MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO – Diciembre 2019

Publicado el 12/04/2019

MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

3er. Misterio Gozoso

EL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

 


 

Introducción:

Se aproxima una vez más la Santa Navidad. Así, dedicaremos nuestra devoción de la Comunión Reparadora del Primer Sábado, pedida por Nuestra Señora en Fátima, a considerar el 3er. Misterio Gozoso del Rosario: “El Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo en la Gruta de Belén”. En el despojamiento de una gruta vino al mundo Aquel “que los Cielos no pudieron contener”, el propio Hijo de Dios, nueve meses después de hacerse carne en el seno inmaculado de la Virgen María. Vino para rescatarnos del pecado y abrirnos nuevamente las puertas de la eterna bienaventuranza.

 

Composición de lugar:

Recordemos la escena del Pesebre que tanto conocemos, e imaginemos el interior de aquel establo, abierto en una gruta en las montañas de Belén. María y José acaban de entrar allí y al mismo tiempo observan, resignados y perplejos, la pobreza del local donde el Rey del Cielo está por nacer. José prepara la tosca cuna forrándola con un poco de paja, mientras Nuestra Señora arregla los pañales con los cuales abrigará a su divino Hijo. En determinado momento, aquel rústico interior es inundado por una luminosidad esplendorosa, y una sinfonía angélica envuelve todo el ambiente: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres por Él amados”

 

Oración preparatoria:

¡Oh!, Santísima Virgen de Fátima, gloriosa Madre de Dios y nuestra, Vos que, en la noche bendita de Navidad, disteis el Redentor a este mundo, alcanzadnos de Él las gracias y las disposiciones de alma necesarias para meditar bien el precioso misterio de su nacimiento en la gruta de Belén. Que bajo tu amparo podamos también nosotros recoger de estas consideraciones todos los frutos de piedad y de santificación que la venida de vuestro Divino Hijo trajo para toda la humanidad y para cada uno de nosotros en particular. Amén.

 

San Lucas (2, 6-14)

“6Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto 7 y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. 8 En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turnos su rebaño. 9 De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. 10 El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: 11 hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. 12 Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». 13 De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres por Él amados»14.”

 

I- QUE HAYA LUGAR PARA JESÚS EN NUESTROS CORAZONES

Llegó el día de María dar a luz, y tuvo su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, por no haber lugar para ellos en la hospedería. Estas frases, afirma el Papa Benedicto XVI, no cesan de tocar nuestros corazones. Llegó el momento que el ángel había pronunciado en Nazaret: “Darás a luz un hijo, al cual le pondrás el nombre de Jesús. Él será grande y se llamará Hijo del Altísimo”.

 

1- La humanidad no tenía lugar para Dios

Llegó el momento que Israel aguardaba desde hacía muchos siglos, el momento de algún modo esperado por toda la humanidad, en que Dios viniese a cuidarnos, el mundo fuese salvado y todo fuese renovado. Podemos imaginar con cuánto cuidado interior, con cuánto amor se preparó María para aquella hora. La breve mención del Evangelio — “Lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre”— nos deja intuir algo de la santa alegría y del celo silencioso de tal preparación. Estaban prontos los pañales, para que el niño pudiese ser bien acogido. En la hospedería, sin embargo, no había lugar. De algún modo, la humanidad espera el adviento de Cristo, pero cuando llega ese momento, no dispone de un lugar para Él. Los hombres están tan ocupados consigo mismos, sienten la necesidad imperiosa de todo el espacio y de todo el tiempo para sus propias cosas, que no queda nada para sus semejantes, y ni siquiera para Dios. 

 

2- Vino para los suyos y estos no lo acogieron

San Juan, en su Evangelio, parece interpretar la breve noticia de San Lucas sobre la situación de Belén, y por eso afirma que Jesús “vino para los que eran suyos, y los suyos no lo acogieron”. Esto se aplica ante todo a Belén: el hijo de David viene a su ciudad, pero tiene que nacer en un establo, porque en la hospedaría no hay lugar para Él. Se aplica también a Israel: el enviado llega junto a los suyos, pero no lo quieren. En realidad, se aplica a la humanidad entera: Aquel por quien el mundo fue hecho, el Verbo creador entra en el mundo, pero no es oído, no es acogido.

