Los ángeles en la doctrina de la Iglesia

Publicado el 11/23/2016

Recurrir a los ángeles se pone cada vez más de moda, pero ¿qué sabe la gran mayoría de las personas de estas criaturas espirituales e inmortales?.

 


 

Después de un período de escepticismo y materialismo que triunfó en la mayor parte de los siglos XIX y XX, Occidente volvió a manifestar una definida atracción por el mundo de los espíritus. Si hasta hace dos o tres décadas hablar de ángeles sonaba a oídos de muchos como un resabio de inmadurez o falta de cultura, hoy se ha vuelto una moda.

 

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Abundan libros y películas retratando a seres extraordinarios, poderosos, dotados con cualidades sobrenaturales, seres sobrehumanos frente a los cuales el común de los mortales queda impotente. ¿No será un síntoma de interés por el mundo angélico? Junto a la fantasía y el mito, hay obras esotéricas de amplia difusión que presentan una visión distorsionada de estos seres espirituales, y la ignorancia religiosa sólo contribuye a multiplicar los equívocos en esta materia.

 

Si queremos conocer la realidad acerca de los ángeles, ¿dónde encontrar la verdad entre tanta desinformación?

 

Las Sagradas Escrituras

 

Mucho antes que las definiciones teológicas de los últimos siglos, la enseñanza sobre los ángeles encuentra su fundamento en la autoridad de las Sagradas Escrituras y de los Padres de la Iglesia.

 

Tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento hay numerosos pasajes que muestran a los ángeles en la tarea de proteger y guiar a los hombres o sirviendo como mensajeros de Dios. El versículo 11 del Salmo 90 menciona claramente a los ángeles de la guarda: “Él te encomendó a sus ángeles para que te cuiden en todos tus caminos”.

 

Si en algunas ocasiones los encargados de misiones en la tierra son ángeles de la más alta jerarquía celestial –los casos de san Gabriel y san Rafael–, en muchas otras se trata de una actuación del ángel guardián de la persona involucrada, aunque la Biblia no lo menciona específicamente. Esa es la impresión que deja, por ejemplo, la lectura del profeta Daniel, salvado de las fieras hambrientas en la cárcel, cuando declara ante el rey Darío: “Mi Dios ha enviado a su ángel, que ha cerrado la boca de los leones para que no me hiciesen mal” (Dn 6, 22). Del mismo modo, en los Hechos de los Apóstoles vemos a san Pedro liberado de la prisión por un ángel (Cf. Hch 12, 1-11).

 

Nuestro Señor hace una referencia muy clara a los ángeles de la guarda cuando dice: “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10).

 

San Pablo, en la Epístola a los Hebreos, enseña que todos los ángeles son espíritus al servicio de Dios, quien les confía misiones a favor de los herederos de la salvación eterna (Cf. Heb 1, 14).

 

Los Padres de la Iglesia

 

Siguiendo la huella de las Sagradas Escrituras, la mayoría de los Padres de la Iglesia habla de los ángeles como custodios del hombre. San Basilio Magno declara en la obra Adversus Eunomium: “Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor, para conducirlo a la vida”.

 

En el siglo II, Hermas, en la obra “El Pastor”, dice que todo hombre posee un ángel de la guarda que lo inspira y aconseja para practicar la justicia y huir del mal. En el siglo III la creencia en los ángeles custodios echaba raíces en el espíritu cristiano, tanto que Orígenes le dedica varios pasajes, y sobre la misma materia encontramos hermosos textos de san Basilio, san Hilario de Poitiers, san Gregorio Nacianceno, san Gregorio de Nisa, san Cirilo de Alejandría, san Jerónimo. Todos ellos enseñan que: el ángel custodio preside las oraciones de los fieles, ofreciéndolas a Dios por medio de Cristo; como nuestro guía, le pide a Dios que nos libre de los peligros y nos lleve a la bienaventuranza; es como un escudo que nos rodea y protege; es un preceptor que nos enseña el culto y la adoración; nuestra dignidad es más grande por disponer de un ángel protector desde el nacimiento.

 

Desarrollos posteriores

 

En el siglo XII, Honorio de Autun promovió la doctrina de que cada alma, al unirse con el cuerpo, es confiada a un ángel cuya misión será inducirla al bien y dar cuenta de sus actos frente a Dios. San Alberto Magno y santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, enseñaron, junto a san Pedro Damián, que el ángel guardián no abandona al alma pecadora, sino que trata de llevarla al arrepentimiento y la reconciliación con Dios.

 

En 1608 el Papa Pablo V instituyó la fiesta de los Santo Ángeles Custodios. Posteriormente, en 1670, el Papa Clemente X fijó su conmemoración definitiva para el día 2 de octubre, haciéndola además obligatoria en toda la Iglesia.

 

El Catecismo de la Iglesia Católica se refiere a la misión del ángel de la guarda con nosotros: “Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión” (n. 336); y el Papa Juan Pablo II, en la Audiencia General del 6 de agosto de 1986, acentúa que “la Iglesia confiesa su fe en los ángeles custodios, venerándolos en la liturgia con una fiesta especial, y recomendando que se recurra a su protección con una oración frecuente, como la invocación ‘Ángel del Señor’.”

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