Meditación de Primer Sábado: Ascensión del Señor

Publicado el 11/07/2020

“COLOQUEMOS NUESTROS CORAZONES EN LAS COSAS DEL CIELO”

Introducción

    Hagamos nuestra devoción del Primer Sábado vueltos hacia la solemnidad de Cristo Rey, celebrada por la Iglesia en noviembre, que cierra el Tiempo Litúrgico de 2020. Con ese intuito meditaremos hoy el 2º Misterio Glorioso: “La Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo”. El Divino Maestro, al término de los 40 días que pasó en este mundo después de su Resurrección, subió a los cielos para asumir su trono de Majestad a la derecha del Padre. Rey de todas las cosas visibles e invisibles, cuyo reino no tendrá fin, Jesús volverá a esta tierra para juzgar a los vivos y a los muertos.

Composición de lugar

    Imaginemos un monte hermoso elevado en medio de campos y planicies que se extienden a lo lejos, cubiertos de lirios y trigales. En lo alto de la montaña vemos a Nuestro Señor resplandeciente de luz y de gloria, rodeado de sus Apóstoles y discípulos; María Santísima está a su lado. Después de decir unas palabras, Jesús comienza a elevarse al cielo bajo la vista admirada de todos, hasta desaparecer en medio de las nubes.

Oración preparatoria

Oh, gloriosa Señora de Fátima, Reina del Cielo y de la Tierra, que intercedéis por nosotros ante el trono de Cristo Rey, alcanzadnos las gracias necesarias para meditar bien este misterio del Rosario. Que al término de este piadoso ejercicio, podamos reafirmar el propósito de practicar la virtud y el bien en el camino de la santidad a la cual fuimos llamados, para gozar un día de la eterna gloria que la Ascensión del Señor nos promete.  Amén.

“Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.” (Mc. 16, 19)

I- CRISTO REY, SENTADO A LA DERECHA DEL PADRE

    Cuarenta días después de su Resurrección, Jesús subió al Cielo por su propio poder. Poder que tenía como Dios y también poder de su alma glorificada sobre su Cuerpo resurrecto. Al entrar en la bienaventuranza eterna, Jesús se sienta en su trono de Rey y Señor de todo el Universo.

1- Gloria y honra de la divinidad

    De acuerdo con lo que afirman San Marcos y el apóstol San Pablo, Jesús se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas. “Estar sentado” es un modo de decir que Él llegó al reposo que merecía como Redentor victorioso. San Juan Damasceno comenta que también hace referencia a la “gloria y honra de la divinidad”, es decir, significa que Cristo reina junto con su Padre y tiene poder de juez sobre vivos y muertos. Saber que Jesús se encuentra junto a Dios, nos debe hacer crecer de modo inconmensurable nuestra confianza en Él, pues allí está para interceder por nosotros y nos alcanza todas las gracias que necesitamos. “Todo puedo en Aquel que me conforta”, debemos repetir con San Pablo, y tengamos certeza de que siempre que a Él recurramos, este Rey y Juez misericordioso no nos faltará con su protección y amparo.

2- Ojos fijos en el Señor

    Por eso, entre otras cosas, la Ascensión de Cristo nos mueve a buscar los bienes imperecederos del espíritu, el amor de Dios por encima de todo, el mayor bien para nuestra alma, los tesoros de la santidad invisibles a los ojos del cuerpo. La Ascensión del Señor debe, además, llenarnos de la esperanza inquebrantable de que un día llegaremos al Cielo, ya que el mismo Jesús nos aseguró, antes de subir a la eternidad: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros.” (Jn 14, 2-3). Nuestra Patria definitiva es el Cielo. Por lo tanto, así como los Apóstoles se quedaron “mirando el Cielo” en el momento de la Ascensión, tengamos igualmente nuestra mirada fija en el Señor, hasta estar con Él en la gloria eterna.

II – PROCURAR PRIMERO LAS COSAS DE LO ALTO

    He aquí una verdad que la Iglesia nunca se cansa de enseñarnos: todos somos llamados a la santidad y todos debemos vivir con nuestros mayores anhelos vueltos hacia el Cielo, porque las cosas de este mundo pasan y pronto seremos recibidos en la paz y en la suma bienaventuranza, donde brillaremos con la Luz del Señor.

1- Colocar nuestro corazón en los bienes celestiales

    En este Misterio de la Ascensión contemplamos a Jesús subiendo al Cielo: suba también con Él nuestro corazón. Es lo que nos aconseja vivamente San Pablo, cuando afirma que si fuimos resucitados con Cristo, debemos buscar las cosas de lo alto, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Debemos colocar nuestro corazón en las cosas del Cielo y no en las de la tierra. Pues, del mismo modo como Jesús subió sin por eso apartarse de nosotros, así también nosotros ya estamos con Él, aunque no se haya realizado en nuestro cuerpo la glorificación que nos fue prometida.

