MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO – Diciembre 2017

Publicado el 12/01/2017

MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

3 er . Misterio Gozoso

NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO “PORQUE UN NIÑO NOS HA NACIDO, UN HIJO SE NOS HA DADO”

 


 

Introducción:

Nuestros corazones y almas se vuelven para la jubilosa celebración de la Navidad y por esto haremos la devoción del Primer Sábado contemplando el 3 er Misterio Gozoso: El Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Tengamos presente que, después de siglos de oración y súplicas con las cuales los Profetas y los Patriarcas del Antiguo Testamento pedían por el Mesías, finalmente “Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado” (Is, 9,5): el propio Hijo de Dios desciendo del Cielo a la Tierra para rescatarnos del pecado y abrirnos definitivamente las puertas de la eterna bienaventuranza. Preparémonos para recibir al Niño Jesús con todo nuestro amor y reconocimiento por el inestimable don de Sí mismo que nos concedió.

 

Composición de lugar:

Imaginemos el interior de la Gruta de Belén, inundada por una luz sobrenatural irradiada por la presencia del Niño Jesús reclinado en el pesebre, estando a su lado María Santísima y San José, arrodillados, en actitud de adoración y alabanza al Dios Encarnado. Atrás del pesebre, el buey y el asno calientan el ambiente en el cual reina la paz y la serenidad bajada del Cielo.

 

Oración preparatoria:

Oh Virgen Santísima de Fátima, interceded por nosotros durante esta meditación sobre el Misterio del Nacimiento de vuestro Hijo, a fin que sepamos prepararnos para recibirlo entre nosotros, ofreciéndole nuestro corazón purificado y libre de los apegos terrenos que nos impiden amarlo por encima de todas las cosas. Que por vuestros ruegos junto a Él, seamos iluminados por la gracia redentora que Cristo nos trajo y transformados por su presencia en nuestra vida. Así sea.

 

Evangelio de San Lucas 2, 6-12

“6 Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto 7 y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.

8 En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. 9 De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. 10 El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: 11 hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. 12 Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».”

 

I- EL VERBO SE HIZO HOMBRE PARA NUESTRA SALVACIÓN

Desde toda la eternidad, el amor de Dios por los hombres es inmenso, como Él mismo nos lo dice por la boca del profeta Jeremías: “El Señor se le apareció de lejos:  Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia para contigo.” (Jr 31,3). Sin embargo, como nos enseña San Alfonso María de Ligorio, ese amor apareció en toda su grandeza cuando el Hijo de Dios se hizo ver bajo la forma de un niño, reclinado sobre la paja de un establo. Fue entonces que la bondad, la ternura y el amor únicos de nuestro Dios Salvador se manifestó a los hombres.

 

1- Para ganar más rápidamente nuestro amor, se hizo niño

San Bernardo observa que Dios ya había mostrado su poder creando el mundo, y su sabiduría gobernándolo. En la Encarnación del Verbo, sin embargo, manifestó la grandeza de su misericordia. Antes que Dios viniese sobre la tierra revestido de la naturaleza humana, continúa el mismo Santo, los hombres no podían hacer una idea justa de la bondad divina. Para que los hombres puedan descubrir toda la extensión de su bondad, Dios se encarnó.

 

De este modo nos obliga a amarlo, pues Dios no quiso confiar a otro el negocio de nuestra salvación, sino quiso hacerse hombre y venir a rescatarnos en persona. Es por esto que el Verbo Eterno se hizo hombre. Y es también por esto que se hizo niño, ya que podría presentarse sobre la tierra como hombre maduro, a semejanza de nuestro primer padre Adán, pero el Hijo de Dios prefirió mostrarse bajo la forma de un gracioso niño, a fin de ganar más rápidamente y con más fuerza nuestro corazón. Los niños son amables por sí mismos y atraen el amor de quien las ve. El Verbo divino se hizo niño, dice San Francisco de Sales, a fin de conciliar el amor de los hombres.

