MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
4º Misterio Doloroso
Nuestro Señor con la Cruz a cuestas
Por medio de la Cruz, Cristo reina en el corazón de los hombres
Introducción:
Iniciemos la devoción del Primer Sábado, atendiendo al pedido de Nuestra Señora de Fátima, para desagraviar su Inmaculado Corazón. Con nuestra confesión, comunión, recitación del Rosario y meditación de los misterios del Rosario, ofrezcamos a la Madre Celeste la reparación por las ofensas que se cometen contra su Corazón Inmaculado.
Para quien practique esta devoción, María prometió especiales gracias de salvación eterna.
Hoy meditaremos el 4º Misterio Doloroso: Nuestro Señor con la Cruz a cuestas, rumbo al Calvario.
La Cruz fue el instrumento con que Cristo reconquistó las almas para Dios y las rescató del infierno.
Composición de lugar:
Pongamos nuestra imaginación en las calles de Jerusalén, el Viernes Santo de Pasión. Jesús, condenado a la muerte de cruz, acaba de dejar el tribunal de Pilatos. El Redentor recibe su cruz, la coloca sobre los hombres y comienza la penosa caminada rumbo al Monte Calvario. Vemos la multitud enfurecida y oímos los gritos e injurias al Hijo de Dios, mientras hace la Vía de la Cruz.
Oración preparatoria:
Oh Madre y Reina de Fátima, vamos a meditar sobre el Misterio doloroso de Nuestro Señor cargando la Cruz hasta el Gólgota. Tú estabas allí, acompañando los pasos de tu Divino Hijo, rumbo a la consumación de su sacrifico redentor. Por esta meditación, alcanzadnos la gracia de unirnos a los sufrimientos de Cristo en su dolorosa Vía Crucis, abriendo nuestros corazones para poder acoger dignamente los méritos infinitos que Nuestro Señor conquistó para todos nosotros en su Pasión. Así sea.
Del Evangelio de San João, 19, 17-19
“17 y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera»
(que en hebreo se dice Gólgota), 18 donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. 19 Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».”
I- Jesús es sentenciado a muerte de cruz.
Después de haber declarado tantas veces la inocencia de Jesús, Pilatos, por miedo de perder los favores del César, finalmente lo condenó a morir crucificado.
1- Resignación divina delante de la condenación.
Jesús oye humildemente la lectura de su sentencia a muerte y la acepta. No se queja de la injusticia del juez, no apela al César como hizo San Pablo. Enteramente manso y resignado, se somete al decreto del Padre Eterno, que por nuestros pecados lo condenan a la cruz. “se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.”(Fl, 2,8) y por el amor que dedica a los hombres se contenta con morir por nosotros: “como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor”(Ef 5,2). Delante de esta divina resignación frente a la muerte, exclamamos con San Alfonso de Ligorio: “¡Oh, mi compasivo Salvador, cuántos os agradezco! ¡Cuánto Os soy agradecido! Deseo, oh mi Jesús, morir por Vos, pues Vos, con tan grande amor, aceptaste la muerte por mí. Pero, si no me es dado derramar mi sangre ni sacrificar mi vida por las manos del verdugo, como hicieron los mártires, al menos acepto con resignación la muerte que me esté reservada, y la acepto en el modo y el tiempo que queráis. Yo os la ofrezco desde ya, en honra de vuestra majestad y en reparación por mis pecados.”
2-Cariñosamente, Jesús abraza la Cruz
Leída la sentencia, se precipitan con furia sobre el cordero inocente, le imponen nuevamente la vestimenta y le presentan la cruz hecha con dos toscas vigas. ¡Oh Dios, qué barbaridad, sobrecargar con tal peso un hombre tan atormentado y desprovisto de fuerzas! Jesús no espera que la cruz le sea impuesta. Él mismo la abraza, la besa y la coloca sobre sus hombros heridos, diciendo: “Ven, mi querida cruz, hace treinta años que yo te busco; quiero morir en ti por amor de mis ovejas”.
“¿Ah, mi Jesús, que podéis hacer todavía para obligarme a amarte?” San Alfonso de Ligorio nos invita a una reflexión. “Si un criado mío se hubiese ofrecido únicamente a morir por mí, habría conquistado todo mi amor. Como, pues, puedo vivir tanto tiempo sin amar a Jesús, sabiendo que Vos, mi único Señor, moriste por mí? Os amo, sumo bien, y porque os amo, me arrepiento de haberos ofendido.”
II – El ‘Via Crucis’
Tres condenado dejan el tribunal y se dirigen para el lugar del suplicio. Entre ellos se encuentra el Rey del Cielo, con la Cruz a cuestas: “cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota)” (Jn19,17).
1. Nuevo tormento a cada paso
¡Oh espectáculo que causó admiración del cielo y de la tierra! El Hijo de Dios va a morir por esos mismos hombres que lo condenan. La profecía se realiza: “Yo, como manso cordero, era llevado al matadero ”(Lm, 11,19).
Ver a Jesús caminar hacia el Calvario causaba tal compasión, que las mujeres al verlo se ponían a llorar y lamentar tanta crueldad: “Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él”(Lc 23,27). El Redentor, sin embargo, volviéndose para ellas les dice: “«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?”(Lc 23,28-). Con eso quería dar a entender el gran castigo que merecen nuestros pecados, pues si Él, inocente e Hijo de Dios, era tratado así por haberse ofrecido en satisfacción por nosotros, ¿Cómo deberían ser tratados los hombres por sus propios pecados?
