Sencillas y profundas, las parábolas del Nuestro Señor Jesucristo brillan como singulares joyas de espíritu en el Evangelio. Fueron uno de los más bellos pilares de la divina pedagogía y han sido objeto de meditación para los fieles de todos los tiempos.
Con el objetivo de estimular la vivaz inteligencia y notable capacidad imaginativa de los orientales, y así moverles la voluntad, el divino Maestro presenta con arte, por medio de parábolas, los temas de más difícil comprensión para el pueblo elegido. En los labios sagrados del Salvador florecían sencillas y profundas, llenas de belleza y colorido, que merecieron de reputados exegetas títulos tan enaltecedores como: joyas del Evangelio, admirables fragmentos literarios o inagotables tesoros de doctrina.
Enseñar con bondad a gente sencilla
Jesús hablaba a un público compuesto, en su mayoría, por gente sencilla: pescadores, artesanos, agricultores o pastores, personas preocupadas con los problemas menudos de la vida cotidiana.
Predicaba en las sinagogas, pero también en ambientes populares, marcados por un cierto toque poético de la naturaleza. Podía hacerlo en lo alto del monte de las Bienaventuranzas, sentado en una piedra; o de pie a orillas del lago de Tiberíades, con la blanca espuma casi besándole sus divinos pies; o usando como púlpito la barca de Pedro, que se balanceaba dulcemente en las aguas tranquilas. Los hombres grandiosos tienen el don de conferir algo de su grandeza a las pequeñas cosas de las que se sirven. ¿Puede haber cátedra más augusta que aquella barca?
En este contexto, el recurso de las parábolas denotaba una forma de enseñar llena de bondad, que amenizaba el discurso doctrinario, incentivaba el interés, apelaba a los sentimientos de los oyentes. “Por su naturaleza, tan atractiva y animada, por sus variados colores y por los seres que pone en escena, [la parábola] excita la atención, pica la curiosidad y despierta la inteligencia, para que al punto se mueva a buscar su significado”,1 comenta el célebre P. Louis-Claude Fillion.
Prudencia ante los oyentes malintencionados
En la Antigua Ley su uso era habitual y de ellas se valían frecuentemente los rabinos. La palabra hebrea para designarlas era משָָלׁ (mashal), que significa semejante, y también tenía el sentido de enigma. Acentuando este último aspecto, en el libro de Ezequiel nos encontramos con esta curiosa ponderación: “Ay, mi Dios y Señor, ellos andan diciendo de mí: ‘No es sino un juglar de fábulas’ ” (21, 5).
También Natán e Isaías usaron parábolas en sus profecías. Sin embargo, ninguna de aquellas narraciones era equiparable a las del Señor, en el Nuevo Testamento. Y el sentido más profundo de ellas, la mayor parte de las veces, quedaba cubierto por un manto de misterio…
Esto era así porque a menudo se contaban entre las multitudes que seguían al Hijo del Hombre personajes hostiles, como los fariseos, escribas, saduceos y herodianos. Al ocultarles la doctrina que flotaba por encima de aquellas sencillas historias, se precavía contra sus malas intenciones. Evitaba también echarles perlas a los cerdos (cf. Mt 7, 6), es decir, hacer que sus divinas enseñanzas llegaran hasta los que irían calcarlas con los pies y volverse con odio contra quien sólo quería beneficiarlos.
Debía actuar con sabia prudencia para formar a los que tenían el corazón abierto al Reino de los Cielos, sin darles motivo a los que lo espiaban llenos de deseo de perjudicarlo.
¿Qué es exactamente una parábola?
Podemos definir las parábolas como cortas historias simbólicas de las que se extraen enseñanzas morales o religiosas.
