Los sacramentales

Publicado el 08/09/2016

Nuestro día a día está inundado por una multitud de actos, muchas veces sencillos, que santifican las más variadas circunstancias de la vida. Nos alcanzan, por la acción de la Iglesia, abundantes beneficios espirituales e incluso materiales.

 

 


 

Cuántas veces, querido lector, no habrá hecho usted la señal de la cruz, usado el agua bendita o recibido la bendición de algún ministro de Dios? Acciones aparentemente sencillas, tan habituales en el transcurso de la vida cotidiana de un católico, sin duda practicadas en muchas ocasiones movidos por la piedad o la convicción de que eran medios para una unión más íntima con el Señor.

 

Ahora bien, los gestos mencionados más arriba forman parte de una realidad mucho más profunda y maravillosa: lossacramentales.

 

¿En qué consisten? ¿Cuáles son sus diferencias con los Sacramentos o con los meros actos de piedad?

 

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Una profesión religiosa, un funeral, la bendición de un nuevo hogar, la dedicación

de una iglesia parroquial, son algunos puntos importantes en la vida del fiel que necesitan

de la oración de la Iglesia y de la bendición de Dios.

 

Santificación de las circunstancias más variadas de la vida cristiana

 

Los sacramentales son definidos por el Catecismo como “signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los Sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia”. 1 “Comprenden siempre una oración, con frecuencia acompañada de un signo determinado, como la imposición de la mano, la señal de la cruz, la aspersión con agua bendita”. 2

 

Más adelante nos detendremos en explicar mejor algunos elementos de esta definición, como la semejanza con los Sacramentos y la fuerza impetratoria de la Iglesia para que consigan sus efectos. Pero, de momento, prestemos atención al hecho de que “han sido instituidos por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre”. 3

 

En efecto, en el término sacramental , se incluye una voluminosa cantidad de acciones y cosas, ya que “hay una gama entera de situaciones que afectan a individuos, familias, sociedades y naciones que necesitan la oración de la Iglesia y la bendición de Dios. Algunas de éstas no son directa e inmediatamente cubiertas por los Sacramentos. Una profesión religiosa, un funeral, la bendición de un nuevo hogar, la dedicación de una iglesia parroquial, son algunos puntos importantes de viraje en la vida del fiel.

 

La Iglesia los acompaña no sólo con la Eucaristía y los Sacramentos, sino también por la celebración de los sacramentales”. 4

 

Ofrecen, entonces, a los fieles bien dispuestos, la posibilidad de santificar casi todos los acontecimientos de la vida por medio de la gracia divina que fluye de los méritos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Hoy en día, explica Vagaggini, “se tiende a reservar la noción de sacramentales a ciertos ritos de la Iglesia que, por sí, no forman parte de la celebración del sacrificio y de la administración de los siete Sacramentos, sino que son de estructura similar a aquella de los Sacramentos y que la Iglesia acostumbra a usar para conseguir con su impetración efectos principalmente espirituales”. 5

 

Aunque, de hecho, los sacramentales pueden ser tantos como tantas sean las necesidades de los hombres de cualquier época. 6 “En los fieles bien dispuestos”, enseña el Catecismo, hace que “casi todos los acontecimientos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, de quien reciben su poder todos los Sacramentos y sacramentales, y que todo uso honesto de las cosas materiales pueda estar ordenado a la santificación del hombre y a la alabanza de Dios”. 7

 

Así, como hemos visto, entre los sacramentales se incluyen acciones como la profesión religiosa, la consagración de las vírgenes, los exorcismos, las exequias y la bendición de personas y de lugares. Y también ciertos objetos (o cosas) como el agua bendita, las campanas o las velas benditas.

 

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Campanas, medallas, escapularios o velas pasan a ser sacramentales permanentes

después de la bendición constitutiva.

 

Tres categorías de sacramentales

 

De esta distinción entre acciones y objetos, emana una primera clasificación de los sacramentales.