Contemplemos por un instante a ese Jesús con la Cruz a cuesta, está todo dilacerado, coronado de espinas, sobrecargado con aquel pesado leño y acompañado por gente que le es contraria y que lo sigue para injuriarlo y maldecirlo. Su cuerpo sagrado está todo surcado por la flagelación que sufrió, de tal manera que a cualquier movimiento que hace se renueva el dolor de todas sus llagas. Ahora la cruz lo atormenta, pues ella comprime sus hombros llagados y va clavando cada vez más las espinas de aquella atroz corona; ¡Cada paso, cuánto dolor! Y Jesús no abandona. Sí, Él no deja la cruz porque por medio de ella quiere reinar en los corazones de los hombres, como predijo Isaías: “lleva a hombros el principado” (Is 9,5).
2. A ejemplo de Cristo, soportemos con paciencia nuestras cruces.
¡Ah, mi Jesús, con que sentimientos de amor para conmigo caminabas hacia el Calvario, donde debías consumar el gran sacrificio de vuestra vida! ¿Ah, mi Redentor, como pude vivir hasta ahora olvidado de vuestro amor? ¡Oh pecados míos, vos habéis amargado el corazón de mi Señor, ese corazón que tanto me amó! ¡Oh mi Jesús, me arrepiento de la injusticia que os hice, os agradezco la paciencia que has tenido conmigo y sólo a Vos yo quiero amar. Recordadme siempre del amor que me consagraste, para que nunca más deje de amaros. Mi querido Redentor, por los merecimientos de esa camino dolorosa, por los ruegos de vuestra Madre Santísima, dadme la fuerza de llevar con paciencia mi cruz. Acepto todos los dolores y desprecios que me tienes destinado y que se volvuen amables y dulces al abrazarlos por vuestro amor. ¡Dadme fuerza de soportarlos con paciencia!
3. La lección de la Madre Dolorosa
Recordemos que la Madre de Jesús, nuestra Corredentora, acompañaba todos los pasos de Jesús en su lancinante camino del Calvario. En determinado punto del camino, Madre e Hijo se encuentran. Nuestra Señora puede contemplar un hombre cubierto de sangre, de llagas de los pies hasta la cabeza, con un círculo de espinas que la hería el cráneo y con la pesada cruz a las espaldas. Lo mira, y sólo por el entrañado amor materno puede reconocer en aquel tenebroso aspecto a su Hijo. La Madre quiso abrazar al Hijo; pero fue repelida por los atormentadores. El Hijo sigue adelante y la Madre va detrás, para con Él ser crucificada en el Calvario.
Si viésemos una leona corriendo detrás de su cachorro condenado a muerte, esa fiera nos causaría compasión, comenta San Alfonso. ¿Cómo pues, no nos causaría compasión ver a María yendo detrás de su Cordero Inmaculado, en cuanto lo llevan a la muerte por nosotros?
Oigamos nuestro corazón, veamos si encontramos en el esa compasión que debemos tener por la Madre Dolorosa; procuremos acompañar Madre e Hijo en ese camino de dolor, aceptando con resignación los sufrimientos que Dios nos permite encontrar en nuestra vida.
Oh Madre Santísima, Vos y Jesús, siendo inocentes, llevasteis una cruz muy pesada, y yo, pecador, que he merecido el infierno, ¿rechazaré la mía? De vos, oh María, espero el socorro para sufrir con paciencia mis cruces.
III – Tome su cruz, y ¡sígame!
De hecho, Jesucristo sube al Calvario y nos invita a seguirlo. “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.” (Mt, 16,24). Esta invitación se vuelve todavía más clara y pungente en el Via Crucis cuando el Salvador, extenuado bajo el peso del madero, ya no lo podía cargar sólo. Entonces, “Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar su cruz.”(Mt 27,32).
San Juan Crisóstomo pregunta: ¿Porqué Jesús quiso sufrir solo en las otras penas y al llevar la cruz quiso ser ayudado por el Cirineo? Y responde: “sólo la cruz de Jesucristo no basta para salvarnos, si nosotros no llevamos la nuestra con resignación, hasta la muerte”.
Entonces, abracemos también nuestra cruz por amor al Cordero Divino, que tanto padeció por nosotros. Con toda confianza y humildad digamos: “Visto que Vos, mi amado Redentor, me precedéis con vuestra cruz y me invitáis a seguiros con la mía, id adelante que yo no quiero dejaros solo. Si en el pasado os abandoné, confieso que procedí mal. Dadme ahora la cruz que queráis, que yo la abrazo, sea cual fuere, y con ella quiero acompañaros hasta la muerte. Os amo, mi Jesús amabilísimo, os amo con toda mi alma y no quiero dejaros. Me basta el tiempo en que anduve lejos de Vos; unidme ahora a vuestra cruz. Si yo desprecié vuestro amor, de eso me arrepiento de todo corazón y ahora os estimo más que todos los bienes.
Oh María, mi Madre y mi esperanza, rogad a Dios por mí y alcanzadme la gracia de llevar mi cruz con toda paz.”
Súplica final:
Oh María, Virgen de Fátima, os agradecemos por habernos asistido con vuestras bendiciones durante la meditación y por haber iluminado nuestros corazones para conocer cuanto somos amados por vuestro Divino Hijo, que tanto padeció por nosotros. Haced, oh Madre, con que los méritos infinitos alcanzados por Jesús en el camino del Calvario recaigan sobre nosotros y nos alcancen fuerza, paciencia y serenidad delante de los dolores y cruces que también nosotros debamos soportar para atender a la invitación de seguirlo.
Dios te Salve, Reina y Madre..
Referencia bibliográfica: Basado en: SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, Meditações, volume I, Editora Herder e Cia., Friburgo, Alemanha, 1922; A Paixão de Nosso Senhor Jesus Cristo, Editora Vozes, 1950.