La palabra que hoy usamos para designarla es de origen griego. Está formada por el adverbio παρά (pará), que significa al lado, y el verbo βάλλω (bállo), que significa yo lanzo. Literalmente parábola tiene el sentido de yo pongo al lado. No obstante, “Cicerón la tradujo por collatio, ‘comparación’; Tertuliano, por similitudo, ‘semejanza’ ”.2
Fillion, por su parte, las considera “como un compuesto de cuerpo y alma” en el cual “el cuerpo es la narración misma, en su sentido obvio y natural; el alma es una serie de ideas paralelas a las primeras, que desenvuelven siguiendo el mismo orden, pero en un plano superior, de suerte que son menester advertencia y atención para alcanzarlas”.3
Aunque la parábola tiene cierta analogía con la fábula, difiere de ésta en dos puntos importantes. Primero: no pone en escena a seres cuyas acciones sobrepasan las leyes de la naturaleza, como, por ejemplo, un árbol que anda o un cordero que habla. Segundo: su objetivo moral o religioso es muy superior a la fábula, pues ésta no se eleva por encima del ámbito natural. También se diferencia de la alegoría, la cual “es una metáfora prolongada, complicada, que personifica directamente las ideas”.4
Sutileza que incita a la reflexión
El número de las parábolas del Salvador registradas en los Evangelios puede ser mayor o menor, según los criterios que se apliquen. Ciertos autores incluyen entre ellas las breves escenas alegóricas incluidas en el texto de San Juan, elevando la cifra a casi 100; otros hablan de sólo 72; y para los más exigentes, el total no llegaría a 30. Fuentes recientes enumeran 39 parábolas, todas ellas en los sinópticos. 5
Parábola de los viñadores – Museo de Arte Religioso, Cuzco (Perú)
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En San Mateo, el evangelista que más habla del Reino de los Cielos, encontramos 21, de las cuales diez son inéditas. San Lucas presenta 29 en total; y diecisiete de ellas no se encuentran en los otros sinópticos. San Marcos sería el único que narra la parábola de la semilla que germina silenciosa (cf. Mc 4, 26-29), entre las 8 que presenta.
El divino Maestro recoge en esas narraciones aspectos de las diversas actividades de sus oyentes: pastoril, agrícola, doméstica, política, religiosa. Al poner en escena a personajes ricos y pobres, judíos y samaritanos, fariseos y publicanos, sacerdotes y levitas, hijos de reyes y simples criados, está componiendo episodios de majestuoso candor. Por su gracia, su variedad, su originalidad y sus inapreciables lecciones, las parábolas de Jesús “son verdaderas obras maestras, que ocupan lugar aparte en la literatura universal”.6
Se destacan por la sencillez de expresión, saludable realismo y auténtica poesía. Y por su forma de presentar realidades de tenor moral o religioso, valiéndose de cosas o situaciones de la vida corriente, las parábolas tienen el poder de penetrar más a fondo en la mentalidad de los que las oyen y, con eso, se fijan con más facilidad en la memoria. Además, al salir de los labios de Jesús, su divina voz, su mirada, sus gestos le confieren un poder de penetración mucho mayor.
Las parábolas evangélicas son, sin duda, válidas para todas las gentes, épocas y lugares; de modo especial, no obstante, para el pueblo semítico, que tiene la mente muy abierta para este tipo de enseñanza. Al contrario que los griegos, los hebreos eran transportados por medio de analogías a las regiones más elevadas del pensamiento e, incluso, manifestaban cierta preferencia por las oscuridades que encerraban las parábolas, por el enigma formulado con sutileza, incitando a reflexionar o, en último caso, a pedir explicaciones.
¿Por qué Jesús enseñaba por medio de parábolas?
En aquel tiempo, como hemos dicho, el Señor se encontraba habitualmente ante personas sencillas, a las cuales no era fácil predicar la Buena Noticia. Tenían deseo de ser instruidas, pero era necesaria una especial capacidad pedagógica para penetrar en sus mentalidades rudas y poco dadas al raciocinio.
Una mera exposición doctrinaria no sería comprendida por ellas, aunque tuvieran el espíritu abierto a la consideración de las cosas celestiales. Al mismo tiempo, la bella y densa doctrina del Maestro exigía oídos atentos y buena disposición de corazón para recibirla.
En el primer año de su vida pública, Jesús predicaba a las multitudes sin velar sus pensamientos. El pueblo lo entendía sin necesidad de metáforas, como en el Sermón de la Montaña. Cuando gente malintencionada empezó a asediarlo, Él decidió realizar un estratégico cambio en su método pedagógico: pasó a presentar sus enseñanzas sobre el Reino revestidas de los ropajes parabólico-enigmáticos, lo que no hizo que su predicación perdiera en nada la fuerza persuasiva; muy por el contrario…
Castigo para unos, misericordia para otros
El uso de la parábola, no obstante, acarreó durante mucho tiempo dificultades para los exegetas. Unos las analizaron desde el prisma de la misericordia, otros, de la justicia. Los primeros defienden que su objetivo era beneficiar a los hombres rudos del pueblo elegido, que tendrían así más facilidad de comprender; los segundos las veían como un castigo para aquella “generación adúltera y pecadora” (Mc 8, 38), que exigía signos.