 

Hay algunos que no permanecen, tales como rituales o ceremonias que cesan con la acción misma que los ha constituido. Forman parte de los llamados sacramentales acciones y comprenden las diversas bendiciones invocativas —como las bendiciones nupciales, de los enfermos, de las casas, etcétera— hechas sobre cosas o personas para atraer un auxilio especial o determinados beneficios celestiales; así como también ciertos ritos que acompañan a la administración de los Sacramentos, tales como la imposición de la sal y el Efeta del Bautismo; o los exorcismos, por los que la Iglesia invoca la protección divina para alejar la influencia del demonio.

 

Por otro lado, existen acciones que, siendo sacramentales, también hacen sacramental aquello sobre lo que se aplican. Son, por ejemplo, la dedicación de una iglesia o la consagración de una virgen, por las cuales la Iglesia entrega a Dios y a su culto, de modo permanente, personas o cosas; o las bendiciones constitutivas, cuya ejecución produce un efecto que perdura.

 

De estas acciones surgen los llamados sacramentales permanentes —o sacramentales cosas — sobre los que es impreso, por la consagración o bendición constitutiva, un casi-carácter que los hace aptos para que de ellos los fieles puedan hacer uso, especialmente ordenados a efectos espirituales; y que continúan siendo perpetuamente sacramentales tras la acción que los ha constituido.

 

En esta categoría se incluye el agua bendita, que, después de la realización del ritual por el cual ha dejado de ser agua común, permanece por sí misma como un sacramental con diversos efectos para el fiel que la usa. Lo mismo ocurre con determinados escapularios y medallas, con las velas benditas del día de la Presentación o con las palmas y ramos de olivo bendecidos el Domingo de Resurrección, entre otros. 8

 

Sacramentos y sacramentales

 

Hemos visto, en la definición dada por el Catecismo, que los sacramentales producen efectos “a semejanza de los Sacramentos” y que ambos están compuestos por signos sagrados.

 

Ahora bien, la similitud entre ellos es tal que en los primeros tiempos de la Iglesia se incluían, bajo el términoSacramento , los siete instituidos por Cristo y los que hoy llamamos sacramentales.

 

En el siglo XII, esta imprecisión terminológica aún se mantenía. “San Bernardo llama Sacramento al lavatorio de pies, y el Concilio Lateranense de 1179 incluye en ese nombre la entronización de los obispos y de los abades, las exequias y la bendición de las bodas”, recuerda el liturgista benedictino Manuel Garrido. 9

 

Y el teólogo dominico fray Barbado, conceptuado comentarista de Santo Tomás, añade que, hasta aquel siglo, “el concepto de Sacramento no se utilizaba con el mismo rigor con que hoy se utiliza. Los Sacramentos y los sacramentales, en cuanto que ambos signan cosas sacras, se mezclaban indistintamente en la terminología. 10

 

Pedro Lombardo y el autor desconocido de la Summa Sententiarum serían los primeros en aplicar el concepto escolástico de causa eficiente al de signo sensible , dejado por San Agustín, estableciendo un primer criterio válido para distinguir sacramentales y Sacramentos, en el propio sentido del término. 11

 

No obstante, es Santo Tomás de Aquino quien, cien años después, delimita el terreno con su habitual precisión y claridad al enseñar: “El agua bendita y las otras bendiciones no se llaman Sacramentos porque no conducen al efecto del Sacramento, que es la consecución de la gracia. Sin embargo, disponen al Sacramento: quitando obstáculos, como es el caso del agua bendita, utilizada contra las insidias del demonio y contra los pecados veniales; o produciendo cierta idoneidad para recibir el Sacramento, y, así, se consagran el altar y los vasos por reverencia hacia la Eucaristía. 12

 

Sin llegar a definir el concepto de sacramental, trazaba el Angélico Doctor una línea divisoria cuando explicita que mientras que los Sacramentos producen directamente la gracia, los sacramentales sólo nos disponen a ella. 13 Este criterio permanece válido hasta nuestros días, y está recogido en el Catecismo en los siguientes términos: “Los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los Sacramentos, pero por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella”. 14

 

Conviene aclarar, sin embargo, que aunque los teólogos hayan tardado siglos en diferenciar conceptualmente los siete Sacramentos actuales de otras realidades más o menos parecidas, la Iglesia los conocía y administraba desde el primer momento como instituidos por Cristo. 15

 

La eficacia del agua bendita

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Cuenta Santa Teresa de Jesús en su Libro de la vida cómo, en cierta ocasión, el demonio se le apareció dos veces, huyendo inmediatamente tan pronto como ella hizo la señal de la cruz, pero volvía poco después. Sin embargo, cuando añadió el agua bendita a la señal de la cruz, desapareció definitivamente.

