Meditación para el primer sábado 3 de octubre de 2015

Publicado el 10/01/2015

3er. Misterio Doloroso

“La Coronación de espinas de Nuestro Señor Jesucristo”

 


 

Responsorio:

 

R. Fue herido por nuestros pecados, ya plastado por nuestros delitos; sobre él cayó el castigo, que trae la paz para nosotros. Por sus llagas nosotros fuimos curados.

V. Cargó sobre sí nuestras culpas, en su cuerpo el leño de la Cruz, para que muertos a nuestros pecados, en la justicia de Dios nosotros vivamos

 


 

Introducción:

 

Nuestra Señora en Fátima, además de la comunión, de la confesión y del rezo del Rosario, puso como condición para lucrar los privilegios de la comunión reparadora del primer sábado que se hiciese también una meditación de quince minutos, de alguno de los misterios del Santo Rosario. Hoy meditaremos sobre la coronación de espinas de Nuestro Señor Jesucristo. Vamos pues a dirigirnos a Nuestra Señora, pidiendo gracias especiales para hace bien esta meditación.

 

Oración Inicial

 

¡Oh, Madre Santísima! Que asististe a la Pasión de vuestro Divino Hijo, Tu que con tus ojos de Madre perfecta, imperfecta, Madre eterna, de Madre cariñosa, de Madre llena de amor y adoración por su Hijo… ¡Oh Madre! En este momento que nos proponemos cumplir con esta obligación del primer sábado meditando sobre uno de los misterios del Rosario, sobre la coronación de espinas de tu Divino Hijo, te pedimos que obtengas de Jesús flagelado, coronado de espinas, llagado; que Jesús nos conceda por tu intermediación, las mejores gracias; gracias de dolor, gracias de sufrimiento, gracias en donde tengamos en el fondo de nuestra alma los mismos dolores, los mismos sufrimientos, guardadas las debidas proporciones, que tu tuviste en ese momento. Nosotros queremos participar de los mismos dolores de Jesús, queremos participar de tus dolores,¡oh,Madre nuestra!

 

Te pedimos la gracia de comprender la profundidad de ese acto: La Coronación de Espinas; cuánto ella está relacionada con mi vida, cuánto ella está relacionada con mi vida, cuanto ella está relacionada con mi existencia, cuanto las gracias compradas con ese acto me trajeron a esta iglesia, en este día 2 de marzo de 2013 rezando delante de ti y meditando la pasión de tu Hijo ¡para desagraviar tu Sapiencial e Inmaculado Corazón!

 

Que esta meditación te sirva de consuelo en aquel momento, dado que la oración tiene efecto retroactivo, nosotros te pedimos que esta oración, esta meditación, sea aceptada por ti en desagravio a Tu Inmaculado Corazón, por las ofensas que Jesús y tú< sufrieron en aquellos momentos.

 

¡Nosotros te pedimos, oh Madre! Que nuestra meditación sea acompañada por gracias especialísimas, obtenidas por los Ángeles, por los bien aventurados y sobre toda por ti.

 

I–Componiendo el ambiente de este misterio:

 

Y coloquémonos delante de aquella escena; escena terrible delante de Jesús que, de hecho, es Rey, porque Su persona es Divina, ¡Él es Dios! Él es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Siendo la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, él poseía el máximo título de rey. Él es Dios, Eterno, Omnipotente, Omnipresente: ¡Él es Dios, y por tanto es Rey!

 

Además de eso, Él es rey por derecho de sangre porque es descendiente de la casa de David. Es el pretendiente al trono. Él trono pertenecería a Él, rey por ser Dios, rey por ser el pretendiente al trono; rey por conquista, porque después de todo lo que Él había hecho y sufrido, después de la propia flagelación, Él ya era rey por el acto de haber conquistado el título, aunque no fuese Dios, aunque no fuese el pretendiente al trono. Un hombre que hizo lo que Él hizo bien merecía el título de rey.

 

Este que es el Creador, Este que es el Redentor. Aprehendido y preso es entregado a los soldados para ser flagelado, y, si no bastase, los soldados lo vistieron de rey revistiéndolo con un vestido de tejido purpúreo cualquiera; lo visten mal, con aquel trapo que ciertamente era un trapo despreciable.

 

Si no bastase, de libre y espontánea voluntad es coronado de espinas –porque no había sido mandado por Pilatos. Pilatos no ordena que Él fuese coronado — fue de propia iniciativa de los soldados.

 

Qué espinas debieron ser aquellas para que pudiesen servir de escarnio, pudiesen servir de desprecio. Espinas que son colocadas en la cabeza de Nuestro Señor Jesucristo, cabeza Sagrada, cabeza Sacrosanta, cabeza Divina. Ahí es colocada esa corona.

