Lo que la Iglesia une en la Tierra, Jesús une en el cielo

Publicado el 02/06/2014

En verdad os digo: todo lo que ates en la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra será también desatado en el cielo. (Mt 18,18)

 

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Parece que hay algunos católicos que no entendieron todavía las promesas que Jesús hizo a la Iglesia que Él instituyó sobre Pedro de los Apóstoles. Entre otras Él les dijo: “Quien os oye a Mí oye; quien os rechaza, a Mí rechaza; y quien me rechaza, rechaza a Aquel que me envió”. (Lc 10,16)

 

Esta es la bella lógica que Dios escogió para salvar a la humanidad: el Padre envió al Hijo como salvador y Redentor; y el Hijo envió a la Iglesia. Es preciso tener claro que la Iglesia es la “prolongación de la presencia de Cristo en medio de la humanidad”. “La Iglesia es el Cuerpo del Señor, y el ostensorio de su corazón”, dijo Maurice Zundel. Bossuet prefirió decir que: “La Iglesia es Jesucristo derramado y comunicado a toda la tierra”.

 

Los grandes Santos Padres de la Iglesia, doctores de la Iglesia, como San Basilio Magno, San Gregorio de Nisa, San Gregorio Nazianzeno, San Agustín, San Jerónimo, etc., tenían esta certeza: “Ubi Petrus, ibi Ecclesia; ubi Ecclesia ibi Christus” (Donde está Pedro, está la Iglesia; donde está la Iglesia está Jesucristo). San Ignacio de Antioquía (†110), mártir en el Coliseo de Roma, dijo: “Donde está Cristo Jesús está la Iglesia Católica”. La Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, dijo que “Dios estableció congregar en la Santa Iglesia a los que creen en Cristo” (LG, 2).

 

Una promesa que Jesús hizo a la Iglesia, a Pedro (Mt 16,19) y a los Apóstoles unidos a Pedro (Mt 18,18), es que todo lo que ellos unan en la Tierra, Él uniría en el cielo. Y ahí está la infalibilidad de la Iglesia: como en el cielo no puede ser unido nada equivocado, entonces, el Espíritu Santo asiste y guía la Iglesia para no unir nada equivocado en la Tierra, pues esto tendrá que ser unido en el cielo, por fuerza de promesa de Jesús.

 

De esta certeza viene toda la belleza, por ejemplo, de la Liturgia. O todavía, cuando la Iglesia celebra la Navidad aquí, en el día 25 de diciembre, el cielo también la celebra en este día. Si la Iglesia celebra el día del nacimiento de Nuestra Señora el día 8 de septiembre, el cielo lo celebra en el mismo día, y así por delante. Y cuando celebramos esas fechas y todas las otras fiestas litúrgicas, solemnidades y memorias de santos, en el día fijado por la Iglesia, las gracias de ese acontecimiento se tornan actuales y las recibimos en su celebración como en el acontecimiento original. De modo especial, cuando celebramos la Santa Misa, se torna presente nuestra Redención. De ahí viene toda la belleza, profundidad y espiritualidad de la Liturgia.

 

Es de causar admiración el poder que Jesús confió a Pedro, el Papa, y a su Iglesia. Cuando el Papa confirma, por ejemplo, que alguien es santo, y lo canoniza, no hay duda de que aquella persona está en el cielo, “intercediendo por nosotros sin cesar”, como dice la Liturgia eucarística. Esta es la belleza de nuestra fe; desde aquí de la Tierra ya participamos de la gloria del cielo, como que por anticipación.

 

Por el Profesor Felipe Aquino

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