Es lo que afirma el reputado teólogo dominico P. Manuel de Tuya: “Para unos, Cristo les habla de esta manera por castigo —tesis de la justicia—; al no escuchar ni atender debidamente su predicación, Cristo castigaría a las gentes velándoles su doctrina; otros sostienen que el uso de las parábolas, como método pedagógico, tiene una finalidad docente —tesis de la misericordia”.7
Por su parte, el P. Juan de Maldonado juzga que “Cristo usó de parábolas no para que entendieran mejor los oyentes, sino para que aquellos que no querían creer cuando les hablaba abierta y claramente, oyéndole hablar en parábolas, no lo comprendieran aunque quisieran”.8
¡Bienaventurados los que ven!
A la pregunta de los discípulos, “¿Por qué les hablas en parábolas?” (Mt 13, 10), Jesús responde: “A vosotros se os han dado a conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender” (Mt 13, 11-13).
Y para dejar bien claro el sentido de sus palabras el divino Maestro añade: “Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: ‘Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure’. Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen” (Mt 13, 14-16).
Las palabras del Señor resuenan en nuestros oídos como dura reprobación. Sin embargo, denotan su misericordia para con los que tienen corazón recto y de ellas se aprovechan. Sirven de castigo únicamente para los espíritus empedernidos, que taparon sus oídos a la voz de la gracia y de ellas no quisieron sacar provecho, porque Cristo no vino para perder la vida de los hombres, sino para salvarla; basta para ello recordar la parábola de la oveja perdida (cf. Mt 18, 12-13).
Lenguaje eminentemente divino
Es oportuno resaltar, finalmente, que incluso estando muy pegadas a los ambientes de la época, las parábolas evangélicas han sido de enorme beneficio espiritual para los fieles a lo largo de los siglos. Figuras como la del Buen Pastor (cf. Jn 10, 14-16), que invita a una confianza ilimitada, o la de las diez vírgenes (cf. Mt 25, 1-13), que incita a la vigilancia, proporcionarán a las personas de fe materia para meditación en todos los tiempos.
En efecto, fácil es dejarse llevar por la admirable naturalidad de la parábola del sembrador (cf. Mt 13, 4-9; Mc 4, 3-9; Lc 8, 5-15), en la que Jesús explica cómo es acogida la Palabra de Dios por distintas categorías de oyentes: los que no entienden, los inconstantes, los amigos de los bienes mundanos, los que la comprenden y la ponen en práctica.
Lo mismo ocurre con la de la cizaña y el trigo (cf. Mt 13, 24-30), en la cual explica cómo serán divididos fieles y réprobos en el fin de los tiempos: así como la cizaña es echada en el fuego, los pecadores serán lanzados en el horno ardiente del Infierno, y los justos resplandecerán como el sol, en el Cielo.
Por poner un ejemplo más, consideremos la parábola del comerciante de perlas (cf. Mt 13, 45-46) y la del tesoro escondido en el campo (cf. Mt 13, 44): con tan pocas palabras el divino Maestro inculca en el alma de los fieles la infinita ventaja de renunciar a los bienes terrenos y trabajar con alegría para conquistar el Reino de los Cielos.
El lenguaje de las parábolas se vuelve eminentemente divino en los labios de Nuestro Señor Jesucristo. Atemporal, participando en alguna medida de lo eterno, cruza los siglos enseñando, encantando y advirtiendo. “Al mismo tiempo es comprensible para los ignorantes y fuente de meditación para los doctos. Literalmente está privada de cualquier artificio, aunque supere por el poder emocional los más elaborados ingenios literarios. No aturde, sino que persuade; no sólo vence, sino que convence”.9 ²
1 FILLION, PSS, Louis- Claude. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Vida pública. Madrid: Rialp, 2000, v. II, pp. 192-193.
2 Ídem, p. 179, nota 3.
3 Ídem, p. 180.
4 Ídem, ibídem.
5 Cf. GRUEN, Wolfango; RAVASI, Gianfranco. Piccolo vocabolario della Bibbia. 4.ª ed. Milano: San Paolo, 1997, p. 54.
6 FILLION, op. cit., p. 183.
7 TUYA, OP, Manuel de. Biblia Comentada. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, v. V, p. 306.
8 MALDONADO, SJ, Juan de. Comentarios a los cuatro Evangelios. Evangelios de San Marcos y San Lucas. Madrid: BAC, 1951, v. II, p. 103.
9 RICCIOTTI, Giuseppe. Vita di Gesù Cristo. 16.ª ed. Verona: Arnoldo Mondadori, 1965, p. 402.