MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
3er. Misterio Glorioso
LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO EL HUÉSPED ADORABLE DE NUESTRAS ALMAS
Introducción:
En nuestra devoción de la Comunión Reparadora del Primer Sábado se contemplará hoy el 3º Misterio Glorioso: El descenso del Espíritu santo sobre Nuestra Señora y los Apóstoles reunidos en el Cenáculo. En los Sacramentos del Bautismo y de la Confirmación todos nosotros recibimos el mismo Espíritu Santo, el Consolador, que María Santísima y los discípulos recibieron en el Cenáculo. El Padre Eterno, no satisfecho con habernos dado su divino Hijo, quiso todavía darnos el Espíritu Santo, para que habitase siempre en nuestras almas y en ellas conservase el fuego sagrado de su amor.
Composición de lugar:
Imaginemos la amplia sala donde Nuestro Señor había realizado la Última Cena con sus discípulos. Están allí reunidos nuevamente, con María Santísima al centro, rezando y pidiendo al Maestro que les de fuerza y coraje para continuar su Obra. De repente, se oye un fuerte ruido y un espléndido brillo ilumina el recinto. Lenguas de fuego aparecen sobre la cabeza de Nuestra Señora y de los apóstoles, que quedan “llenos del Espíritu Santo.”
Oración preparatoria:
Oh Virgen Santísima de Fátima, rogad por nosotros al Divino Espíritu Santo, del cual sois la Esposa Fidelísima, nos conceda las gracias necesarias para meditar bien este misterio y hacernos partícipes de la infinita riqueza de los dones y frutos que Él nos trajo del Cielo. Que vuestra voz se una a la nuestra, al suplicar: “Ven Espíritu Creador, nuestras almas visitad y llenad nuestros corazones con vuestros dones celestiales. Amén.”
Evangelio de San Juan (14, 16))
“16 Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, 17 el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros.”
I- EL CONSOLADOR
Conforme la promesa de Nuestro Señor a los Apóstoles, el Espíritu Santo viene a nosotros como Consolador, Intercesor y Abogado, rogando por el hombre ante Dios Padre, nuestro Juez Eterno. La Humanidad tiene la necesidad vital de esa efusión del Divino Espíritu Santo. Y es esta la rezón de reunirnos ardorosamente alrededor del altar, para pedir a María que, como Madre de la Iglesia, obtenga de su Divino Esposo gracias de mayor fervor, de mayor consuelo, de mayor piedad, de mayor fuerza para enfrentar todos los males. Desde el despertar debemos pedir Su intervención en todas nuestras actividades del día. ¡Nada puede abatir a quien está lleno del Espíritu Santo!
1- Guardián de la esperanza
Con efecto, como nos enseña San Juan Pablo II, el Espíritu Santo nunca cesa de ser el guardián de la esperanza en el corazón de todas las criaturas humanas, especialmente de aquellas que fueron bautizadas y pertenecen al Cuerpo Místico de Cristo, es decir, a la Santa Iglesia Católica, y viven de las gracias alcanzadas por los méritos de la Redención de Nuestro Señor.
El Espíritu Santo, en su misterioso enlace de divina comunión con el Redentor del hombre, es quien da continuidad a su Obra: Él recibe de lo que es de Cristo y lo transmite a todos, entrando incesantemente en la historia del mundo a través del corazón del hombre.
A través de nuestros corazones, que abiertos y humildes al Divino Espíritu Santo, están dispuestos a vivir bajo su divina influencia.
Si mi corazón hasta aquí, no se dejó guiar enteramente por la luz del Espíritu de Dios, debo abrírselo y rogar la ayuda de María Santísima, para que mi vida sea de ahora en adelante, iluminada por la misericordia del Espíritu Consolador.
2- Descanso y refrigerio
El Espíritu Santo al encontrar morada en el interior del hombre se vuelve –como proclama la Secuencia litúrgica de la Solemnidad de Pentecostés- verdadero padre de los pobre, distribuidor de los dones y luz de los corazones. Se vuelve huésped adorable de las almas, que sin cesar la Iglesia saluda en el interior de cada hombre. Efectivamente, Él trae descanso y refrigerio en medio de los esfuerzos, del trabajo de las mentes y de los brazos; trae descanso y alivio en las horas de calor ardiente del día, en medio a las preocupaciones, de las luchas y de los peligros de todas las épocas. Y por fin, trae la consolación cuando el corazón humano llora y es tentado por la desesperación.
II – LO QUE TRAE FELICIDAD Y PAZ A NUESTRO CORAZÓN
La misma secuencia litúrgica exalta el poder del Espíritu Santo, sin el cual nada hay en el hombre que sea inocente. De hecho, sólo el Espíritu Santo lleva al hombre a arrepentirse de sus pecados, lo libra del mal, con el objetivo de restablecer la bondad en su corazón y así, “renovar la faz de la Tierra”. Por esto, Él realiza la purificación de todo lo que el hombre deturpa, de todo lo que es sórdido; cura las heridas más profundas de la existencia humana y transforma la aridez interior de las almas en campos fértiles de gracia y de santidad. Ablanda lo que es duro, calienta lo que es frío, reconduce a los caminos de la salvación lo que estaba extraviado.
