MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
3er. Misterio Luminoso
EL ANUNCIO DEL REINO Y LA INVITACIÓN A LA CONVERSIÓN EL CORAZÓN QUE NOS AMA HASTA EL FIN
Introducción:
En este mes, que celebramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, nuestra devoción de la Comunión reparadora de los Primeros Sábados contemplará el 3er. Misterio Luminoso: El anuncio del Reino y la invitación a la conversión. En los tres años de su vida pública, el Divino Maestro ofreció la infinita abundancia del amor de su Sagrado Corazón por nosotros. Sus palabras de vida eterna testificarán la inagotable bondad que Él tiene para con cada una de sus criaturas.
Composición de lugar:
Imaginemos el salón donde Nuestro Señor tomó la última cena con sus Apóstoles. Después de esta, el Divino Maestro les habla con una gran bondad y cariño, donde manifiesta su amor por todos. Los Apóstoles lo oyen atentamente y cada palabra, cada gesto de Jesús los impresiona a fondo. También nosotros, contemplando esta escena con la imaginación, somos tocados en lo íntimo de nuestra alma por la benevolencia del Sagrado Corazón.
Oración preparatoria:
Oh Corazón Inmaculado de María, hornalla ardiente de amor al Sagrado Corazón de Jesús, alcanzadnos las gracias necesarias para meditar bien este 3er. misterio del Rosario, considerando el infinito amor que el Corazón de Vuestro Divino Hijo tiene por todos y cada uno de nosotros. Haced, oh Madre, con que salgamos de esta meditación más agradecidos a este amor divino y más decididos a corresponder plenamente a él. Así sea.
Evangelio de San Juan (13, 1)
“1 Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.”
I- FUENTE DE CONFIANZA INQUEBRANTABLE
Cada uno de nosotros posee un corazón que pulsa día y noche y discierne con claridad los propios gustos y preferencias. No obstante, cuán diferente es el Corazón adorable de Jesús, ¡humano y, al mismo tiempo, divino! Jamás cualquier movimiento de este Corazón desentonará de los deseos de la Santísima Trinidad. Una vez creado, se unió a los planes que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tenían para Él y manifestó a Dios el más perfecto y sublime amor, penetrado de respeto, adoración y sumisión. Un Corazón hecho de amor ilimitado, que conoce nuestras miserias y debilidades, que todo tolera, compasivo, sin nunca disminuir su amor, a pesar de las innumerables ocasiones en que le damos motivo para eso.
1- Celebración de la confianza inquebrantable
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús bastaría para volver inquebrantable nuestra confianza en Él, y la firma convicción de que, gracias a la infinita benevolencia divina, alcanzaremos un día la felicidad eterna. Imperfectos que somos, necesitamos siempre del auxilio sobrenatural para la práctica de la virtud, pues ya dice la Escritura que el justo peca siete veces por día (Pr 24,16). Sin embargo, al depararnos con nuestra debilidad, no perdamos ni siquiera una pizca de confianza, seguros que, en el fondo, ella proporciona a la Providencia ocasión de manifestar todavía más su gran misericordia. Debemos, pues, abandonarnos sin reservas en las manos del Sagrado Corazón de Jesús y dejarnos conducir en cuanto meros objetos de su bondad infinita. La celebración de esa devoción podría ser llamada de fiesta de la confianza impertérrita.
2- Misericordia y perdón ilimitados
Algunas horas antes de ser traspasado el Corazón de Jesús por la lanza de Longinos, Nuestro Señor dirige una pungente súplica a Dios: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. (Lc 23, 34). En aquella hora, Cristo recuerda al Padre Eterno su condición de Hijo, buscando en función de ella conmoverlo tanto cuanto estaba conmovido su Sagrado Corazón, y dejando translucir su anhelo de salvar hasta aquellos que Lo martirizaban. Ora, esos verdugos no tenían idea de quién estaban crucificando y se veían en la contingencia de clavar un supuesto criminal en el madero de la Cruz, en obediencia a una orden recibida. Nosotros, por el contrario, cuando ofendemos gravemente a Dios no podemos afirmar que no sabemos lo que hacemos, una vez que para que haya pecado mortal es necesario pleno conocimiento y deliberado consentimiento de lo que se hace.
