MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
4º. Misterio Gozoso
LA PRESENTACIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN EL TEMPLO Y LA PURIFICACIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA
Introducción:
La devoción de la Comunión Reparadora del Primer Sábado de este mes contemplará el 4º Misterio Gozoso del Rosario: La Presentación del Niño Jesús en el Templo y la Purificación de María Santísima. Cuarenta días después del nacimiento de Jesús, completado el tiempo de la purificación, Ella y San José tomaron al Niño Jesús y lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor. Este ofrecimiento era el preanuncio del supremo sacrificio que el Hijo de Dios haría en la Cruz.
Composición de lugar:
Consideremos con los ojos de la imaginación a la Santísima Virgen y a San José entrando en el amplio patio del Templo de Jerusalén, un imponente edificio de aquellos antiguos tiempos, con columnas altas y muchos arcos. Nuestra Señora lleva al Niño Jesús en sus brazos, y San José carga una cesta con dos palomas. Junto al altar del Señor, María ofrece el Hijo en nombre de todo el género humano, diciendo: “Aquí está, Oh Padre Eterno, vuestro Hijo unigénito, que también es mío; yo os lo ofrezco como víctima para aplacar vuestra justicia para con todos los pecadores; acéptalo, Dios de misericordia, ten piedad de nuestra miseria; por amor de este Cordero sin mancha, recibe a los hombres en vuestra gracia.”
Oración preparatoria:
Santísima Virgen de Fátima, Madre de Dios y nuestra, alcanzadnos de vuestro Divino Hijo las gracias necesarias para recoger todos los frutos de la meditación de este Misterio Gozoso del Rosario. En este misterio, Vos nos enseñáis a ser humildes y obedientes a la Ley de Dios, cumpliendo para con Él todos nuestros deberes de fieles seguidores de sus mandamientos. Haced que podamos ser dignos de los méritos que el Niño Jesús nos conquistó con su presentación en el Templo, que es el inicio del sacrificio redentor que Él consumará en lo alto del Calvario. Así sea.
San Lucas (2, 22-32)
“22 Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23 de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», 24 y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». 25 Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. 26 Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. 27 Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, 28 Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: 29 «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. 30 Porque mis ojos han visto a tu Salvador, 31 a quien has presentado ante todos los pueblos: 32 luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».”
I- INICIO DE LA MISIÓN SALVADORA DE JESÚS
Llegado el tiempo en que por la Ley debía ir al Templo para purificarse y presentar a Jesús al Padre celestial, María parte con su casto esposo. José lleva las dos tórtolas que deben ser ofrecidas, y María toma a su querido Niño, el divino Cordero, a quien va a presentar al Señor.
1- Modelos de humildad y de obediencia a Dios.
Ni Jesús ni María estaban obligados a seguir las prescripciones de la Ley que obligaban a las madres a purificarse, y a presentar al hijo primogénito en el Templo. María no había contraído ninguna impureza legal, pues había concebido y dado a luz virginalmente. Ni siquiera la ley del rescate del primogénito se aplicaba a Jesús, auténtico Cordero de Dios que venía a quitar los pecados del mundo. No obstante, por tres veces en los versículos del Evangelio, se insiste en que todo fue llevado a cabo en estricta obediencia a la Ley de Dios.
Por lo tanto, sometiéndose a los preceptos divinos, Nuestra Señora y Jesús nos dieron ejemplo de profunda humildad y de celosa obediencia, asumiendo las obligaciones comunes a los demás israelitas.
Nos cabe a nosotros imitarlos en esta virtuosa conducta, reconociendo nuestra humilde condición de hijos de Dios sometidos a su Ley y debiendo obedecerlo y amarlo por encima de todas las cosas.
2- Jesús comienza su misión salvadora
Al subrayar repetidamente la fidelidad de la familia de Cristo a la Ley del Señor, San Lucas deja claro que Jesús, desde el inicio de su misión entre los ombres, entregó su vida en las manos de Dios, en una adhesión absoluta a la misión redentora que el Padre le había confiado.