1- Alegra lo más íntimo de nuestro corazón
La Iglesia, a lo largo de los caminos difíciles de la peregrinación del hombre sobre la Tierra, se vuelva hacia el Espíritu Santo, y pide incesantemente por la rectitud de la Humanidad en su jornada rumbo al Cielo. Pide la alegría y la consolación que sólo Él puede traer, descendiendo a lo más profundo de nuestros corazones. Pide para nosotros la gracia de las virtudes, que nos alcanzan la gloria celeste, pide, en fin, nuestra salvación eterna, a la cual el Padre nos destinó al crearnos a imagen y semejanza de la Santísima Trinidad.
Afirma el santo pontífice Juan Pablo II que la Iglesia en nombre de todos los corazones humanos, suplica al Espíritu Santo la felicidad que sólo en Dios tiene su completa realización: la alegría que nadie puede quitar, la alegría que es fruto del amor y, por lo tanto, fruto de Dios, que es Amor.
2- Y nos trae la paz
Pide, todavía la paz, que también es fruto del Amor. La paz que el hombre cansado busca en lo íntimo de su ser, la paz que la humanidad, los pueblos, las naciones, los continentes piden con la gran esperanza de siempre obtenerla. A pesar de las perturbaciones y angustias que afligen al ser humano, la Iglesia fija su mirad en el Espíritu Santo, en quien no cesa de confiar, sabiendo que este Espíritu se encuentra continuamente presente en el horizonte de las consciencias y de los corazones humanos, para llenar el universo de amor y de paz.
Así, si tanto deseamos la paz y la felicidad para nuestra vida personal y familiar y para el mundo a nuestro alrededor, nunca dejemos de invocar la asistencia del Espíritu de Paz y de Alegría. Hagamos el propósito de unir nuestras súplicas a las de la Iglesia, y rogar constantemente a Él las gracias necesarias para recorrer el camino de la virtud que nos lleva a la alegría eterna junto a Dios.
III – PERSEVERANCIA EN LA ORACIÓN
Conforme narra San Lucas, “cuando se completaron los días de Pentecostés, todos los discípulos estaban juntos en el mismo lugar y perseveraban unánimemente en la oración, junto con las Santas mujeres y con María, la Madre de Jesús” (At 2,1 ss). Vemos en este Misterio de Pentecostés cómo los Apóstoles conocían el valor de la oración y, por medio de María, se preparaban para recibir el Espíritu Santo.
1 – Don que nos viene junto con la oración
En verdad, enseña San Juan Pablo II, que el Espíritu Santo se expresa y se hace oír de forma más simple y común en la oración. Es hermoso y saludable pensar que donde quiera que el mundo rece, ahí está presente el Espíritu Santo, soplo vital de la oración. Leemos en San Lucas: “Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”(Lc, 11 13).
El Espíritu Santo se manifiesta en la oración del hombre, antes y arriba de todo, como el Don que viene en auxilio de nuestra flaqueza. Es el magnífico pensamiento desarrollado por San Pablo en la Epístola a los Romanos”, cuando escribe: “Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”. (Rom 8, 26). Así mismo el Espíritu Santo no sólo nos lleva a rezar, sino también nos guía desde dentro en la oración, supliendo nuestra insuficiencia y remediando nuestra incapacidad de rezar.
2 – Nuestra época tiene particular necesidad de la oración
La Humanidad contemporánea tiene una particular necesidad de la oración, a través de la cual viene el socorro y la asistencia del Divino Espíritu Santo. Por esto, en medio de los problemas, de las desilusiones e incertezas de nuestra época, la Iglesia continúa fiel al ministerio de su nacimiento: Ella esta siempre en el Cenáculo, persevera en la oración como los Apóstoles, juntamente con María Santísima.
Esta unión de la Iglesia orante con la Madre de Cristo implica en que cada uno de nosotros este igualmente unido en la oración con María y, a través de Ella, suplicando al Espíritu Santo que nos ilumine, guie y fortalezca en los caminos del bien y de la virtud; que nos haga, como a su Celeste consorte, íntegros en la fe, sólidos en la esperanza y sinceros en la caridad.
Por la oración humilde y constante, unidos a Nuestra Señora, busquemos nuestra santificación y volvámonos dóciles en las manos del Espíritu Santo, para que Él, finalmente, renueve la faz de la Tierra..
CONCLUSIÓN
Al final de esta meditación, renovemos nuestra consagración al Divino Espíritu Santo, por las manos de María, Señora de Fátima, suplicando que Él cuide de nosotros y de nuestras familias:
“Espíritu Santo, divino Espíritu de luz y amor, te consagro mi entendimiento, mi corazón, mi voluntad y todo mi ser, en el tiempo y en la eternidad.
Que mi entendimiento este siempre sumiso a tus divinas inspiraciones y enseñanzas de la doctrina de la Iglesia Católica que tu guías infaliblemente.
Que mi corazón se inflame siempre en amor de Dios y del prójimo.
Que mi voluntad este siempre conforme a tu divina voluntad y que toda mi vida sea fiel imitación de la vida y virtudes de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A El, contigo y el Padre sea dado todo honor y gloria por siempre”. (Consagración al Espíritu Santo compuesta por San Pío X).
Referencia bibliográfica:
São João Paulo II, Encíclica Dominum et Vivificantem, sobre o Espírito Santo na vida da Igreja e do mundo, de 18 de maio de 1986; acessível em www.vatican.va
Mons. João Clá Dias, O inédito sobre os Evangelhos, Vol. I, pp. 395 e ss.; Vol. III, pp. 393 e ss., Vol. V, pp. 379 e ss.