MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
5to Misterio Gozoso
LA PÉRDIDA Y EL HALLAZGO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN EL TEMPLO
BUSQUEMOS A JESÚS POR MEDIO DE MARÍA
Introducción:
Realizaremos nuestra devoción del Primer Sábado contemplando el 5o Misterio Gozoso: La pérdida y hallazgo de Nuestro Señor Jesucristo en el Templo. De la consideración de este Misterio debemos sacar dos preciosas lecciones, conforme nos enseña San Alfonso María de Ligorio: la primera, que debemos renunciar a todo, incluso a amigos y parientes si fuere necesario, cuando el servicio de Dios así nos lo exija; la segunda, que Dios se deja encontrar por aquellos que lo buscan, especialmente si lo hacen por medio de su Madre, María Santísima.
Composición de lugar:
Para nuestra composición de lugar, imaginemos una amplia sala en el interior del templo de Jerusalén, cercada por altas y antiguas columnas, donde se ve un círculo de hombres vestidos con túnicas y turbantes propios de los doctores de la Ley, rodeando al Niño Jesús. En una de las entradas de la gran sala vemos entrar a María y José, con fisionomías de admiración y de alivio por encontrar al Hijo en medio de aquellos sabios de Israel.
Oración preparatoria:
¡Oh, Madre y Señora de Fátima!, suplicamos vuestras bendiciones y vuestra protección para que podamos recoger de este piadoso ejercicio todas las gracias que el Divino Niño Jesús quiso concedernos con ocasión del Misterio de su encuentro en el Templo entre los doctores. Que vuestra solicitud materna, oh María, nos acompañe a lo largo de esta meditación, orientando nuestros pensamientos y nuestros deseos para unirnos aún más a Vos y a vuestro adorable Hijo. Así sea.
Evangelio de San Lucas (2, 41 y ss.)
“41 Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. 42 Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre 43 y, cuando terminó, regresaron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. 44 Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; 45 al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. 46 Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47 Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. 48 Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». 49 Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». 50 Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. 51 Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón.”
I- EL EJEMPLO DE MARÍA Y JOSÉ EN LA BÚSQUEDA DE JESÚS
Según la narración de San Lucas, María y José iban cada año a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, y llevaban consigo al Niño Jesús. Acostumbraban los judíos, durante estos viajes, a formar dos comitivas, una de mujeres y otra de los hombres, y los niños caminaban a veces con el padre, a veces con la madre. En la noche, padre, madre e hijos se juntaban para cenar y tener algún tiempo de convivencia antes de que cada cual fuese a descansar.
Así debe haber sido el viaje en cuestión, con las confusiones propias a la partida de una caravana que sale de una ciudad superpoblada, como era Jerusalén durante la Pascua. Esto explica el hecho de que sólo al final del primer día, al encontrarse, San José y Nuestra Señora se dieron cuenta de que el Niño no estaba con ellos. Comenzaron entonces a buscarlo entre los parientes y conocidos. ¡En vano!
1- Aflicción por la pérdida del Niño
AMaría y José volvieron finalmente a Jerusalén y al tercer día encontraron al Niño en el templo entre los doctores. Espantados y llenos de admiración quedaron al escuchar las preguntas y las respuestas de aquel Niño que no se intimidaba delante de los sabios.
Durante aquellos tres días, María y José no durmieron ni siquiera un instante, lloraban buscando al Hijo amado, así como la Virgen misma dijo al encontrarlo en el Templo: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Preocupación, aflicción y angustia, sí, pero con una superior paz de alma. María Santísima tal vez se colocase el problema de ser Ella la culpada de lo sucedido, por alguna falta de amor a Dios. La separación de su adorable Hijo sería, en este caso, una divina reprensión. De ahí resultaba el hecho de su gran aflicción, ¡y sentir en su corazón la espada de dolor! La Virgen y San José tal vez juzgasen no haber sido dignos de guardar aquel Tesoro, de no haber correspondido a la misión que recibieron. Y esto los dejaba en una gran desolación.
San Alfonso afirma que, para un alma que hizo de Dios el objeto de todo su amor, no hay aflicción mayor que el temor de haberlo ofendido. Por esto, el santo matrimonio quedó lleno de aprensión, sintiendo profundamente aquella pérdida.