María lo condujo al Templo, no para rescatarlo como a los otros primogénitos, sino para ofrecer a Dios el verdadero sacrificio, como si el Niño dijese a su Padre Eterno: “Heme aquí, os consagro toda mi vida. Me enviaste al mundo para salvarlo con mi sangre; he aquí mi sangre y mi persona, me ofrezco enteramente a Vos por la salvación del mundo.”
3 – El sacrificio más agradable a Dios
Según San Alfonso de Ligorio, nunca un sacrificio fue tan agradable a Dios como este ofrecido por su dilecto Hijo en la Presentación. Jesús haciendo esta donación de sí mismo aún cuando recién nacido, se convierte inmediatamente en víctima por la salvación los hombres. Se entrega por nosotros como hostia ofrecida a Dios. Si todos los hombres y todos los ángeles hubiesen consagrado sus vidas a Dios, ese sacrificio no le habría agradado tanto como el de Jesucristo, porque solo ese ofrecimiento dio al Padre Celestial una honra y una satisfacción infinitas.
Ahora bien, acrecienta San Alfonso, si Jesús ofrece su vida a su Padre por amor a nosotros, es justo el retorno: que le ofrezcamos nuestra vida y a nosotros mismos. Es esto lo que Él desea y es como lo dio a entender a la bienaventurada Ángela de Foligno, cuanto le dijo: “me ofrecí por ti, a fin de que te ofrezcas a mí”.
II – MARÍA, NUESTRA CORREDENTORA
El Misterio de la Presentación nos hace ver también que, desde los primeros momentos de su vida terrena, Jesús asocia a María al sacrificio redentor que venía a cumplir. Esta participación en la obra de la Redención fue comunicada a Nuestra Señora por las palabras de Simeón, un anciano justo y temeroso de Dios, a quien le había sido revelado por el Espíritu Santo que no moriría sin primero contemplar a Cristo el Señor (Lc 2, 26).
1- Alabanza del anciano Simeón
En un lugar determinado del Templo se situaba uno de los sacerdotes encargados de atender a las mujeres que ofrecían el sacrificio por ellas y por sus hijos. María, acompañada de José, se puso en la fila. Mientras esperaba su turno, se dio un acontecimiento que sorprendió a todos los circunstantes. Un venerable anciano se aproximó de María, tomo al Niño en los brazos y alabó a Dios diciendo: “Ahora, Señor, conforme a tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos vieron tu Salvación, que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
2- La Madre unida al destino del Hijo
Al oír estas palabras, María y José se alegraron, llenos de admiración, pues el anciano Simeón confirmaba lo que las Escrituras y el Ángel Gabriel habían dicho respecto del Hijo de Dios.
Pero las palabras siguientes del anciano hicieron sombra a aquella felicidad. Según Simeón, el Mesías cumpliría su misión por medio del sufrimiento, y la Madre quedaba misteriosamente asociada al dolor de su Hijo. Simeón los bendijo y dijo a María: “Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2, 34- 35). A la luz de estas palabras, Nuestra Señora comprendió que Jesús era el verdadero Cordero que redimiría a los hombres de sus pecados, y que Ella, como Madre, estaría unida estrechamente a la misión redentora de su Hijo.
III – NUESTRA “PRESENTACIÓN” AL SEÑOR
Debemos considerar todavía otro aspecto del Misterio de la Presentación de Nuestro Señor en el Templo de Jerusalén. Desde el inicio de su misión entre los hombres, Jesús manifestó su disponibilidad para cumplir incondicionalmente el plan salvador del Padre hasta las últimas consecuencias: ejemplo que todos somos llamados a seguir, con nuestra propia “Presentación” al Señor.
1 – Imitemos al Redentor en su donación a Dios
El ofrecimiento de Jesús es el modelo de donación de todos los llamados a seguirlo, en una entrega fervorosa al amor y al servicio de Dios por encima de todas las cosas. La vocación del cristiano se realiza en la dedicación constante de su existencia en las manos del Padre, bajo el amparo de María Santísima, conformándose siempre con la voluntad y los designios divinos a su respecto.