2- Vivir en este mundo en función del Cielo

    San Agustín refuerza esta idea de vivir en este mundo en función del Cielo, al observar que Cristo fue elevado a lo más alto de la gloria eterna, pero continúa con cada uno de nosotros en este mundo, por el amor infinito que nos tiene. Especialmente lo hace a través de su presencia real en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Sagrada Eucaristía, cuya visita podemos recibir asiduamente al comulgar en la Misa. Entonces, pregunta el Santo, ¿Porqué no trabajamos aquí en la tierra de manera a estar continuamente con nuestro corazón vuelto hacia Jesús en el Cielo?

III – GRAN BENEFICIO ESPIRITUAL

    Así como en la solemnidad de la Pascua la Resurrección del Señor fue causa de alegría para nosotros, así también su Ascensión al Cielo es motivo de gran felicidad, al significar el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza fue elevada en Cristo por encima de todas las categorías de los ángeles, hasta compartir el trono de Dios Padre. La Ascensión de Jesús es una fuente de gran beneficio espiritual para todos nosotros, sobre todo en lo que respecta al crecimiento y fortalecimiento de nuestra fe.

1 – Temores que se transforman en alegrías

    De hecho, la fe cristiana aumentada por la Ascensión y fortalecida por el don del Espíritu Santo que el Señor envió enseguida a sus discípulos, transformó hombres, mujeres y niños en mártires y héroes de la santidad. Esta fe no se dejó abatir por las prisiones y las persecuciones, ni por tantos y tan crueles tormentos. Esta fe ahuyenta a los demonios, cura las enfermedades, resucita los muertos. Los propios apóstoles, acobardados delante de las atrocidades de la Pasión de Cristo, recibieron un progreso espiritual tan grande en la Ascensión del Señor, que todo lo que antes era motivo de temor, se volvió motivo de alegría. Ellos comprendieron con toda claridad que Jesús no había dejado al Padre al bajar a la tierra, ni había abandonado sus discípulos al subir al Cielo.

2 – María, modelo de fe y de piedad cristiana

    La Virgen María, modelo perfecto de fe inquebrantable, que no empalideció ni un solo instante por la certeza que tenía del triunfo de su divino Hijo sobre la muerte y el pecado, también creció y se fortaleció en la fe después de la Ascensión. Ella estaba al lado del Divino Maestro en el momento en que Nuestro Señor subió a la gloria eterna. Ella lo contempló con ojos de Madre amorosa y devota, adorándolo cada vez más en la medida en que se elevaba rumbo al infinito. Y mientras Jesús desaparecía delante de la multitud de discípulos reunidos en Galilea, la Santísima Virgen se convertía en la columna que sustentaría la Iglesia naciente en este mundo. Podemos creer que Nuestra Señora intercedió junto a Dios para inspirar a los Apóstoles a que permaneciesen en oración en el Cenáculo, antes del descenso del Espíritu Santo. Y cuando se dio Pentecostés, allí estaba María, reunida con los doce, en profundo recogimiento.

    Después de este día, la Escritura no la mencionará más y, probablemente, Ella pasó el resto de sus años en intensa oración, constituyéndose en el ejemplo insuperable de todas las virtudes cristianas que somos llamados a imitar.

CONCLUSIÓN

    Invocando, pues, la intercesión de María Santísima, elevemos los ojos al Cielo y consolémonos con la esperanza del Paraíso, donde Cristo Rey nos tiene preparada una morada especial. Todo es poco para merecer el Reino de los Cielos, afirma San Alfonso. Así, procuremos vivir en este mundo con el corazón puesto en los bienes eternos, en los tesoros imperecederos de la bienaventuranza eterna.

    Guiados por la luz maternal de la Estrella de la Mañana, seguiremos el camino recto que nos conduce a la gloria de Dios.

Que la meditación de este Misterio de la Ascensión del Señor nos lleve a crecer en nuestro amor a Jesús, en nuestra fe y en nuestra piedad cristiana, haciéndonos cada día practicantes más dedicados de la virtud y del bien.

    Volvámonos hacia la Señora Gloriosa de Fátima, Reina y Madre de misericordia, y roguémosle que nos ayude siempre a corresponder a las gracias que su divino Hijo nos concede, de modo que Jesús se vuelva verdaderamente nuestro camino, verdad y vida, hasta unirnos a Él en el Cielo.

Así sea.

Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas

            San Alfonso de Ligorio, Meditações para todos os dias e festas do ano, Friburgo: Herder & Cia, 1921.

            San Agustín, Sermón sobre la Ascensión del Señor.

            Mons. João S. Clá Dias, Comentário ao Evangelho da Festa da Ascensão, Revista Arautos do Evangelho, nº 65, mayo de 2007.

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