Es prenda de vida eterna
La Eucaristía es, por tanto, “sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera”.7 Éste es el tercer efecto que la comunión produce en nosotros, llamado escatológico, porque se refiere a los últimos acontecimientos del hombre: muerte, juicio y salvación o condenación eternas.
Prenda es la entrega de un objeto como garantía de que se cumplirá cierta promesa hecha a alguien. Por ejemplo, cuando se necesita un préstamo bancario, se puede empeñar una joya; después de valorarla, se recibe determinada cantidad y la institución financiera retiene dicha pieza como fianza de que se pagará el préstamo.
Ahora bien, la afirmación de que la Eucaristía es “prenda de la gloria venidera” implica un significado esperanzador: siempre que comulgamos, en las debidas condiciones, recibimos la prenda de pasar por el juicio divino y alcanzar la vida eterna, respaldados por la afirmación del divino Maestro: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54). Pero para ello la muerte ha de cogernos en las disposiciones de alma necesarias para ser aptos de recibir la Eucaristía, en ese postrer momento, aunque sea por deseo.
La Santa Iglesia siempre ha incentivado que, en peligro de muerte, los cristianos reciban la Sagrada Comunión.8 Sacramento que, in extremis, recibe el nombre de Viático. Así se llamaba el alimento reservado para un largo viaje y de ahí deriva el nombre de esa última comunión, administrada a quien parte definitivamente hacia la Patria celestial.
El III Concilio de Cartago (397) prohibió la costumbre difundida entre algunos cristianos de poner una hostia consagrada en la boca de los difuntos antes de que los enterraran. Mediante tal práctica se creía que los fallecidos llevarían la prenda de la salvación eterna. Actitud, sin duda, reprobable e ingenua, pues se trataba de cadáveres, desprovistos de alma. Sin embargo, no deja de revelar cómo los cristianos tenían presente, ya en aquel tiempo, el valioso efecto escatológico de la comunión.
El papel de la Santísima Virgen
Trazados algunos aspectos de la primera dimensión de la Eucaristía, dejemos las otras dos para posteriores artículos. Pero, antes de concluir, detengámonos en hacer una referencia a la Virgen, porque ese augustísimo sacramento, en cierto sentido, está en “continuidad con la Encarnación”.9 En la Última Cena, Jesús no podría haber dicho “esto es mi cuerpo” o “este es el cáliz de mi sangre”, si no hubiera recibido un cuerpo de las entrañas de María. Al concebirlo físicamente, nuestra Señora preparó y, en algo, anticipó la Sagrada Comunión, tanto por haber contribuido con la realidad física del Hombre-Dios, como por haber habitado Él en el interior de su claustro virginal, durante nueve meses.
Así pues, que nuestro “amén”, al recibir la Sagrada Comunión, también sea una continuidad de la fe de la Santísima Virgen, cuando respondió “hágase” al llamamiento del ángel, mediante el cual le anunciaba que el mismo Dios sería fruto de su vientre.