María fue la primera persona que contempló a Cristo resucitado

Publicado el 04/17/2017

María fue la primera persona que contempló a Cristo resucitado

 

Cuando en los Evangelios leemos la narración de la Resurrección, de las apariciones y de los prodigios obrados por Él con su cuerpo glorioso, del fondo de nuestros corazones surge una pregunta: ninguno de los evangelistas relata una aparición de Cristo resucitado a su Santísima Madre, ¿se habría olvidado en ese momento de Aquella que fue la única que conservó la fe en su Resurrección? Ciertamente que no. Según la tradición cristiana unánime, Ella fue la primera persona que contempló a su Hijo resucitado. Probablemente los evangelistas consideraron superfluo narrar el hecho por ser algo demasiado evidente.

 

Esto afirma el destacado teólogo dominico José María Lagrange: “La piedad de los hijos de la Iglesia tiene por seguro que Cristo resucitado se apareció primero a su Santísima Madre. Ella lo alimentó con su leche, guió su infancia, lo presentó al mundo, por así decirlo, en las bodas de Caná, para no reaparecer más que junto a la cruz. Pero Jesús consagró sólo a Ella y a San José treinta años de su vida oculta: ¿cómo podía no haber sido para Ella sola el primer instante de su vida oculta en Dios? No interesaba divulgar esto en los Evangelios; María pertenece a un orden trascendente, en él está asociada como Madre a la paternidad del Padre con relación a Jesús. Sometámonos a la disposición del Espíritu Santo, dejando esta primera aparición de Jesús a las almas contemplativas”. 3

 

 

 


 

El silencio del Evangelio con relación a la Virgen

 

Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro” (Mt 28, 1).

 

Eran tres Marías. ¿Dónde se hallaba la tercera? ¿La Virgen dónde estaba? Se ve que tan grande era su dolor, su recogimiento y su esperanza que se encontraba por encima de todas las circunstancias y de todas las providencias concretas, incluso las más augustas, y hasta las que más relación tenían con el cuerpo de su divino Hijo. Estaba recogida, fuera y por encima de todos los acontecimientos. Por eso, las otras la servían, hacían por Ella, por mediación de Ella, por sugerencia de Ella, por las órdenes de Ella, aquello que Ella misma quisiera hacer.

 

Debemos imaginar a la Virgen en un estado excelso de recogimiento, en el que se concentraba todo el dolor, todo el júbilo, toda la esperanza de la Iglesia, para ser distribuidos más tarde a todos los fieles a lo largo de todos los tiempos. Por ese motivo, Aquella que, después de Jesucristo, es el centro de la Resurrección —porque sobre Ella todas las alegrías y glorias de la Resurrección convergieron del Señor como sobre un foco central—, de Ella no se dice una palabra, porque Ella es superior a toda alabanza, a toda referencia, a cualquier mención. Ella se encuentra por encima de todo.

 

Tan sólo nos toca pensar en ello y continuar reverentes la narración. Porque en el umbral de la puerta de la habitación donde se encontraba María no entró el cronista del Evangelio, y tampoco nosotros somos dignos de entrar. Nos queda únicamente, desde afuera, sentir ese perfume de la devoción de la Virgen, admirarnos y seguir adelante. Ésta es la razón del silencio de este pasaje del Evangelio a respecto de la Virgen.

(Plinio Corrêa de Oliveira. Charla. São Paulo, 5/4/1969)

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