Por eso, muchas veces, con el fin de que las monjas hicieran sus oraciones en paz, la santa reformadora del Carmelo les pedía que se aspergieran reiteradamente.

 

 

Por la acción de la Iglesia, en unión con Cristo

 

Aunque creamos que la ceremonia de dedicación de una iglesia la convierte en sagrada, que la medalla de San Benito tiene poderes especiales contra las celadas del maligno, que el uso de la sagrada correa agustiniana nos ayuda y protege en las tentaciones contra la castidad o que el agua bendita, además de perdonar los pecados veniales, también ahuyenta a los ángeles malos, no está de más que analicemos de dónde proviene la eficacia para que puedan ser realmente alcanzados tales efectos.

 

Nos enseña la Teología que los Sacramentos producen su efecto ex opere operato (“por la obra realizada”), cuando son debidamente administrados y recibidos. Es decir, su eficacia proviene ante todo del valor de la acción en sí misma. 16 “Tienen una virtud intrínseca en cuanto son acciones del mismo Cristo, que comunica y difunde la gracia de la Cabeza divina en los miembros del Cuerpo místico”. 17

 

Otra acciones producen sus efectos ex opere operantes (“por la acción de quien la obra”), o sea, no poseen virtud propia, sino que dependen de las disposiciones de la persona que las realiza. Esto es lo que ocurre con la comunión espiritual o con la oración personal y con todos los actos sobrenaturales de los justos.

 

Sin embargo, ninguna de estas dos opciones explica exactamente lo que ocurre con los sacramentales.

 

No se encuadran en ambos casos, pero actúan principalmente por la impetración de la Iglesia, independientemente de las disposiciones del ministro y, en muchos casos, tampoco del propio sujeto que los recibe.

 

Pío XII, recogiendo el fruto de un largo período de disertaciones teológicas al respecto, terminó con un desenlace genial esta disputa, en la Encíclica Mediator Dei , donde consignó la eficacia de la acción santificadora de los sacramentales en cuanto operada por la Iglesia e incorporó al Magisterio el concepto ex opere operantis Ecclesiæ . Así, explica este Papa, la eficacia santificadora de los sacramentales y otros ritos instituidos por la jerarquía eclesiástica “se deriva, ante todo, de la acción de la iglesia ( ex opere operantis Ecclesiae ), en cuanto que ésta es santa, y obra siempre en íntima unión con su Cabeza. 18

 

En efecto, al ser Jesucristo “la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia” (Col 1, 18), forma una sola unidad con ella. “La cabeza y los miembros son como una sola persona mística”, afirma Santo Tomás. 19 Y un célebre biblista jesuita, el P. Bover, añade: “El Cuerpo Místico de Cristo es, a manera del cuerpo humano, un organismo espiritual que, unido a Cristo como a su cabeza, vive la vida misma de Cristo, animado por el Espíritu de Cristo”. 20

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Aunque los efectos de los sacramentales no

dependan principalmente de la disposición

con la que son administrados o recibidos, tal

disposición puede concurrir a una eficacia superior.

“Es necesario que nos acostumbremos a ver en la Iglesia al mismo Cristo”, aconseja Pío XII. “Porque Cristo es quien vive en su Iglesia, quien por medio de ella enseña, gobierna y confiere la santidad”. 21 Así, las obras de la Iglesia son actos del propio Cristo, y la oración de la Iglesia no es otra cosa que la oración de Cristo a la derecha del Padre, a la que se asocia y de la que participa, o mejor, a la cual Cristo la asocia y la hace participar. 22

 

De hecho, como signos de la Fe intercesora y orante de la Santa Iglesia y de los efectos que esa oración produce, los sacramentales es tán dotados de una eficacia superior a la de cualquier buena obra privada.