Consideremos así, la importancia del plan de Dios sobre cada uno de nosotros en nuestras respectivas vidas: ¿Identificamos y comprendemos esa voluntad divina que tanto nos concierne? ¿A esa voluntad conformamos nuestros deseos y nuestras voluntades, o dejamos que nuestros esquemas y proyectos personales la contraríen, dictando el rumbo de nuestra existencia?
2 – ¿Es Cristo, de hecho, la luz que ilumina nuestros caminos?
Conforme a las palabras de Simeón, Jesús es “la salvación colocada al alcance de todos los pueblos”, la “luz para iluminar a las naciones y la gloria de Israel”, el Mesías prometido en las Escrituras que vino a liberar a todos los hombres.
Preguntémonos ahora: ¿Cuál es el efecto de la Presentación de Jesús en nuestros corazones? ¿Él es, de hecho, la luz que ilumina nuestra vida y que nos conduce por los senderos que nos llevan al Cielo? ¿Lo tomamos realmente como el camino correcto e incuestionable para nuestra salvación? ¿Cómo se refleja esta Presentación del Señor en nuestra vida diaria: en la práctica de las virtudes, en el combate a nuestros defectos, en la enmienda y el cambio de vida que somos invitados a adoptar, por ejemplo, en el transcurso de esta meditación?
Por otro lado, siguiendo el ejemplo divino, debemos nosotros mismos ser luz y esperanza para nuestro prójimo, llamas que arden de amor a Cristo, iluminando y atrayendo hacia Dios a las almas necesitadas de su gracia para salvarse. ¿Es esto lo que realmente pasa? ¿Somos esta luz para nuestros semejantes?
CONCLUSIÓN
Al concluir esta meditación sobre el Misterio de la Presentación del Niño Jesús en el Templo, hagamos nuestros los propósitos y las súplicas que San Alfonso de Ligorio dirige a Dios, por los ruegos de María Santísima:
“Padre eterno, yo, miserable pecador, digno de mil infiernos, me presento hoy a Vos, Dios de infinita majestad, y os ofrezco mi pobre corazón. ¡Ah! Señor, ¿Qué es el corazón que oso ofreceros? Un corazón que no supo amaros y que, por el contrario, ¡tantas veces os ofendió y traicionó! Pero, ahora, yo lo ofrezco penetrado de arrepentimiento y resuelto a amaros y a obedeceros en todo. Perdonadme, mi Dios, y atraedme enteramente a vuestro amor. Yo no merezco ser atendido, pero lo merece por mí vuestro Divino Hijo cuando se ofreció en sacrificio a Vos en el Templo por mi salvación. Os presento ese Hijo y su sacrificio; en Él pongo todas mis esperanzas. Os agradezco, Padre mío, ¡que lo enviaste a la tierra para sacrificarse por mí! Os agradezco también, Oh Verbo Encarnado, Cordero divino, ¡que os ofrecisteis para morir por mi alma! Os amo, mi querido Redentor, y no quiero amaros sino a Vos, pues solo Vos ofrecisteis y sacrificasteis vuestra vida para salvarme”.
Volviéndonos especialmente hacia la Virgen de Fátima, Madre amorosa del Divino Cordero, digámosle llenos de confianza: “Oh María, fue también por mí que ofrecisteis en el Templo a vuestro adorable Hijo; ofrecedlo hoy una vez más, y pedid al Eterno Padre que me reciba, por amor a Jesús, en el número de sus siervos. Y Vos, Reina mía, aceptadme también como vuestro siervo perpetuo, pues si soy vuestro siervo, seré también siervo de Jesús. Amén.”
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencia bibliográfica:
San Alfonso María de Ligorio, Encarnação, Nascimento e Infância de Jesus Cristo, Edición en PDF por Fl. Casatro, 2002.
Mons. João S. Clá Dias, O inédito sobre os Evangelhos, Libreria Editrice Vaticana, 2013, vol. VII. Meditação para a Festa da Apresentação do Senhor, Dehonianos, www.dehonianos.org.
J. Loarte, Vida de Maria, Apresentação do Menino Jesus no Templo.