MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
Tercer misterio Luminoso
El anuncio del Reino, invitando a la conversión
El sentido católico del sufrimiento
Introducción:
Atendiendo al pedido de Nuestra Señora en Fátima, practicaremos ahora la devoción reparadora del Primer Sábado, en desagravio a las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María. De acuerdo al apelo de nuestra Madre Santísima, esta reparación consiste en la Confesión y Comunión, en la recitación de un rosario y en la meditación de los misterios del Rosario. Recordemos que, para quien practique esta devoción, María prometió gracias especiales de salvación eterna.
Nos acercamos al tiempo de Cuaresma, cuando los cristianos deben preparase para vivir bien los días santos de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y de su gloriosa Resurrección. Dedicaremos entonces, nuestra meditación de hoy, con base en la liturgia de este domingo, a considerar como debemos encarar con humildad y confianza las probaciones –espirituales y materiales- que la Providencia permite que enfrentemos en esta vida, con los ojos puestos en la Cruz del Divino Redentor.
Composición de lugar:
Imaginamos a Nuestro Señor Jesucristo en la casa de Simón Pedro y Andrés en Cafarnaúm, ciudad de la Galilea. El Divino Maestro se encuentra junto a la suegra del pescador, que está acostada en su cama, con fiebre alta. En la penumbra de aquel humilde cuarto, Jesús toma la mano de la enferma y la levanta, enteramente curada.
Pedro, Andrés, Juan y Santiago estaban allí y quedan admirados al ver a la señora feliz y saludable, en pié y preparando una refección para servirlos.
Oración preparatoria:
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
Evangelio de San Marcos (1, 29-34)
“29 Y enseguida, al salir ellos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. 31 Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. 32 Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. 33 La población entera se agolpaba a la puerta. 34 Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.”
“Sagrada Biblia (Versión Oficial de la Conferencia Episcopal Española)”.
I – Importancia del sufrimiento.
A pesar de los más modernos avances de la medicina, no le es posible al ser humano eliminar por entero la enfermedad y el dolor. Y, si no es factible la extirpación de los males físicos, lo mismo sucede, y mucho más, con los espirituales.
Frecuentemente nos vemos rodeados de aflicciones e incertezas, la vida está llena de contrariedades y no nos es posible huir enteramente de ellas. ¿Cómo reaccionar, entonces, frente al dolor?
1- El sufrimiento contribuye para el fortalecimiento del alma humana:
La necesidad de ejercicio y de movimiento de nuestro cuerpo no es sino un reflejo, puesto por Dios, de la análoga necesidad del espíritu en relación al sufrimiento.
Cuando alguien, por ejemplo, sufre una fractura en un hueso del brazo y se ve obligado a inmovilizarlo durante cierto tiempo, al ser retirado el yeso, lleva un susto por constatar que el brazo se encuentra atrofiado y flácido. Es necesario hacer fisioterapia, a fin de que el miembro se recupere. También el alma, sin sufrimiento, se vuelve escuálida, languidece y pierde su vigor.
2- El sentido católico del dolor:
La única Religión que encara el dolor como debe ser es la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. Ella muestra cuanto el dolor es indispensable y como debe ser comprendido. Nosotros sólo comenzamos a entender la necesidad del sufrimiento mirando para Nuestro Señor Jesucristo clavado en la Cruz. Él se encarnó con el objetivo de reparar el pecado cometido por nuestros primeros padres, de restaurar la gloria de Dios y el orden, y quiso hacerlo a través de los tormentos de su Pasión.
“La enfermedad y el sufrimiento –nos dice el Catecismo- siempre estuvieron entre los problemas más graves de la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites, su finitud. […] La enfermedad […] soportada como se debe, vuelve a la persona más madura, la ayuda a discernir en la vida lo que no es esencial, para ocuparse de aquello que es primordial. No raras veces, el sufrimiento es el mejor purificador de nuestras almas, ya que a través de él, nosotros pagamos el rescate de nuestras faltas, nos confesamos miserables y mendicantes de gracia y perdón divino. “«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.” (Mc 8,34).
II –Jesús siempre está pronto para curarnos.
En el Evangelio de hoy, nos deparamos con Jesús curando primeramente a la suegra de Pedro y, después, aliviando los males de una multitud que rodeara la casa donde se hospedaba.
1 – Todo puede ser resuelto por el Divino Médico:
Jesús tocó a la suegra de Pedro porque quería dejar bien claro que era el Autor de esa cura. Y así como esta divina mano tomó la de la suegra de Pedro, del mismo modo ella está siempre extendida a nuestra disposición.
Nuestro Señor Jesucristo trata con consideración y afecto a aquellos que tienen abertura de alma y no le oponen obstáculos, y está pronto a entrar en la casa de cada uno -como si sólo éste existiese- para atender a quien estuviese postrado por cualquier enfermedad. ¡Cuántas miserias, debilidades y caprichos pesan en nuestro interior! A pesar de esto, Nuestro Señor no nos tiene repulsa y nunca retira Su mano, por peor que sea nuestra situación. Esta es la confianza que debemos tener: todo puede ser resuelto por el Divino Médico que nos da la mano.
III – La solución del dolor proviene de Jesús
En el salmo 146, versículo 6, encontramos la llave para estos problemas: “El Señor sostiene a los humildes”. De hecho, tarde o temprano, Dios habrá de atender y amparar a los humildes, que se someten a la mortificación y al dolor.
1- Dios permite las adversidades y, al mismo tiempo, nos conforta:
Debemos entender, entonces, que las tribulaciones que nos llegan son permitidas por Dios en vista de una razón superior. Dios no puede promover el mal para nuestra alma, y si actúa así es porque nos ama y desea darnos mucho más de lo que ya dio.
Y, porque es bueno, al mismo tiempo que consiente las adversidades, nos conforta, como dice el Salmo 146, 3: “Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas”.
Al curar a la suegra de Pedro o al sanar la multitud afligida por enfermedades y tormentos, Nuestro Señor no tenía por objetivo enseñar que el dolor debe ser eliminado. Por el contrario, tanto lo consideraba un beneficio para el hombre, que Él mismo abrazó la vía dolorosa y la escogió también para su Madre. En estos milagros, – como en otros incontables operados durante su actuación pública – Nuestro Señor devuelve la salud para darnos una lección: la luz está en Él, la solución del dolor proviene de Él.
2- Abracemos el dolor con los ojos fijos en la Cruz de Cristo:
El Evangelio de hoy nos invita a aceptar el dolor como algo necesario para nuestra salvación, y a entenderlo como un elemento fundamental de equilibrio y purificación de nuestras almas, a fin de que no se apeguen más a las criaturas del mundo y lleguen a la plena unión con Dios. Si nos sentimos inclinados a pedirle que haga cesar algún dolor, recemos con confianza, seguros de ser oídos; sin embargo, si recibimos la inspiración de soportar con resignación la adversidad, -sea una enfermedad, una probación o una simple dificultad -, roguemos a Él que nos de la fuerza imprescindible para vivir con alegría, de la cual Él mismo dio ejemplo, juntamente con su Santísima Madre.
Oración Final
Pidamos a Nuestro Señor Jesucristo, que todos los días Se inmola de forma incruenta en el Santo Sacrificio del Altar, que derrame, por intermedio de Nuestra Señora –la Madre Dolorosa y Corredentora de la humanidad – . torrentes de gracia sobre nosotros, a fin de convencernos de los beneficios del dolor y poder así sufrirlos con elevación de espíritu y con los ojos puestos en su Cruz.