MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
5º Misterio Glorioso
La Coronación de Nuestra Señora en el Cielo
“Reina y Madre de Misericordia”
Introducción:
En nuestro piadoso ejercicio de la Comunión Reparadora del Primer Sábado, pedido por Nuestra Señora en Fátima, meditaremos este mes de agosto el 5º Misterio Glorioso del Santo Rosario: La Coronación de Nuestra Señora en el Cielo. Llevada a la gloria de la eterna bienaventuranza en cuerpo y alma, la Madre de Dios fue solemnemente coronada por la Santísima Trinidad como Soberana de todo el Universo. Título excelso con el cual María fue invocada y venerada por los fieles desde los primeros tiempos de la Iglesia, siendo por Ella prontamente atendidos y amparados, con refinamientos de bondad y misericordia.
Vitral de la Catedral de Notre Dame, París.
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Composición de lugar:
IImaginemos la grandiosa escena de una fiesta en el Cielo, como tal vez hemos visto en grabados y pinturas: una multitud de ángeles y santos circundando los tronos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y el trono donde está sentada María Santísima. Ella se inclina delante de la Santísima Trinidad, que deposita sobre su cabeza una corona resplandeciente de luz, mientras el Cielo entero entona un himno de alabanza y de gloria a nuestra Reina.
Oración preparatoria:
¡Oh, Madre de Dios y Reina gloriosa de Fátima!, alcanzadnos de la Santísima Trinidad – que os exaltó por encima de todas las criaturas como soberana del Universo – las gracias necesarias para meditar bien el misterio de vuestra celestial Coronación. Concedednos las luces y las disposiciones para recoger de este piadoso ejercicio los mejores frutos para nuestra perseverancia en la fe, y nuestro crecimiento en el amor a Dios y en la devoción a Vos, con vistas a nuestra santificación. Así sea.
Apocalipsis (12,1 y ss.)
“1 Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”.
I- Dignidad excelsa de Madre y Reina
Habiendo sido la Santísima Virgen elevada a la dignidad de Madre de Dios, con toda razón la Iglesia la honra con el título glorioso de Reina. Si el Hijo es Rey, la Madre tiene que considerarse y llamarse justamente Reina.
1- La Maternidad divina
Según la tradición y la sagrada liturgia, el principal argumento en que se funda la dignidad regia de María es la maternidad divina. Desde el momento en que María aceptó ser Madre del Verbo Eterno, afirma San Bernardino de Siena, mereció convertirse en Reina del mundo y de todas las criaturas. Si la carne de María no fue diferente de la de Jesús, tampoco la realeza del Hijo se puede separar la Madre. De donde si Jesús es Rey del universo, igualmente del universo es Reina María y a Ella están sujetos los ángeles, los hombres, y todas las cosas del Cielo y de la tierra.
2- La Corredención del género humano
Además, acrecienta el Papa Pío XII, Nuestra Señora debe también proclamarse Reina por la participación singular que tuvo en la obra de la salvación de los hombres. De hecho, María Santísima fue íntimamente asociada a Cristo al ser realizada nuestra redención, y por esto se canta justamente en la sagrada liturgia: “Santa María, Reina del Cielo y Señora del mundo, estaba traspasada de dolor, al pie de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo”. Por lo tanto, así como Cristo, el nuevo Adán, debe llamarse Rey no solo porque es Hijo de Dios, sino también porque es nuestro Redentor, así también se puede afirmar que la Bienaventurada Virgen María es Reina, no solo porque es la Madre de Dios sino porque, como nueva Eva, fue asociada al nuevo Adán.
II – Reina de Clemencia y Dulzura
Sepamos todos para nuestra consolación, observa San Alfonso de Ligorio, que María es una Reina llena de dulzura y de clemencia, siempre inclinada a favorecer y hacernos el bien a nosotros, pobres pecadores.
1- Llena de misericordia y bondad
El propio nombre de reina denota piedad y providencia para con sus subordinados. Mientras los tiranos gobiernan teniendo en vista apenas su interés personal, los reyes buscan el bien de sus súbditos.
Por eso, en la consagración de los monarcas su cabeza es ungida con aceite, símbolo de la misericordia y de la benignidad con la cual deben estar animados para con su pueblo. Y así es María: Reina de misericordia, inclinada solo a la piedad y al perdón para con aquellos que a Ella recurren en sus necesidades y aflicciones. Como afirma San Alfonso, no debemos intimidarnos ante la majestad de esta Reina, porque cuanto más excelsa y santa, tanto más dulce y más piadosa es para con nosotros.
Y yo, ¿con qué confianza me he aproximado de mi Reina y Madre? ¿Siempre he recurrido a Ella en mis dificultades, seguro de que seré atendido y amparado?