2- Sigamos el ejemplo de María y José
María y José nos dan un ejemplo de cómo debemos comportarnos cuando la gracia sensible se aparta de nosotros. Ante todo, evitar cualquier actitud de rebeldía, pues si sucedió fue porque Dios quiso. Son los percances de la vida, los dramas, las dificultades que la Providencia permite, para unirnos más a Ella. Aceptemos todo con el mismo estado de espíritu de los padres de Jesús. Y cuando veamos de nuevo a Nuestro Señor, también tendremos admiración.
En la pregunta hecha por Nuestra Señora no se nota una manifestación de queja. Con su rectísima consciencia, demuestra aflicción y perplejidad, deseando una explicación para poder servir mejor a Dios.
Esta debe ser también nuestra actitud: resignada y amorosa, frente a los problemas con los cuales nos deparamos a lo largo de la vida.
3- Lloremos por nuestras faltas que nos apartan de Dios
Sobre todo, debe ser esa nuestra actitud cuando nos apartamos de Dios por nuestras culpas y pecados. Por eso San Alfonso exclama: “Oh María, lloráis porque perdiste a vuestro Hijo durante algunos días. Él se apartó de vuestros ojos, pero no de vuestro corazón: ¿no veis que el puro amor, del cual estáis por Él abrasada, lo conserva a Él estrechamente unido a Vos? Sabéis que quien ama a Dios no puede dejar de ser amado por Dios. ¿Entonces, que teméis? ¿Por qué lloráis? ¡Dejad las lágrimas para mí, que tantas veces perdí a Dios por mi culpa, expulsándolo de mi alma!”
II – “LAS COSAS DEL PADRE” POR ENCIMA DE LAS COSAS TERRENAS
Delante de los maestros de la Ley, el Niño Jesús estaba dando testimonio de su misión, dieciocho años antes de iniciar su vida pública. Para probar que era Dios, respondía de manera sublime a los doctores que lo interrogaban. Actuando así, estaba ayudando a esas personas a tomar conocimiento de que había llegado la hora del Mesías y de la liberación del pueblo judío. No la liberación del dominio romano, sino la espiritual, en relación con la salvación eterna: ¡Las puertas del Cielo iban a ser abiertas!
1- Manifestación de la naturaleza divina de Jesús
“Hijo, ¿por qué nos has tratado así?”, fue la pregunta de María al Niño. Al dirigirse a Él de esta forma, en la cual trasparece muy bien la preocupación de una madre con relación al hijo, la Virgen María toma en consideración la naturaleza humana de Jesús. Y Él, respondiendo por medio de otra pregunta, llama la atención hacia su naturaleza divina.
– ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que Yo debía estar en las cosas de mi Padre?
Por esa respuesta, se puede conjeturar que el Niño Jesús haya instruido a Nuestra Señora respecto de cómo Él debería cumplir la voluntad del Padre. Y cómo ese llamado divino estaba por encima de cualquier lazo de sangre y de cualquier asunto terreno.
2- Renunciar a todo, si fuere preciso, para obedecer a Dios
En este episodio el Divino Maestro nos enseña que, a veces, hasta nuestros parientes pueden no entender alguna actitud nuestra al tomar la firme decisión de cumplir un deber moral o religioso. Por lo tanto, si esto sucediere, no nos sorprendamos. Afirma San Alfonso que este Misterio nos deja ver que debemos renunciar a todo, incluso a los amigos y parientes si fuere necesario, para obedecer los Mandamientos y los designios de Dios a nuestro respecto.
3- Dios se deja encontrar por aquellos que lo buscan
He aquí otra lección de este Misterio. El Niño Jesús estaba a la espera de María y José, y por ellos fue encontrado en la Casa de su Padre. Consideremos la inmensa alegría que inundó los corazones de María y de José al ver de nuevo a su adorable Hijo, y al saber que la causa de aquel alejamiento no había sido ninguna falta de ellos, sino el celo por la gloria del Padre.
Igual alegría experimentan las almas que, después de haberse conservado fieles a Dios en el tiempo de la aridez y de la desolación espiritual, tienen finalmente la ventura de gozar de las antiguas consolaciones y dulzuras. También las almas arrepentidas de sus faltas e infidelidades, retoman el camino de la virtud y en él encuentran nuevamente la suave acogida del Buen Pastor que las aguarda para abrazarlas.
