La Virgen Blanca. Colección particular (Escultura en marfil reproduciendo la original que se encuentra en la Catedral de Toledo, España)
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Hay un himno a Nuestra Señora que me gusta mucho, cuyas estrofas afirman:
Si tú quieres el Cielo, “Oh alma, invoca el nombre de María.
A los que invocan a María, las puertas del Cielo se abren Por el nombre de María los cielos se alegran, los infiernos se estremecen.
El Cielo, la Tierra y los mares, el mundo entero se regocija. Huyen las culpas y las tinieblas, los dolores y las úlceras de la enfermedad.
A los vencidos se les desatan los pies y las aguas se vuelven mansas para los navegantes.
Gloria a María, Hija del Padre, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, Esposa del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén”.
Este himno es muy bonito, tiene mucho candor. Al decir esto, no lo disocio de Nuestra Señora altísima, purísima, reinando en el Cielo y, por causa de esto, ejerciendo sobre la Tierra esa acción bienhechora, enorme. No hay mares, no hay tinieblas, no hay nada que ella no domine, por causa de ser tan buena y estar tan alto.
(Extraído de conferencia de 6/7/1985)