2- En sus labios siempre está la ley de la clemencia
Y según otro piadoso comentarista, Nuestra Señora nunca pronunció una única sentencia de condenación, incluso contra los mayores criminales. Jamás dejó caer una sola mirada de indiferencia sobre el menor de sus devotos. El cetro de la dulzura está siempre en sus manos, la diadema de la bondad sobre su frente y la ley de la clemencia en sus labios. Su manto real es un asilo seguro para el más pobre pecador. Sus palabras son siempre las del olvido y del perdón. Tan fuerte es el deseo que tiene la Santísima Virgen de sernos útil que, si la justicia divina se declarase contra nosotros, la clemencia de María se ofrecería aún para defendernos.
3- Bondad sin complicidad con el error
Tenemos que comprender que la clemencia y la bondad incansable de Nuestra Señora no tiene nada de complicidad con el pecado y el error. La ternura de María no consiste en una condescendencia para con quien practicó el mal, sino en la materna e invariable disposición de conceder al pecador las gracias necesarias para abandonar el error y el pecado. Es en este sentido que debemos comprender la clemencia de Nuestra Señora y, en cuanto tal, Ella es única, suprema e indecible.
III –Invitación a la devoción mariana
Según el Papa Pío XII, la coronación de Nuestra Señora como Reina del Universo es una realidad que va más allá de lo terreno, que penetra al mismo tiempo hasta lo más íntimo de los corazones y los toca en su esencia profunda, en lo que tienen de espiritual e inmortal. ¿Qué mejor cosa pueden hacer entonces los cristianos, que volver su mirada hacia Aquella que se nos presenta revestida de su realeza maternal y misericordiosa?
1 – Siempre procuremos recurrir a nuestra Reina
Por lo tanto, afirma el mismo Papa, todos debemos, siempre con la mayor confianza, aproximarnos del trono de esta bondadosa Madre y Soberana, llena de misericordia y de gracia, para pedirle socorro en la adversidad, luz en las tinieblas, consuelo en el dolor y en el llanto. Y, lo que es igualmente importante, esforcémonos por practicar la virtud y evitar el pecado, prestando a esa gloriosa Reina el homenaje duradero de nuestra devoción filial.
Frecuentemos asiduamente sus iglesias, veneremos sus imágenes, celebremos sus fiestas, llevemos siempre el Rosario y recitémoslo todos los días, para cantar las glorias de María. Honremos lo más posible su nombre, más dulce que el néctar y más valioso que todas las piedras preciosas.
2 – Imitemos las virtudes de nuestra Reina
Continúa el Papa Pío XII, haciéndonos una elocuente invitación: “Con vivo y diligente cuidado, esfuércense todos por copiar, en los sentimientos y en los actos, según su propia condición, las altas virtudes de la Reina del Cielo y nuestra Madre amantísima. De donde resultará que los fieles, venerando e imitando a tan gran Reina y Madre, se sentirán verdaderos hermanos entre sí, despreciarán la envidia y la codicia de las riquezas, y han de promover la caridad social, respetar los derechos de los débiles y fomentar la paz. Que alguien no se juzgue hijo de María, digno de acogerse a su poderosísima protección, si, conforme al ejemplo de Ella misma, no es justo, manso y casto, y no muestra verdadera fraternidad evitando herir y perjudicar, y buscando socorrer y dar ánimo al prójimo".
Cómo está mi devoción a María Santísima? ¿La amo con todo el corazón, como a mi Madre y Reina? ¿La considero como la poderosa intercesora que Dios colocó en nuestra vida para alcanzarnos sus gracias y su perdón?
CONCLUSIÓN
Nos asegura San Alfonso de Ligorio que no hay peligro de que nuestra Reina María alguna vez se niegue a ayudar a sus hijos; Dios la elevó a soberana del mundo, no para su propio bien, sino para poder compadecerse aún más de los miserables y socorrer a todos los hombres que a Ella recurren.
Refugiémonos pues, pero refugiémonos para siempre, a los pies de nuestra dulcísima Reina, si queremos salvarnos. Y si las dificultades de la vida, y nuestras imperfecciones y carencias nos espantan y nos desaniman, recordemos que María fue hecha Reina de clemencia y de bondad para socorrernos con su protección. Por más débiles y miserables que seamos, Nuestra Señora nos ayudará y nos tratará como joyas de su celestial Corona, pues tener compasión de nosotros y amarnos como hijos muy queridos es el galardón de su realeza. Por eso, con confianza redoblada, supliquémosle:
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencia bibliográfica:
San Alfonso María de Ligorio, Meditações para todos os dias e festas do ano, Friburgo, Herder & Cia, 1921.
Pío XII, Carta Encíclica “À Rainha do Céu”, octubre de 1954.
Mons. João S. Clá Dias, Pequeno Ofício da Imaculada Conceição Comentado, 2008.