El sacerdote es modelo para los fieles
Ya que es visto por los fieles como alguien escogido por Dios para guiarlos, el ministro ordenado debe ser siempre modelo preclaro de virtud, como recomienda el Apóstol a su discípulo Tito para que él mismo sea para los demás: “Ejemplo de buena conducta, en lo que se refiere a la pureza de doctrina, a la dignidad, a la enseñanza correcta e inobjetable. De esa manera, el adversario quedará confundido, porque no tendrá nada que reprocharnos” (Tt 2, 7-8).
En efecto, una conducta irreprochable, inflamada de caridad, dandedo testimonio de la belleza de la Iglesia y de la veracidad del mensaje evangélico, hablará a las almas mucho más profunda y eficazmente que el discurso más lógico y elocuente: “El ornato del maestro es la vida virtuosa del discípulo, igual que la salud del enfermo redunda en alabanza del médico. […] Si presentamos nuestras buenas obras, será honrada la doctrina de Cristo”.8
Cristo es el auténtico modelo del ministro consagrado. Con Él es con quien debe configurarse el sacerdote, no sólo por el carácter sacramental, sino también por la imitación de sus perfecciones, de manera que en él los fieles puedan ver a otro Cristo. Sólo de esta forma se sentirán atraídos por el buen ejemplo de su pastor y guía.
Por causa de la sociable naturaleza del hombre, la buena reputación resultante de la virtud conduce a los demás a la imitación. Así, mientras más semejanza con Cristo encuentren los fieles en los ministros de Dios, tanto más fácilmente se dejarán guiar por ellos. Y su ministerio, por lo tanto, será más eficaz.
La sacralidad del sacerdote
Un elemento que va conexo al buen ejemplo es la proporcionada respetabilidad de la cual debe rodearse el ministro de Dios —no sólo por su comportamiento incontestable, sino también por su porte, su manera de ser y su vestimenta— para que su actuación ejerza más influencia en el alma de los fieles.
En efecto, incluso en nuestros días, la experiencia cotidiana nos revela como es impresionante la admiración prestada al religioso o sacerdote que se presenta como tal. Esta respetabilidad, que a algunos les puede parecer artificialidad, acaba siendo un valioso auxilio para el propio ministro, pues contribuye a que siempre tenga presente en su espíritu la alta dignidad de la que fue investido, la cual ha impreso carácter en su alma para toda la eternidad. Además que es, a la vez, una saludable protección contra las incontables seducciones del mundo.