 

Y si no bastase con colocarle la corona ellos también le dieron golpes para ajustarla a la cabeza de Nuestro Señor Jesucristo, ellos usan una caña, un pedazo de palo, y le dan golpes para hacer que la corona de espinas penetre lo más posible en la cabeza.

 

Si no bastase, ellos también colocan una caña, haciendo de cetro, para ridiculizarlo todavía más; y también escarnecerlo. ¿Es posible un odio más satánico? ¿Es posible un sufrimiento más terrible de parte de Nuestro Señor? Él acepta todo eso. Con entera humildad, y los soldados no paran ahí, continúan diciendo “¡salve oh rey de los judíos!” Burlas detrás de burla.

 

Esa escena nos hace considerar el gran odio que existe contra el bien, porque ahí estaba el Rey, ahí estaba el Creador, ahí estaba Dios. ¿Por qué ese odio? En sí, es el odio el que a veces pasa por el alma de uno y de otro Cuanto odio al bien existe en el mundo de hoy; cuánto delirio en el mundo de hoy, de deseo de destruir el bien, de deseo de destruir la verdad, de deseo de destruir la virtud. ¿Cuántos crímenes, cuántos horrores; cuántos pecados no son cometidos con esta saña de odio al bien? Yo debo preguntarme si existen hombres como aquellos que coronaron a Nuestro Señor de espinas; si esos hombres dejaran de existir o si ellos continúan existiendo o si ellos existirán hasta el fin del mundo.

 

Y la reacción del alma de aquellos que adhieren al mal, lo abrazan. Ellos son consecuentes porque o somos partidarios del bien, de la santidad y de la virtud, con entrega total, o seguiremos el camino del mal. Ahí tenemos en esta escena el bien por excelencia, la Santidad por excelencia. No es que Jesús tuviese santidad; Él es la Santidad, Él es el Bien. Aquí tenemos el odio al Bien, aquí nosotros tenemos odio a la Santidad.

 

Buen momento para preguntarme si durante mi vida no pasé por momentos, por situaciones en las cuales yo mismo no tuve cierto odio al Bien. Cuando delante de mi alguien recibe una gracia especial, o ha sido asistido largamente por la Providencia, y yo veo que ese alguien es mucho más feliz que yo, mi tendencia debido al pecado original, es envidiar a ese alguien.

 

La envidia no combatida tiende a transformarse en odio al bien que está en el otro, y si yo cedo, participo de alguna manera en ese odio que los soldados tuvieron en relación a Nuestro Señor Jesucristo, coronado de espinas. Mis envidias, mis comparaciones, mi orgullo, y cuando me siento como príncipe o princesa bajada de no sé qué estrella, o por mis cualidades, siento que yo soy más que Dios y acepto este sentimiento, en el fondo estoy destronando a Dios de mi alma y por tanto rechazando a Nuestro Señor.

 

Pero vamos imaginar en esa escena a alguien que por casualidad pasase por el pretorio y viese a Nuestro Señor Jesucristo flagelado. Ese alguien podría no tener nada del odio que tenían los soldados. Pero este alguien podría participar en alguna cosa de este odio. ¿De qué forma? Siendo sordo y ciego. Sordo y ciego porque Nuestro Señor Jesucristo está ahí, y nosotros no oímos, ni queremos verlo mientras Él está sufriendo. Él está rezando, Él está pidiendo, Él está ofreciendo su sufrimiento hasta por los azotes. Él está pasando todos aquellos tormentos y ofreciéndolos para que aquellos que lo están maltratando, aquellos que están usando su poder para volverlo un gusano se arrepientan y sean salvados.

 

Jesús, todo misericordia está sufriendo por ellos. Él se ofrece como víctima expiatoria para que ellos sean beneficiados, para que ellos se conviertan y para que ellos entren al Cielo junto con Él.

 

Pasa alguien por afuera y no oye la voz de Nuestro Señor en el fondo de su corazón, como tampoco oye los azotes; se hace el sordo. ¿Cuántas veces en mi vida Jesús me habló en mi interior? ¿Cuántas y cuántas veces Jesús me convidó a ser como Él? ¿Cuántas y cuántas veces Jesús no me convidó a hacerle compañía en esta hora de sufrimiento?

 

¿Con qué espíritu yo recuerdo los sufrimientos y tormentos de Nuestro Señor? ¿No será que yo no estaré haciendo el papel de estos que son indiferentes, que son sordos a la voz de Nuestro Señor? Esos son los tales que si uno dijese: “ese no es católico”, o este nos es cristiano, el se ofendería; pero en la hora de hacer compañía a Nuestro Señor el huye y deja a Nuestro Señor enteramente solo.