 

2- Y para inspirarnos más confianza

El Hijo de Dios también se hizo niño para atraer más fácilmente a los hombres, especialmente los que sienten recelo de aproximarse del Redentor por causa de sus culpas y pecados. Ora, comenta San Alfonso, ¿No fue para reconciliar los pecadores con Dios que el Verbo Eterno se humilló a punto de revestirse de la naturaleza humana? Si te arrepintieses de tus pecados, ¿Cómo te condenará aquel Señor que muere para que no te condenes? Y si quieres volver nuevamente a su amistad, ¿Cómo te rechazará aquel que vino del cielo para buscarte?

 

Si realmente deseamos enmendarnos y cambiar nuestros malos hábitos, esforzándonos en amar solamente a Jesucristo, no tenemos que temer. En vez de aterrorizarnos, confiemos; en vez de afligirnos, alegrémonos! El Señor protesta que quiere olvidarse de todas las ofensas de un pecador que se arrepiente: Si el impío hace penitencia, no me recordaré de sus iniquidades. Con todo, para inspirarnos más confianza, nuestro divino Salvador se hizo niño. Al final, ¿Quién temería aproximarse de un niño? Los niños nada tienen de terrible, sólo respiran dulzura y amor.

 

II-QUE NUESTROS CORAZONES SEAN COMO EL PESEBRE DE BELÉN

María y José, no teniendo quien los acogiese en Belén, van para los alrededores a fin de encontrar un lugar donde la Madre Celeste pudiese dar a luz al su Divino Hijo y encontraron una gruta que servía de establo a los animales.

 

Los hijos de los reyes terrenos nacen en cuartos adornados de oro y preciosa decoración, rodeados de todo el confort y prestigio. Sin embargo, para venir al mundo el Rey del Cielo, se presenta una gruta fría y sin luminosidad, unos pobres paños para cubrirlo, un poco de paja y un comedero que le servirá de cuna.

 

1 –Jesús nace en la Gruta de Belén

Y fue allí, en la ruda y bendita Gruta de Belén, cercada de las indecibles solicitudes de su Madre Santísima, que Jesús vino al mundo, trayendo a la tierra entera inmensa alegría. Él es el Redentor deseado durante tantos años y con tanto ardor que, por esta razón, fue llamado de ‘el deseado de las naciones’. ¡Con cuánta felicidad la Santísima Virgen recibió en sus delicadas manos el tan esperado Niño! Después lo depositó en el pesebre. Allí durmió serenamente el Rey del universo, siendo apenas calentado por un buey y un burrito.

 

Al nacer como un frágil niño, en tan simples condiciones, Jesús nos dio una gran lección: nunca debemos apegarnos a los pasajeros bienes terrenos, sino tener el espíritu desapegado y humilde, enfrentando las privaciones con alegría, como hizo el Niño Jesús. Aprovechemos ese momento de nuestra meditación y entremos en la gruta para adorar al Creador del Cielo y de la Tierra, quien nos muestra la belleza de la virtud de la simplicidad. Entremos, no temamos, pues Él nació para todos.

 

2- El silencio del pesebre

En aquella bendita noche, reinaba en la gruta el silencio. Silencio que nos invita a contemplar la soledad de Jesús, un Rey que se hizo siervo, un Dios que se hace hombre, el mayor dentro de todos que se hace pequeño, para ser amado por nosotros. Contemplando la inocencia y la ternura del Dios-Niño y las manifestaciones de su amor por nosotros desde su nacimiento, ¿Cómo no vamos a adorarlo? Sus lágrimas, sus dulces gemidos, su fisonomía, todo nos invita a la oración y a la meditación.

 

Por las manos de María, digamos el Niño Jesús: “Oh dulcísimo Salvador, queremos estar a solas contigo en el Pesebre. Colocad en nuestra alma el gusto por la oración, pues es por medio de ella que alcanzamos las gracias que nos queréis dar. Haced también silencioso nuestro corazón para oírte mejor, entrad y permaneced en él, para que estemos constantemente en vuestra divina presencia.”

 

¡Oh bendito Pesebre, porque acogisteis ese inefable tesoro! ¡Oh bendito corazón, tendréis mucha más felicidad si con verdadera humildad lo recibieres!

