Los Dolores de Nuestra Señora II

Publicado el 04/15/2017

Después de describir la fisionomía moral de la Madre de Dios, el Dr. Plinio considera algunos sufrimientos por los cuales pasó la “Mulier dolorum” a lo largo de toda su existencia, en unión con su Unigénito.

 


 

Con respecto a Nuestra Señora y sus dolores, podemos considerar fundamentalmente lo siguiente:

 

Se engañan los que piensan que la Virgen María tuvo durante su vida una sola ocasión de dolor, correspondiente a la Pasión y Muerte de su Divino Hijo. Ese momento realmente fue de un dolor supremo, el mayor que jamás se haya sentido en el universo, por debajo del dolor insondable de Nuestro Señor Jesucristo en su humanidad santísima.

 

Fue un dolor tan grande, que recapituló todos los dolores del universo. Todo cuanto sufrieron los hombres desde la caída de Adán y sufrirán hasta el último instante en que haya hombres vivos en la tierra, será incomparablemente menos que el dolor que Nuestra Señora sufrió.

 

No obstante, se equivocaría quien pensase que Ella padeció esos dolores durante la Pasión, pero fuera de ese período no habría sufrido más. Y su vida, por lo tanto, habría transcurrido en la calma, satisfecha, inundada de alegría por ser la Madre del Salvador, cuando, de repente, llegó el dolor lancinante que duró hasta la Resurrección de Nuestro Señor, pero después pasó el sufrimiento y Ella tuvo nuevamente una vida alegre.

 

Eso no sucedió en la realidad y es un modo completamente equivocado de considerar los dolores de Nuestra Señora.

 

Nuestro Señor Jesucristo fue llamado por uno de los profetas – si no me engaño, el profeta Isaías1 – Vir dolorum: el Varón de dolores; el hombre al cual le era propio sufrir, lleno de dolores y que traía esos dolores en su alma santísima durante toda su existencia.

 

De tal manera que la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo no fue un hecho aislado de su vida, sino el ápice de una secuencia enorme de dolores que comenzaron desde el primer instante de su ser y llegaron hasta el momento en el cual Él exhaló, en un diluvio de dolores, el terrible Consummatum est2. Él sufrió continuamente durante todo ese tiempo.

 

Ahora bien, como Nuestra Señora es el espejo de la sabiduría, el espejo de la justicia y refleja en sí todo lo de Nuestro Señor Jesucristo, de Nuestra Señora se debe decir que fue la Mulier dolorum, la Mujer, la Dama de los dolores, y que Ella también tuvo su vida entera embebida de dolor, de sufrimiento.

 

Es verdad que ese dolor tuvo proporción con las fuerzas incalculables que la gracia le daba. Fue, sin duda, un dolor impuesto por la Providencia, y por lo tanto, por más lancinante que haya sido, no era de esos dolores que producen turbulencias y pruebas que devastan y ensucian el alma.

 

Eran dolores inmensos, pero muy arquitectónicos, muy sabios, ¡recibidos con una admirable serenidad de alma! De manera tal que, así como se atribuyen a Nuestro Señor estas palabras de Isaías: Ecce in pace amaritudo mea amarissima3 – “Eh aquí en la paz mi amargura muy amarga” –, de Nuestra Señora también se puede decir: “Eh aquí en la paz mi amargura muy amarga.” En medio de un océano de dolor, todo equilibrado, raciocinado, reflexionado y soportado con amor y con una incomparable estabilidad de alma, sin emociones exageradas.

 

Entrelazamiento de los dolores más tremendos con las alegrías más excelsas

 

Por lo tanto, con una casi que infinidad de sufrimientos padecidos sin agitación, sin pánico, aunque con mucho miedo, con mucha angustia y, en ciertas circunstancias, hasta con un peso de dolor de casi desgarrar, la Santísima Virgen fue durante toda su vida una gran sufridora. Una sufridora que, sin embargo, tuvo momentos de alegría, y más aún, tuvo una gran felicidad a lo largo de toda su existencia.

 

Ella tuvo también alegrías como ninguna persona tuvo jamás. Y todas las alegrías del mundo, desde el primer instante en que el hombre fue creado en el Paraíso, hasta el último momento en que haya hombres en la Tierra, todas sumadas no llegan a las grandes alegrías de Nuestra Señora.

 

Pero esos dolores y esas alegrías se entrelazaban continuamente, y Ella vivía soportando el peso de los padecimientos más tremendos, y al mismo tiempo era aliviada por el bálsamo de las alegrías más excelsas.

 

Vista de ese modo la fisionomía moral insondablemente santa de María, conviene que nos centremos especialmente en sus dolores. ¿Cuáles fue uno de los mayores dolores de Nuestra Señora?

 

El tormento de considerar los pecados de los hombres

 

Aún antes de saber que sería la Madre de Dios, Ella comenzó a sufrir un dolor inmenso para un alma celosa, y que atormentó a incontables santos – creo que afligió a todos los santos a lo largo de la historia – y Nuestra Señora lo tuvo, naturalmente, en un grado superlativo.

 

Concebida sin pecado original, la Santísima Virgen, ya inició su vida mística desde el primer instante del uso de la razón y tuvo conocimiento del pecado y de toda la infelicidad de los hombres. Nutriendo un tal celo por la gloria de Dios que daría mil vidas para evitar un pecado mortal, Ella pasaba por ese dolor tremendo de ver a la humanidad entera inmersa en el pecado. Sufría al considerar a las personas que morían y cuyas almas, en un número enorme, caían al infierno, o bien, cuando no se condenaban, iban a la triste morada del Sheol, donde muchas ya se encontraban hacía decenas de siglos, a la espera de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Además, Nuestra Señora vio los pecados cometidos con ocasión de la llegada del Mesías, y los que vendrían después del Salvador hasta el fin del mundo. Y eso le causaba un tormento del cual no podemos hacernos una idea.

 

Hubo un santo – no sé si fue San Ignacio de Loyola – que dijo lo siguiente: si él tuviese que vivir toda la vida simplemente para evitar un pecado mortal de una persona que después fuese al infierno, él daría por bien empleados todos los sufrimientos de su existencia. Por lo tanto, no para salvar esa alma, sino para impedir que fuese hecha una ofensa grave a Dios, de tal manera el pecado mortal es un mal insondable.

 

Pero si ese era el pensamiento de un santo, ¿qué pensaba Nuestra Señora, al lado de la cual el santo más grande es menos que una gota de agua comparada con todos los mares del mundo, es más pequeño que un grano de polvo en comparación con todos los universos? La santidad de la Virgen María no tiene proporción con nada. Nosotros no podemos hacer el cómputo de la desproporción entre la santidad de Ella y la de todos los ángeles y santos reunidos. Así, ¡qué tormento constituían para Ella los pecados de los hombres!

 

1) Is 53, 3.

2) Jn 19, 30.

3) Is 38, 17 (Vulgata)

(Revista Dr. Plinio, No. 180, marzo de 2013, p. 10-15, Editora Retornarei Ltda., São Paulo Extraído de una conferencia del 17.3.1967).

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