 

O no quiere convertirse, o no quiere abandonar aquel pecado, o no quiere abandonar aquella ocasión, o no quiere abandonar aquella amistad que me hace mal y me lleva para el infierno; todo esto es querer ser indiferente a la Coronación de Espinas de Nuestro Señor, ser indiferente a la Pasión de Nuestro Señor.

 

En este momento de nuestra meditación Nuestra Señora mira al fondo de nuestros corazones y nos invita a tomar en serio esta Coronación de Espinas de Nuestro Señor, de Su Divino Hijo.

 

Que en esta hora, hagamos el propósito firme: voy a cortar con tal amistad, voy a acabar con tal pecado, no quiero saber más de tal circunstancia que me lleva a pecar; voy a abandonar ese capricho mío… Y hay otro que de hecho quieren seguir a Nuestro Señor. Ahí está un leproso que fue curado por Él, un ciego que está viendo y asistiendo a aquella escena, ahí está un sordo que está oyendo todos los azotes que dan sobre Nuestro Señor. Es posible que se haga el papel de sensatos – sensatos – ellos acompañarán a Nuestro Señor a partir del momento en que sean curados. La lepra me abandonó, y yo ahora no abandonaré a este hombre ¡nunca jamás! La ceguera como que se evaporó de mi cara y yo estoy viendo ― hoy yo veo ― ¡jamás abandonaré a este Señor! Éste es para mí la luz de mis ojos. Yo lo seguiré siempre. Ahí está un paralítico también andando; ¡otro era sordo! Cuántos curados podrían estar delante de esta escena. Si ellos no quisieran ser santos, si ellos no quisieran ser enteramente perfectos y abandonar todas sus miserias, en esa hora ellos dirían: “Él es muy bueno, pero fue imprudente. Él no debería haber dicho estas cosas así a los fariseos, no debería haber dicho estas cosas a los escribas; pasó los límites; ¡vea ahora lo que pasa!

 

La gente no puede ser tan exagerada. Él, tan bueno, exageró. ¡Qué pena!” ¡Y no adhieren a Nuestro Señor en esta hora tan trágica!

 

¿Cuántas y cuantas veces recibí una gracia excelente? Por ejemplo: mi Primera Comunión. Recibí gracias excelentes. Por ejemplo, en el día de mi boda. Continúo recibiendo gracias extraordinarias en las ceremonias de la Santa Iglesia en las cuales participo. Quedo tocado por todas aquellas cosas que me hablan de lo sobrenatural. La gracia me hace sensible, me torna elevado por todo aquello ― está bien ― y aquí hago un propósito: “¡Ay Dios mío! Nunca más te abandonaré, aquí está el camino de la felicidad”.

 

Mientras tanto, cuando llega la hora del sufrimiento ¿cuál es mi reacción?

 

En cuantas ocasiones no huí del dolor, del tormento, y abracé la falsa felicidad, felicidad fugaz. En el momento que yo peco, ¿no estoy en el fondo haciendo lo que harían esas personas en las que se realizaron milagros delante de Nuestro Señor?

 

La actitud delante de la Coronación de espinas de Nuestro Señor Jesucristo, la actitud verdadera es esta:

 

Oración:

 

¡Oh! Mi Jesús, Tú que por mi causa, por causa de los pecados de la Humanidad, por causa de todos nuestros pecados permitiste que Tu frente sagrada fuera coronada de espinas, que la Sangre de Tu Sacrosanta Cabeza escurra por Tu cara para reparar los pecados de pensamiento – malos pensamientos – los pecados de deseo, los pecados de sensualidad. Tú que así estás, me convidas Señor a ser como Tú. Yo haré una guerra contra mi sensualidad, haré una guerra contra mi mundanismo. Yo no quiero saber más de ninguna concesión, ni siquiera complacencia, porque yo quiero ser un soldado, yo quiero ser una hija vuestra, yo quiero estar unido enteramente a Tí, quiero ser tuyo.

 

Y por tanto en la hora de esta meditación hago este propósito, el propósito firme de ser coronado contigo, de recibir en mí los tormentos que Tú estás recibiendo, arrancando de mi interior todos los delirios de mis pasiones desordenadas.

 

Derrama Tus más copiosas bendiciones y gracias para que yo jamás pierda esa imagen de Jesús coronado de espinas, coronado para mostrarme cuanto yo debo ser humilde, y cuanto yo debo ser puro, y cuanto yo debo ser casto, y cuanto yo debo combatir mis malas inclinaciones, pasiones que me llevan a clavar una espina más, y otra espina y otra más en la Cabeza Sacrosanta de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Madre mía, dadme la gracia de ser santo como Tú, de ser santo como Él.

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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