Deberíamos pues, tomar la firme resolución –a pesar de nuestras innumerables miserias, de volver nuestro corazón a Dios rezando: “¡Señor, perdonadnos, porque sabemos lo que hacemos!” Y tengamos la misma confianza impertérrita que seremos perdonados, como objetos todavía de mayor clemencia del Sagrado Corazón de Jesús que cuando perdonó a los que no sabían lo que hacían. Tal es la grandeza del Corazón amoroso de Jesús, de inagotable misericordia, benevolencia y perdón.
II – CORAZÓN FIEL Y ABUNDANTE DE TERNURA
Los hombres fácilmente prometen, pero después muchas veces faltan a la palabra, o porque engañaron prometiendo o porque no pueden o no quieren cumplirla. Jesucristo no hace así, que siendo Dios todopoderoso, no puede engañar ni cambiar. ¡Cuánto mejor es pues, tener que tratar con este Corazón divino que con los hombres ¡Pero, pongamos nuestra conciencia en las manos: ¿Somos fieles a Dios así como Él nos es fiel? ¡Cuántas veces hemos prometido amarlo y después lo hemos traicionado!
1-El Corazón de Jesús no puede engañar a aquellos que Lo aman
¡Oh, como el precioso Corazón de Jesús es fiel para con aquellos que Él llama a su santo Amor! Exclama San Alfonso María de Ligorio. La fidelidad de Dios, continúa el santo, nos da ánimo para esperar todo, si bien que nada merecemos. Si deseamos gracias, pidámoslas en nombre de Jesucristo, visto que Él nos prometió que así las obtendremos. En las tentaciones, confiemos en los méritos de Jesús y Él no permitirá que los enemigos nos incomoden por encima de nuestras fuerzas. Dios siendo la misma Verdad, no pude ser infiel en sus promesas, porque no puede mentir. Ni puede cambiar de opinión, porque todo lo que quiere es justo y recto. Prometió acoger a todo quien se le aproxime, dar auxilio al que lo pide y amar a aquel que lo ama. Si así prometió, ¿Cómo después podría no cumplir su promesa?
2- No existe Corazón más tierno y misericordioso
¿Dónde podríamos encontrar un corazón más tierno y misericordioso que el Corazón de Jesús, un corazón que se haya compadecido más de nuestras miserias? Su misericordia lo hizo bajar del Cielo a la Tierra, Lo hizo decir que era el Buen Pastor venido a dar la vida por sus ovejas. Para obtener el perdón para nosotros, pecadores, no se perdonó a sí mismo y quiso sacrificarse sobre la cruz, a fin de sufrir Él mismo los castigos merecidos para nosotros. Es la misma piedad y compasión que todavía le hace decir: “¿Oh hombres, pobres hijos míos, porque queréis condenaros, huyendo de mí? ¿No veis que alejándoos de mí, corréis para la muerte eterna? ¡No os quiero condenados; no desaniméis, si quisiereis volver a mí, volved y recuperareis la vida!”
La misma misericordia lo hace decir que Él es el Padre amoroso, que despreciado por su hijo, no sabe rechazarlo cuando éste vuelve arrepentido, sino que lo abraza con ternura y se olvida de todas las injurias recibidas. ¿Tengo esta plena conciencia que no encontraré un Corazón tan amable y misericordioso como el de Jesús, lleno de clemencia para conmigo? 3- Ninguno más bondadoso y generoso Lo propio de las personas de corazón bien formado es querer hacer que todos estén contentos, especialmente los más necesitados y afligidos. Pero, ¿Dónde encontrar a quien tenga el corazón más bondadoso que Jesucristo? Por ser la bondad infinita, tiene un deseo extremo de comunicarnos sus riquezas: “Conmigo están las riquezas para enriquecer a los que me aman”. Para hacernos ricos, quiso quedarse en el Santísimo Sacramento, en el cual está con las manos llenas de gracias y favores celestiales, a fin de distribuirlos a los que lo reciben y lo vienen a visitar. En el Corazón de Jesús encontramos todos los bienes y todas las gracias que deseamos. Sepamos entonces –observa San Alfonso- que es al Corazón de Jesús al que debemos agradecer todas las gracias recibidas: la redención, la vocación, las luces interiores, el perdón, la fuerza para resistir las tentaciones, la paciencia en las contrariedades, pues sin su auxilio ningún bien podríamos hacer: “Sin Mí, nada podéis hacer”. Y si en el pasado no recibimos gracias más abundantes, no nos quejemos del Sagrado Corazón, mas quejémonos de nosotros mismos, porque no las pedimos.