 

Y la intercesión de la Iglesia les otorga, en mayor o menor medida, la dimensión comunitaria de la acción litúrgica de la que nos habla el Concilio Vaticano II. 23

 

Riqueza espiritual y material puesta a nuestra disposición

 

Al atribuir al sacramental un determinado efecto e invocar, sobre este signo sagrado, su poder de impetración, la Santa Iglesia espera obtener a través de él principalmente gracias actuales y, secundariamente, gracias temporales otorgadas con miras a un bien espiritual. Por eso, nos recuerda San Alfonso María de Ligorio, “cuando pedimos a Dios gracias temporales, debemos pedirlas con resignación y a condición de que sean útiles para nuestra salvación eterna. Si por ventura el Señor no nos las concediera estemos seguros que nos las niega por el amor que nos tiene, pues sabe que serían perjudiciales para nuestro progreso espiritual”. 24

 

De esta manera, siguiendo las mismas leyes generales que regulan la oración, los efectos de los sacramentales son “sobre todo espirituales”. 25 Por medio de ellos la Iglesia pide gracias actuales para dar auxilio al ejercicio de las virtudes —especialmente de la Fe, Esperanza y Caridad—, como también para alcanzar el perdón de los pecados veniales, la mejor preparación de la recepción de los Sacramentos y la protección contra los demonios.

 

Las indulgencias también son sacramentales y, como tales, es a través del poder impetratorio de la Iglesia —administradora, en cuanto ministra de la Redención, del tesoro de los méritos de Cristo y de los Santos— que consigue la remisión de las penas temporales que serían satisfechas en el Purgatorio. Lo mismo ocurre con las bendiciones duraderas, aquellas que consagran de manera permanente una cosa o una persona para el servicio de Dios.

 

Pero, quien dice efectos “sobre todo espirituales” admite implícitamente la posibilidad de obtener gracias materiales, mientras éstas cooperen para la obtención de un bien espiritual mayor. Tales pedidos podrán ser, por ejemplo, el alivio de nuestros sufrimientos, el alejamiento de los castigos divinos, la cura de dolencias, una abundante cosecha o un viaje exitoso, etcétera, siempre que sean conforme a la voluntad del Padre Celestial e, insistimos, para mayor santificación del alma. Estas condiciones hacen que tales pedidos materiales, siguiendo las reglas de la oración expuestas más arriba, aunque no sean infalibles, vengan a ser atendidos, si son hechos con sana intención y justa causa.

 

Dentro de esta perspectiva, no existe uso de las cosas materiales (de acuerdo a la recta moral) que no pueda ser dirigido a la santificación de los hombres y a la alabanza de Dios, pues los méritos redentores de Cristo extienden, felizmente, su benéfica influencia sobre la criatura y no sólo sobre la humanidad.

 

Auxilio en nuestros embates espirituales

 

Finalmente, es necesario considerar que, aunque los efectos de los sacramentales no dependan principalmente de la disposición con la que son administrados o recibidos, tal disposición puede concurrir a una eficacia superior. De hecho, el Señor otorga sus dones en mayor cantidad y calidad en virtud de nuestro mérito al identificarnos, por nuestra religiosidad profunda y ad mirativa, con la Iglesia santa e inmaculada que opera a través de ellos.

 

Porque somos hijos de Dios, también y necesariamente somos, por condición de esa afiliación divina, enemigos del primer y peor de entre los enemigos suyos, que es el demonio. Por tanto, del sincero y filial amor a Dios, sólo puede brotar la disposición para vivir en estado de lucha en este campo de batalla que es la Tierra y alcanzar el Reino de los Cielos que los violentos intentan arrebatarlo (Cf. Mt 11, 12).