Lloremos nuestros pecados que algún día nos alejaron de Jesús. Hagamos el propósito de nunca más volver a cometerlos. Y alegrémonos con el reencuentro de la gracia divina que vuelve a morar en nuestras almas.
III –MARÍA SIEMPRE NOS LLEVA A JESÚS
La Sagrada Familia regresó a Nazaret, donde el Niño viviría sus próximos años en perfecta sumisión a Nuestra Señora y San José. Largos años pasados en oración y trabajo, durante los cuales Jesús se preparó para la misión redentora que lo trajo al mundo.
1 –En la aridez, buscar a Jesús Eucarístico
Como ya vimos, hay momentos de nuestra existencia en los cuales tenemos la sensación de haber “perdido al Niño Jesús”, es decir, con o sin nuestra culpa, la consolación espiritual desaparece y nos sentimos desamparados. ¿Qué hacer cuando percibimos que estamos sin gracias sensibles, sin aquello que nos daba ánimo y sustentación para practicar la virtud?
Como María y José en este Misterio, debemos ir atrás del Niño Jesús, es decir, ponernos a la búsqueda de la gracia sensible cuando ella se retira. Cuando estemos afligidos, en la aridez, debemos buscar a Jesús en el Santísimo Sacramento. No hay nada, absolutamente nada de lo necesario para nuestra santificación que, si lo pedimos a Jesús Eucarístico, no acabemos por obtener.
2 – La doctrina católica nos sustenta en las pruebas
Sin embargo, no olvidemos que Nuestro Señor estaba en el Templo entre los maestros de la Ley. Esto bien puede significar la importancia de la doctrina para sustentarnos en la hora de la probación. De ahí resulta la necesidad de una buena y sólida formación católica, con base en las enseñanzas de la Iglesia.
Así como alguien que va a realizar un largo viaje providencia con antecedencia documentos, ropas y todo lo necesario, así también necesitamos hacer nosotros: rezar mucho y conocer bien la doctrina católica, a fin de estar preparados para atravesar los períodos de aridez. Si tuviésemos los principios bien ahincados en el alma, cuando golpee el viento de la probación, las hojas estarán firmes en el árbol de la Fe.
3 – Busquemos a Jesús a través de María
Por fin, consideremos la amorosa diligencia y la prisa desbordante de desvelos con que Nuestra Señora se puso a la búsqueda de Jesús, sin un minuto de sosiego hasta no verlo nuevamente delante de sí.
También nosotros debemos hacer así: buscar a Jesús con entera disposición y ánimo, pero haciéndolo a través de María, que siempre está dispuesta a llevarnos con “prisa” hasta Jesús. La Virgen es el medio más seguro y más inmediato para encontrar a Aquel que es la vida de nuestra alma y la luz de nuestra vida. En todas las situaciones de nuestra existencia, sobre todo en aquellas en que pasamos dificultades, roguemos el amparo y la intercesión de Nuestra Señora: Ella jamás dejará de atendernos y de socorrernos con su bondad incansable.
CONCLUSIÓN
Al término de esta Meditación, volvámonos hacia la Santísima Virgen de Fátima y a Ella digámosle llenos de confianza filial: “Oh María, que tantas veces nos ayudasteis a encontrar a nuestro adorable Jesús que habíamos perdido por nuestras culpas y pecados, obtenednos la gracia de perseverar en el bien y en la práctica de la virtud. En Vos esperamos, Santa Madre de Dios y nuestra, y no seremos decepcionados. Vuestro maternal auxilio nunca faltó a quien haya recurrido a vuestro amparo, y no seremos nosotros los primeros a no recibir la sonrisa de vuestra misericordia. Volved a nosotros vuestros ojos llenos de clemencia y bajo ellos encontraremos siempre el camino que nos lleva a Cristo Jesús”.
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencia bibliográfica:
Basado en:
San Alfonso de Ligorio, Encarnação, Nascimento e Infância de Jesus Cristo, edición en PDF por Fl. Castro, 2002
Monseñor João S. Clá Dias, Comentário ao Evangelho da perda e Encontro do Menino Jesus, Revista Arautos do Evangelho, no 96, diciembre de 2009.