Cuando el dolor se presente ante nosotros, no nos dejemos abatir por el desánimo. Tengamos en mente la “quaresmeira” rosada y enfrentemos el sufrimiento con la alegría que conduce al Cielo.
Eucaristía presidida por Mons. João S. Clá Dias en la basílica de Nuestra Señora del Rosario, Caieiras.
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Entre los diversos símbolos de las realidades sobrenaturales que Dios ha puesto en la naturaleza brasileña nos encontramos con uno muy elocuente: la quaresmeira, nombre popular en portugués de la Tibouchina granulosa tomado del sustantivo Quaresma, debido esto a que sus flores presentan tonalidades púrpura violeta, malva o morada y cuya floración ocurre, principalmente, de modo abundante poco antes de la Semana Santa.
Es fácil ver en esos bellos arbustos la mano del Creador, los cuales les recuerdan a los fieles que ha llegado la Cuaresma, tiempo de contrición y conversión caracterizado litúrgicamente por el uso del color violado. Sin embargo, un observador más atento percibirá que junto a las copas floridas de púrpura también se halla con cierta frecuencia otra variedad de la quaresmeira, cubierta de color rosáceo.
Dios no hace nada por casualidad. Si los atrayentes capullos púrpura invitan a una actitud de espíritu penitencial que debemos tener en los días que preceden al Triduo Pascual, ¿cuál será el simbolismo de esas flores rosadas?
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Quaresmeiras-rosa, variedad Kathleen – Parque CERET, São Paulo
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Justo en medio del Tiempo de Cuaresma existe un día reservado para celebrar la alegría: el Domingo Lætare. En éste, el púrpura de los paramentos cede el sitio al rosa, la música se vuelve más festiva y las flores regresan para adornar el presbiterio. Se hace una pausa en la penitencia, a fin de amenizar la tristeza por nuestros pecados con la perspectiva de la Resurrección.
La Santa Iglesia nos enseña en ese cuarto domingo de Cuaresma que el dolor y el arrepentimiento deben ir acompañados siempre de la alegría, porque en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo tenemos la certeza del perdón. Aunque no sólo es eso: la presencia del rosa junto al púrpura invita a que recordemos que en esta vida la felicidad es indisociable de la cruz. Para alcanzar la bienaventuranza eterna hay que pasar antes por contrariedades, reveses y sufrimientos. No existe mayor muestra de amor de Dios para con nosotros que las pruebas enviadas por Él para purificarnos y santificarnos.
“Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rom 8, 28). Por lo tanto, cuando el dolor llama a la puerta de cada uno de nosotros, debe florecer en nuestro corazón un sentimiento de alegría, tan bien simbolizado en las quaresmeiras rosas que brotan en medio de la púrpura penitencial.
La más perfecta de las meras criaturas, concebida sin pecado y dotada de todos los dones y virtudes, María Santísima, sufrió inmensamente en esta vida, hasta el punto de que la llamamos Corredentora. Ejemplo sublime de cómo Dios corona con el dolor a aquellos a quienes ama con predilección.
¡Cómo esta verdad desentona con los aforismos que el mundo pregona, los cuales equiparan la felicidad a un estado de plena satisfacción material, exenta de cualquier clase de sufrimiento! No obstante, la única felicidad posible para los hombres en esta tierra se encuentra en el camino abierto por Nuestro Señor Jesucristo con su cruz, y pasa por el cumplimiento del deber y por la aceptación de todas las adversidades, que han de ser abrazadas con entusiasmo, sabiendo que nos conducen al Cielo.
Cuando el dolor se presente ante nosotros, no creamos que hemos sido abandonados por Dios ni nos dejemos llevar por el desánimo. Tengamos en mente la imagen de la quaresmeira rosada en medio de las violáceas y enfrentemos el sufrimiento con alegría. De este modo estaremos preparando nuestras almas para el gozo eterno.