 

En último análisis, advierte el papa Benedicto XVI, estas palabras se aplican a nosotros, a cada individuo y a la sociedad en su todo. ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede Dios entrar en nuestra vida? ¿Encuentra siempre un lugar en nuestro corazón y en nuestro pensamiento? ¿O somos tan egoístas y centrados en nosotros mismos, que solo tenemos pensamientos vueltos hacia nosotros, y los espacios de nuestra vida son ocupados únicamente con nuestras preocupaciones terrenas e inmediatas? ¿Tenemos ojos para nuestros semejantes que no raras veces necesitan de nuestra ayuda, de nuestro afecto, de una palabra de conforto y amparo? ¿El amor a Dios y al prójimo, primordiales en la existencia del verdadero cristiano, lo practico de hecho?

 

 

II – ESPEJOS DE LA LUZ DE CRISTO PARA EL MUNDO.

Felizmente, en el nacimiento de Jesús no encontramos apenas circunstancias y actitudes de rechazo y de ingratitud. Así como en San Lucas encontramos el amor de María y la fidelidad de San José, la vigilancia de los pastores y su gran alegría al adorar al Niño Dios; así como encontramos en San Mateo la visita y adoración de los Reyes Magos, venidos desde lejos; así también San Juan nos dice: “Pero, a todos los que lo recibieron, [Jesús] les dio el poder de hacerse hijos de Dios” (Jn 1,12).

 

1- Los que ven la luz y la transmiten

En efecto, existen aquellos que lo acogen y, de ese modo, a partir de María, de José y de los pastores en la gruta de Belén, crece silenciosamente la nueva humanidad abierta a la salvación traída por el Niño Dios. Por encima de todo, la Navidad de Jesús nos lleva a contemplar a un Dios que no se deja apartar de su pueblo ni ser puesto fuera de la convivencia humana. Él encuentra su lugar, aun cuando sea a partir de un pesebre, donde personas justas ven su luz y la transmiten. Y así como otrora, hoy, a través de la palabra del Evangelio y de la liturgia sagrada, la luz del Redentor entra en nuestra vida y reluce a nuestros ojos. Ya seamos pastores, ya seamos sabios, la luz y el mensaje de Cristo nos invita a salir de la mezquindad de nuestros deseos e intereses, a fin de ir al encuentro del Señor y adorarlo. Seamos también nosotros espejos de la luz de Cristo para el mundo, con el ejemplo de una vida motivada por las virtudes cristianas y por el deseo de santidad.

 

2- La humanidad por Él amada

Algunas representaciones del pesebre nos muestran el establo de Belén como si fuesen las ruinas de un palacio. Ese modo de concebir la gruta donde Jesús nació expresa algo de la verdad que encierra el misterio de la Navidad. En el tiempo en que el Hijo de Dios vino al mundo, el trono de David se encontraba vacante. El descendiente de la antigua realeza de Israel es José, un simple carpintero. Sin embargo, en la realidad el “palacio” se vuelve una ruina y un establo. Y en este corral, en aquel Niño envuelto en pañales y puesto en una cuna, comenzó la verdadera realeza del Pueblo Elegido. El nuevo trono, desde donde este Rey atraerá a sí al mundo, es la Cruz.

 

El poder que proviene de la Cruz, el poder de la bondad que se da: tal es la verdadera realeza. El corral se vuelve un palacio: es precisamente a partir de este inicio que Jesús edifica la nueva humanidad, que será redimida por Él en lo alto del Calvario, sobre el trono de la Cruz. La misma humanidad cantada por los ángeles de Belén, compuesta de personas de buena voluntad, que se inclina a la voluntad divina y es por Dios especialmente amada.