 

Echemos mano, pues, a esas “armas” sobrenaturales que nos auxilian a ser victoriosos en las duras, incesantes y, sobre todo, santificantes faenas que tenemos que trabar inevitablemente cada día y, como el Apóstol, podamos decir al fin de esta vida: “He peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la Fe” (2 Tm 4, 7). ¡Dadme, Señor, el premio de vuestra gloria!

Bendición de San Blas

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El día 3 de febrero muchos fieles van a sus parroquias para recibir la bendición deSan Blas, implorando la protección de Dios contra los males de garganta. Mientras pronuncia la fórmula, el sacerdote o diácono les pone en el cuello dos velas bendecidas el día anterior —fiesta de la Presentación del Niño Jesús en el Templo y de Nuestra Señora de la Candelaria— atadas en forma de cruz.

El origen de este hermoso ritual es atribuido por la tradición al hecho ocurrido con el venerado Obispo de Sebaste (actual Armenia) que vivió en el siglo IV. Cierto día, fue llevado hasta un niño que estaba en estado grave, con una espina de pescado atravesada en su garganta. Viendo esto, el santo cogió dos velas, que la madre había ofrecido anteriormente a la Iglesia, y las puso cruzadas sobre el cuello del pequeño que, al ser bendecido, quedó súbitamente aliviado del mal.

 

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1667

2 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1668

Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1668

4 CHUPUNGCO, OSB, Anscar J. (Editor). Sacraments and Sacramentals. In: Handbook for liturgical studies. Collegeville (Minn.): The liturgical Press, 1977, v. IV, pp. xxvi- xxvii.

5 VAGAGGINI, OSB Cam, Cipriano. O sentido teológico da liturgia . São Paulo: Loyola, 2009, p. 96

6 La Sacrosantum concilium menciona específicamente las bendiciones en general (SC 79), ritos de profesión religiosa y consagración de las vírgenes (SC 80) y exéquias (SC 81). Pero otros muchos sacramentales han sido añadidos a esa lista por la publicación de rituales separados: la bendición de los abades y abadesas, la institución de lectores y acólitos, la dedicación de una iglesia y de un altar, la bendición de los sagrados óleos, la coronación de imágenes de la Santísima Virgen, y muchas más bendiciones contenidas en su respectivo ritual (Cf. CHUPUNGCO, OSB, op. cit., p. xxvi).

Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1670

8 Cf., por ejemplo, VAGAGGINI, OSB Cam, op. cit., p. 96

9 GARRIDO BONAÑO, OSB, Manuel. Curso de liturgia romana. Madrid: BAC, 1961, p. 418. Ver otros ejemplos en AIGRAIN, R. (Editor).Enciclopedia litúrgica . Alba: Paoline, 1957, pp. 702-703

10 BARBADO, F. et al. Introducción a la cuestión 65. In: Suma Teológica. BAC: Madrid, 1957, v. XIII, p. 137

11 Cf. MARTIN, María del Mar. De sacramentalibus . In: MARZOA, A; MIRAS, J; RODRÍGUEZ-OCAÑA, R. Comentario exegético al Código de Derecho Canónico . 3ª ed. Pamplona: Eunsa, 2002, v. III-II, p. 1650

12 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica, III, q. 65, I, ad 6

13 Cf. ROGUET, A.-M. Notas de pie de página. In: Suma Teológica. São Paulo: Loyola, 2006, v. IX, p. 90

14 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1670

15 Cf. MARTIN, op. cit., p. 1650

16 Cf. Mediator Dei, n. 40

17 Mediator Dei, n. 44

18 Mediator Dei, n. 40

19 SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., III, q. 48, a. 2, ad 1

20 BOVER, J. M. Teología de San Pablo . 4ª ed. Madrid: BAC, 1961, p. 484

21 Mystici corporis, n. 43

22 Cf. VAGAGGINI, OSB Camp., op. cit., p. 98

23 Cf. Sacrosanctum concilium , n. 26

24 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. El gran medio de la oración. 4ª ed. Aparecida: Santuario, 1992, p. 62

25 Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1667

 

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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