Las perfecciones absolutas de Dios encuentran su máxima expresión creada en la humanidad santísima de Cristo, porque todo en Él es elevadísimo, sublime e incomparable. "Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud" (Col 1, 18-19).
Jesús reúne en sí todos los arquetipos de la Creación: todo cuanto hay de bueno, verdadero y bello en el universo se encuentra en Él en grado supremo.
Y como el corazón es el símbolo de la mentalidad, de los deseos y de las cualidades de una persona, su corazón es el arca sagrada, el templo y el tabernáculo de todas las maravillas de Dios.
Ahora bien, si "Dios es amor" (1 Jn 4, 16), el sagrado corazón de Cristo es también la más pura, bella y generosa expresión de ese amor, que le llevó a sacrificar a su Unigénito "para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
Paradójicamente, también fue por amor que Jesús se ausentó de los suyos. Cuando se encontraban abatidos por haberles dicho que los iba a dejar para subir al Cielo, les explicó: "Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré" (Jn 16, 7).
La visión humana que los Apóstoles aún conservaban del Mesías les habría impedido beneficiarse de las inconmensurables gracias que el Espíritu Santo derramaría sobre ellos con ocasión de Pentecostés. Para que la figura del Maestro creciera en la mente y en el corazón de cada uno, Jesús tenía que apartarse de ellos por algún tiempo.
¡Cuán misteriosos son los caminos de Dios! ¡Cómo nos cuesta aceptar las pruebas de la vida! Y, sin embargo, detrás de cada uno de los designios del Altísimo para con nosotros, siempre estará un bien mayor. Todo lo que Dios dispone que nos ocurra corresponde necesariamente a una determinación llena de amor y de bondad, aunque no logremos comprenderlo en ese momento, como pasó con los Apóstoles en la Pasión. Pero esto también será para mayor beneficio nuestro, pues en la prueba es donde somos purificados.
La consideración de esta verdad nos ayudará a enfrentar con ánimo las muchas dificultades -algunas inexplicables, e incluso a veces aparentemente injustas- que asolan nuestro mundo. La lucha, la dureza de la vida, el dolor, son aspectos inherentes a este "valle de lágrimas", porque únicamente por la cruz llegamos al Cielo. Por muchos esfuerzos que hagamos, nunca conseguiremos eliminar el sufrimiento de la faz de la tierra. Por lo tanto, para quien tiene fe, el principal auxilio que se ha de prestar a los que pasan por aflicciones o necesidades consiste en ayudarlos a comprender el valor de la cruz y enseñarles a seguir el ejemplo del divino Salvador.
En ese sentido, la obra de misericordia más grande es ayudar a los demás a sufrir… por amor a Dios.