 

 

III – EL CIELO VINO A LA TIERRA

San Gregorio de Niza, en sus homilías de Navidad, al comentar el pasaje del Evangelio de San Juan — “y el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros” — resalta que la presencia del Dios encarnado junto a sus criaturas renueva el universo entero, hasta entonces herido y desfigurado por el pecado de nuestros primeros padres.

 

1 – Con la Navidad, la creación readquirió su belleza y dignidad

Al nacer en la gruta de Belén, Jesús no reconstruyó un palacio cualquiera. Él vino para restituir a la creación su belleza y su dignidad. Esta renovación tuvo inicio con la Navidad que hizo regocijar a los ángeles, que entonaron su cántico de gloria. La voluntad divina se armonizó con la voluntad humana, y en esta sintonía entre el querer humano y el querer divino, se unió la realidad celestial y la realidad terrenal. Así, afirma el Papa Benedicto XVI, la Navidad es una fiesta de la creación reconstruida. Es a partir de ese contexto que los Padres interpretan el canto de los ángeles en la Noche Santa: es la expresión de la alegría por el hecho del Cielo y la tierra encontrarse nuevamente unidos; del hombre estar de nuevo unido a Dios.

 

2 – Toquemos la humildad y el corazón de Dios

Sí, en la gruta de Belén, el Cielo vino a la tierra y ambos se tocaron. Por eso, de esa gruta emana luz y alegría para todos los tiempos. En la Noche Santa, comenta Benedicto XVI, el corazón de Dios se inclinó desde el Cielo hasta el establo de Belén, donde el Rey eterno se revistió de insondable humildad. Y añade el Pontífice: “si fuésemos al encuentro de esta humildad, entonces tocaríamos el Cielo, entonces tocaríamos el corazón de Dios. Seamos también nosotros humildes, así como lo fueron los pastores, y en la noche de Navidad, dirijámonos hasta el Niño en el pesebre. ¡Toquemos la humildad de Dios, toquemos el corazón de Dios! Entonces su alegría nos tocará y hará más luminoso el mundo”.

 

CONCLUSIÓN

Al concluir esta meditación, volvamos nuestro pensamiento hacia la excelsa Madre de Dios, María Santísima. Predestinada desde toda la eternidad para concebir y dar al mundo el Salvador, fue Ella quien primero lo acogió en su seno virginal y lo llevó consigo durante nueve meses, como en un preciosísimo Sagrario, hasta el momento bendito en la gruta de Belén.

 

Pensemos en San José, el esposo virginal y padre adoptivo perfecto, solícito y consagrado al servicio del Hijo de Dios, para cuyo nacimiento no ahorró los esfuerzos ni las diligencias a su alcance a fin de ofrecer al Niño Dios lo que fuese necesario para el cumplimiento de su misión redentora.

 

Pidamos a Nuestra Señora y a San José que nos alcancen la gracia de ser también nosotros espejos de la luz de Cristo para el mundo, para nuestros semejantes, especialmente para los que nos son más próximos. Que ambos, Padres celosos y amorosos del Verbo Encarnado, nos ayuden a acogerlo siempre en nuestros corazones, de modo particular al recibirlo en la Sagrada Eucaristía.

 

Y que, en esta Santa Navidad, nuestros mejores presentes para el Niño Dios sean nuestros propósitos de crecer en el amor a Él, en el camino del bien, de la virtud y de la santidad. Que María y José nos protejan para corresponder plenamente a nuestra vocación cristiana.

 

Con la entera confianza de hijos, nos volvemos hacia la Virgen Señora de Fátima, y a Ella le rogamos con fervor:

Dios te salve, Reina y Madre…

 

 

Referencia bibliográfica:

San Alfonso María de Ligorio, Meditações para todos os dias e festas do ano, Friburgo, Herder & Cia., 1921.

Papa Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa de Navidad, 25 de diciembre de 2007.

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