICANO II. Lumen gentium, n.º 39.
20 SOR LUCÍA. Memórias I. Quarta Memória, c. II, n.º 5. 13.ª ed. Fátima: Secretariado dos Pastorinhos, 2007, p. 177.
21 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Por fim, o meu Imaculado Coração triunfará! São Paulo: Lumen Sapientiæ, 2017, pp. 127-128.