 

 

III- MARÍA ABRE LA GRUTA PARA TODOS LOS HOMBRES

Los Ángeles del Cielo anunciaron a los pastores de Belén el nacimiento de Cristo y los encaminaron para la Gruta. La Estrella trajo de Oriente a los Reyes Magos para adorar al Soberano del Universo nacido en Judá.

 

Ahora María invita a todos los hombres, pastores y reyes, nobles y plebeyos, ricos y pobres, santos y pecadores a entrar en la Gruta de Belén, para adorar su Divino Hijo y besarle sus pies. La Celeste Madre nos invita a todos a contemplar a ese Niño acostado en pajas, resplandeciente de belleza y de brillante luz, en un pesebre que ya no tiene nada de tosco ni de repulsivo, sino que se volvió un paraíso por la presencia de Dios.

 

1-Accesible a todos, como la flor de los campos y los lirios de los valles

Afirma San Alfonso, que Jesús nació para todos, para quien lo desee. Y por ello que Nuestro Señor dice de sí mismo que es la flor de los campos y el lirio de los valles (Can 2,1): como esas flores son expuestas a la vista de todos los que por ellas pasan y cada uno las puede recoger, así Jesús quiso estar al alcance de todos los que lo desee encontrar. Que todos vengan, por lo tanto, a esta gruta que no tiene

 

2-La ofrenda de nuestro corazón contrito y amoroso

Prestemos oído, por lo tanto, a la exhortación del Santo, cuando nos dice: “¡Levantaos, almas fieles! Jesús os invita a venir a besarle los pies. Los pastores y los Magos que fueron a visitarlo le llevaron sus presentes. Es preciso que le ofrezcáis también los vuestros. Mas, ¿Qué le iréis a ofrecer? Escuchadme: el regalo más agradable que puedas ofrecerle a Jesús es un corazón arrepentido y amoroso. Estos, pues, los sentimientos que cada uno debe exprimir al Dios Niño en el pesebre de Belén.”

 

Sigamos este consejo y hagamos de nuestro corazón un presente digno a ser depositado a los pies del Divino Infante por las manos de su Madre Santísima que nos recibe en la Gruta de Belén.

 

3- Confianza en la inmensa bondad de Dios

Al meditar en el Nacimiento de Cristo, debemos tener presente una consoladora verdad: Dios Padre entregó su Divino Hijo para redimir la humanidad decaída por el pecado. ¿Qué otro bien podrá negarnos? Él nos desea llenar de gracias inconmensurables. Desea perdonarnos todas las faltas, por mayores que sean. Desea amarnos infinitamente. Desea, por fin, llevarnos al Cielo, desde que estemos limpios de todo pecado. Mas, para alcanzar todo esto, debemos pedir con confianza completa. Si confiamos en su inmenso amor, todo nos será dado.

 

Implorando la intercesión maternal de María, acudamos a los pies de nuestro Divino Salvador con el corazón repleto de confianza, con la certeza que no despreciará las súplicas de sus hijos que aquí están a la espera de recibir incontables gracias.

 

CONCLUSIÓN

Al concluir esta meditación, volvámonos a nuestra Santa Madre, Virgen gloriosa de Fátima, y pidamos a Ella -que contempló con alegría indecible al Niño Jesús en sus brazos en la bendita noche de Navidad— que nos haga partícipes de esa felicidad al celebrar una vez más el Nacimiento de Cristo entre nosotros.

 

Permitid, o Madre, que al aproximarnos del Pesebre del Divino Infante, podamos de hecho estar más junto a Él, abriendo nuestros corazones para su gracia regeneradora, dejando que su infinito amor nos santifique y nos vuelva dignos de estar un día con Él y con Vos, oh gloriosa Virgen María, en la eterna felicidad del Cielo. Así sea.

Dios te Salve, Reina y Madre…

 

Referencia bibliográfica:

Basado en:

Santo Afonso de Ligório, Encarnação, Nascimento e Infância de Jesus Cristo, Edição em PDF por Fl. Castro, 2002.

Monsenhor João S. Clá Dias, O Inédito sobre os Evangelhos, Libreria Editrice Vaticana/Instituto Lumen Sapientiae, Città del Vaticano/São Paulo, 2013, vol. V, pp. 117 e ss.

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