Si es verdad que en el martirio de María Goretti resplandeció principalmente la pureza, en ésta y con ésta triunfaron también las demás virtudes cristianas. En la pureza estaba la afirmación más elemental y significativa del dominio perfecto del alma sobre la materia.
Medio millón de personas participaron en la ceremonia de canonización de Santa María Goretti, la primera realizada en la plaza de San Pedro
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Por un amoroso designio de la Providencia divina, la exaltación suprema de una humilde hija del pueblo ha sido celebrada en esta luminosa tarde con una solemnidad sin par y de una forma sin precedentes en los anales de la Iglesia, en la vastedad y en la majestad de este lugar de misterio, hecho templo sagrado, donde una vez más el firmamento canta las glorias del Altísimo. Por vosotros tan deseada, antes de que Nos lo dispusiéramos; con una concurrencia de fieles numerosísima, como no se ha visto igual en otras canonizaciones; y casi impuesta, sobre todo, por el deslumbrante fulgor y la embriagadora fragancia de ese lirio, revestido de púrpura, que ahora con profundo gozo hemos inscrito en el catálogo de los santos: la pequeña y dulce mártir de la pureza, María Goretti.
Irresistible fascinación del aroma sobrenatural de la pureza
¿Por qué, queridos hijos, habéis acudido en tan gran número a su glorificación? ¿Por qué, escuchando y leyendo la historia de su corta vida, similar a una límpida narración evangélica por la sencillez de las líneas, por el color del ambiente, por la propia fulmínea violencia de su muerte, os habéis enternecido hasta las lágrimas? ¿Por qué María Goretti ha conquistado tan rápidamente vuestros corazones hasta convertirse en la predilecta, la preferida? Existe, pues, en este mundo aparentemente abrumado e inmerso en el hedonismo, no sólo un minúsculo grupo de elegidos sedientos de cielo y aire puro, sino también una muchedumbre, una inmensa multitud sobre la cual el perfume de la pureza cristiana ejerce una fascinación irresistible y prometedora: prometedora y tranquilizadora.
Medio millón de personas participaron en la ceremonia de canonización de Santa María Goretti, la primera realizada en la plaza de San Pedro
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Si es verdad que en el martirio de María Goretti resplandeció principalmente la pureza, en ésta y con ésta triunfaron también las demás virtudes cristianas. En la pureza estaba la afirmación más elemental y significativa del dominio perfecto del alma sobre la materia; en el heroísmo supremo, que no se improvisa, estaba el amor tierno y dócil, obediente y activo a sus padres; el sacrificio, en el duro trabajo cotidiano; la pobreza, evangélicamente animada y sostenida por la confianza en la Providencia celestial; la religión tenazmente abrazada y queriéndola conocer cada día más, hecha tesoro de vida y alimentada por la llama de la oración; el deseo ardiente de recibir a Jesús Sacramentado, y, finalmente, corona de la caridad, el heroico perdón concedido a su asesino: una rústica guirnalda, pero tan agradable a Dios, de flores silvestres que adornó el blanco velo de su Primera Comunión y poco después su martirio.
Sobre el lodazal del mundo se extiende un Cielo de belleza
Así, este sagrado rito se desarrolla de forma espontánea en una asamblea popular por la pureza. Si a la luz de todo martirio siempre hace un amargo contraste la mancha de una iniquidad, detrás del de María Goretti hay un escándalo que a principios de este siglo parecía inaudito. Después de casi cincuenta años, frecuentemente en medio a la insuficiente reacción de los buenos, la conjuración de las malas costumbres, valiéndose de libros, ilustraciones, espectáculos, conciertos, modas, playas, asociaciones, trata de minar en el seno de la sociedad y de las familias, en detrimento de la infancia incluso la más tierna, lo que eran las defensas naturales de la virtud.
Oh jóvenes, niños y niñas queridísimos, pupilas de los ojos de Jesús y de los Nuestros, decid: ¿estáis bien decididos a resistir firmemente, con la ayuda de la gracia divina, a cualquier ataque que otros osen hacer contra vuestra pureza?
Llegada de Pío XII al recinto en silla gestatoria
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Y vosotros, padres y madres, presentes en esta multitud, ante la imagen de esta virgen adolescente, que con su impoluto candor ha raptado vuestros corazones, en presencia de su madre, que —habiéndola educado para el martirio— no deplora su muerte, aun viviendo un tormento, y ahora se inclina conmovida para invocarla, decid: ¿estáis listos para asumir el solemne compromiso de vigilar, tanto cuanto os es posible, a vuestros hijos, a vuestras hijas, para preservarlos y defenderlos contra tantos peligros que los rodean, y mantener los siempre lejos de los sitios de aleccionamiento en la impiedad y en la perversión moral?
Y ahora, oh todos vosotros que me estáis escuchando: ¡arriba los corazones! Sobre los pantanos y el lodazal del mundo se extiende un inmenso Cielo de belleza, el Cielo que fascinó a la pequeña María, el Cielo al cual quiso subir por el único camino que él conduce: la religión, el amor a Cristo, la heroica observancia de sus Mandamientos.
¡A ti confiamos estos hijos e hijas!
El público venera los restos mortales de la jovencísima mártir de la castidad, expuestos en la basílica
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¡Salve, oh suave y amable santa! Mártir en la tierra y ángel en el Cielo. Desde tu gloria vuelve la mirada hacia este pueblo que te ama, te venera, te glorifica, te exalta. Sobre tu frente llevas claro y refulgente el nombre victorioso de Cristo (cf. Ap 3, 12); en tu rostro virginal se refleja la fuerza del amor, la constancia de la fidelidad al Esposo divino; eres su novia de sangre, para representar en ti misma su imagen.
A ti, poderosa ante el Cordero de Dios, confiamos estos Nuestros hijos e hijas aquí presentes y a todos los que a Nos están espiritualmente unidos. Admiran tu heroísmo, pero aún más desean ser tus imitadores en el fervor de la fe y en la incorruptible pureza de las costumbres. A ti recurren los padres y las madres, para que los asistas en su misión educativa. En ti, por Nuestras manos encuentran refugio la infancia y la juventud toda, para que sean protegidas de cualquier contaminación y avancen por el camino de la vida en la serenidad y en la alegría de los puros de corazón. Que así sea.
PÍO XII. “Discurso a los fieles reunidos en Roma para la canonización de Santa María Goretti”, 24/6/1950