MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

Publicado el 03/03/2016

MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

5to Misterio Doloroso

Crucifixión y muerte de Nuestro Señor

 


 

“Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos

leproso, herido de Dios y humillado;” (Is, 53,4)

 

 

Introducción:

 

Durante esta Cuaresma, y de modo especial, en los días serios y graves de la Semana Santa, llenos de imponderables, aproximémonos al pie de la Cruz, donde pende el Salvador abandonado por casi todos –particularmente en este siglo en que tantos y tantos hombres solo procuran el placer y el bienestar personal – y coloquemos en las manos de la Madre Dolorosa toda nuestra entrega y toda nuestra disposición de padecer por Cristo y su Iglesia.

 

Oración inicial

 

Oh Virgen Dolorosa, sabemos que junto con Vuestro divino Hijo sufristeis los dolores de la Pasión. Vos sufristeis como Madre, casi en la propia carne, porque más duele el dolor del alma que del propio cuerpo. En el camino del Calvario, Vos encontrasteis a Jesús cuando cargaba la Cruz en las espaldas. Oh Madre Santísima, nosotros os pedimos gracias superabundantes, gracias eficaces, hasta gracias místicas para realizar bien esta meditación y que ella de hecho pueda, de alguna forma, reparar Vuestro Sapiencial e Inmaculado Corazón por tantos crímenes, tantos horrores y pecados que ocasionaron la Pasión de Vuestro Hijo.

 

Hoy, al considerarnos estos crímenes, blasfemias, pecados, recordemos los dolores de Jesús y de María unidos a Él. Que estos dolores penetren en nuestros corazones, nos llenen de arrepentimiento por nuestras faltas, y al mismo tiempo un deseo de enmienda para este mundo tan pecador. Alcanzadnos en esta meditación, de comprender cuanto el pecado atrae el castigo sobre nosotros; cuanto el pecado sin arrepentimiento atrae la cólera de Dios.

 

Dulce Corazón de María, aceptad esta humilde meditación como enmienda para nosotros y reparación a Vuestro Sapiencial e Inmaculado Corazón.

 

¡Así sea!

 

Jesús abraza la Cruz, ¡el símbolo de la vergüenza!

 

“Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado;” (Is, 53,4)

 

Un romano jamás podría ser condenado a muerte por crucifixión pues era el símbolo máximo de la deshonra, que estaba reservado a los peores criminales. Este símbolo de vergüenza por excelencia, fue abrazado por Jesús, “Él propio cargaba su Cruz…(Jo 19,17)

 

Bien podríamos ver en aquella cruz, la imagen de nuestros pecados. “¿Quién puede, entretanto, ver las propias faltas?” (Sl 18,13) ¿Quién entenderá el pecado? Este es el peor de los males, el acto de mayor oposición a Dios. En aquella Cruz estaban todos nuestros pecados…

 

En este paso de la Pasión, Jesús toma sobre Sus adorables hombros mis pecados. Entre tanto, el Divino Redentor es Rey tan grandioso que transformará la cruz en objeto de elevada nobleza y distinción. Él será colocado en lo alto de las torres de las iglesias, en las coronas de los reyes y será objeto de amor apasionado de los santos.

 

¿Cómo recibe Jesús la cruz?

 

La cruz está delante de Nuestro Señor, que contempla a aquel instrumento de dolor; ¿Cómo la recibe? ¿La acepta, apenas aprobando el sufrimiento porque ya no había remedio?

 

¡No! En el camino de la Pasión, Jesús nos dio un luminosos y admirable ejemplo.

 

Cuenta una piadosa revelación que, cuando Nuestro Señor recibió la Cruz de manos de los verdugos se arrodilla sin auxilio de nadie, con las fuerzas casi desaparecidas. A pesar de todo, está allí y con disposición y ardor, abraza la cruz, la besa amorosamente y, tomándola sobre los hombros, la lleva hasta lo alto del Calvario.

 

Ora, la teología nos enseña que para rescatar al género humano, habría bastado a Nuestro Señor Jesucristo ofrecer a Dios Padre, por ser de valor infinito todos sus actos, un simple gesto o hasta un piscar de ojos. Por tanto, una única gota de sangre derramada durante la Circuncisión sería suficiente para realizar la obra de la Redención.

 

Sin embargo, el Padre Eterno decretó que Nuestro Señor debería sufrir la Pasión y Muerte de Cruz. El Hijo, que por su naturaleza divina no era capaz de sufrir, quiso asumir nuestra carne en estado sufriente, y no en cuerpo glorioso, como correspondía a Su alma, que se encontraba en la visión beatífica desde toda la eternidad.

 

Punto de reflexión

 

¿Qué debo ofrecer a Jesús en este momento, en que lo veo besar la cruz?

 

¡Oh Jesús mío! Al veros arrodillado para abrazar la cruz, me lanzo a Vuestros pies contrito y humillado. ¿Cuántas e innúmeras veces Os ofendí?

 

En todas las ocasiones que pequé contra Ti, yo me transformé en el horror del universo entero.

 

¡Perdón Señor, perdón! Consumid todas mis culpas en Vuestra infinita misericordia y transformadme en más una corona de Vuestra gloria.

 

Jesús es clavado en la Cruz

 

“Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.”(Lc, 23,33)

 

“Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».”(Jn 19,9)

 

Llega Jesús al Calvario, donde según una piadosa y antigua tradición, Adán había sido sepultado. Allí abundara el pecado, allí transbordaría la gracia.

 

¡Crucificado! Aquella misma cruz que tanto Le pesara sobre los hombros, sería su instrumento de muerte. Los brazos abiertos para atraer a Sí la Humanidad entera, sin distinción de personas, de cualquier especie, conforme afirma San Juan Crisóstomo. Ya en estado pre-agónico, enormes clavos perforan Sus sagradas manos y pies divinos, llevándolo a contorcerse por la acción del dolor.

 

Al pie de la Cruz, en cuanto los soldados sorteaban entre sí la túnica del Redentor, en un último gesto de amor filial Él entregaba su más preciosa herencia al discípulo amado, María Santísima.

 

Estaban también allí las Santas Mujeres, dignas de admiración por su valiente determinación de permanecer junto a la Cruz, los ojos puestos en el Salvador, impávidas delante del odio de los fariseos que pusieron en fuga a los Apóstoles.

 

Teófilo nos recuerda el testimonio de Nuestra Señora de los Dolores cuando dice:

 

“Imitad, o madres piadosas, ésta que tan heroico y ejemplo dio del amor maternal a su amantísimo Hijo único; por que ni vos tendréis hijos más cariñosos ni esperaba la Virgen el consuelo de poder tener otro”.

 

Oración Final

 

¡Os doy gracias, Jesús mío! Reconstituyo, en esta meditación reparadora, el drama de la locura de amor que un Dios por sus criaturas. Si yo fuese el único a haber pecado, Vuestro procedimiento no habría sido otro. Por eso, afirmo con toda certeza: Vos fuisteis crucificado por mí. Nada faltó para Vos haceros sufrir hasta el extremo del dolor.

 

Que Vuestra crucifixión arranque de mi alma los caprichos y los vicios que me desvían de Vos. Cuántos apegos, cuantas pasiones, cuantos delirios… Concededme las mismas gracias derramadas sobre el buen ladrón y así, pueda yo también, un día estar con Vos en el Paraíso. Así sea.

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