III – UN CORAZÓN QUE MERECE TODO NUESTRO AMOR
Quien siempre se muestra y es en todo amable, se hace necesariamente amar. ¡Ah! Si buscásemos conocer todos los lindos títulos que Jesucristo tiene para ser amado, todos nos veríamos en la feliz necesidad de amarlo. ¿Qué corazón hay más amable que el de Jesucristo? Corazón enteramente puro, todo santo, todo amor para con Dios y para con nosotros. Corazón cuyos deseos tienen por único objeto la gloria divina y nuestro bien. Corazón en el cual Dios encuentra todas sus delicias y toda su complacencia.
1 – ¿Cómo puede ser tan poco amado el Corazón de Jesús?
En el Corazón de Jesús, por lo tanto, se encuentra todo lo que pueda haber de amable. Ahora, si hubiese una persona que en sí reuniese todas estas y otras virtudes, ¿Quién la dejaría de amar? Si supiésemos que lejos de nosotros reina un monarca famoso, humilde, afable, piadoso, pleno de caridad, manso para con todos y bienhechor hasta para con los que le hacen mal; aunque no lo conociésemos o tuviésemos que dar con él, seríamos cautivados por su amor y constreñidos a amarlo. ¿Cómo entonces, es posible, que Jesucristo, que posee todas estas virtudes y en grado supremo, que nos ama tan tiernamente, sea amado tan poco por los hombres y no sea el único objeto de nuestro amor?
Y yo, que ahora haga esta meditación, ¿En que medida amo este Sagrado Corazón? Digamos con San Alfonso: “Oh mi amable Redentor, vuestro Corazón es la sede de todas las virtudes. Amabilísimo Corazón de mi Jesús, Vos merecéis el amor de todos los corazones. Muy pobre e infeliz es el corazón que no os ama. Tan infeliz fue mi corazón durante todo el tiempo que no os amó. Mas, no quiero continuar a ser tan desgraciado, pues os amos, oh Jesús, y quiero amaros siempre más”.
2 – El Corazón de Jesús nos ama hasta el fin
¡Oh, si comprendiésemos el amor abrasado que tiene el Corazón de Jesús para con nosotros! Jesús nos ama tanto que, si todos los hombres y todos los ángeles se uniesen para amar con todas sus fuerzas, no llegarían a la milésima parte del amor que Jesús nos tiene. Él nos ama inmensamente más que nosotros mismos nos amamos; Él nos amó hasta el exceso. ¿Y que exceso mayor que un Dios morir por sus criaturas?
Jesús nos amó hasta el fin. Sí, porque después de habernos amado desde la eternidad, de tal modo no hubo un instante en que no haya pensado en nosotros y amado a cada uno de nosotros durante toda la eternidad, por amor a nosotros se hizo hombre, escogió una vida dolorosa y la muerte de cruz. Nos amó, por lo tanto, más que su honra, más que su reposo, más que la vida, por cuanto sacrificó todo para probarnos el amor que nos tiene. ¿No hay en esto un exceso de amor, que dejará pasmados por toda la eternidad a los ángeles del Paraíso?
No nos esquivemos de constatar: ese Corazón adorable de Jesús, Corazón consumido por el amor a los hombres, Corazón creado para amar a los hombres, merece ser amado enteramente por nosotros y este Corazón espera de cada una de sus criaturas humanas la correspondencia al infinito amor que tiene por ellas.
CONCLUSIÓN
Volvámonos a la Virgen Gloriosa de Fátima, cuyo Inmaculado Corazón es el modelo perfecto de devoción al Corazón Sagrado de Jesús, y pidamos a Ella que encienda en nuestras almas el amor a este Corazón que tanto nos ama, y lo haga crecer hasta el extremo de los límites a los cuales nuestra naturaleza humana puede llegar. Que nuestra Madre Celeste nos ayude a vencer todas las debilidades morales que nos separan del Sagrado Corazón de su Divino Hijo y nos lleve a amarlo fervorosamente, encima de todos los afectos terrenos. Dios te Salve, Reina y Madre…
Referencia bibliográfica:
Santo Afonso de Ligório, Meditações para todos os dias do ano, v. I, II e III, Friburgo: Herder e cia., 1921.
Mons. João Clá Dias, O inédito sobre os Evangelhos, v. V, Roma-São Paulo: Libreria Editrice Vaticana, Instituto Lumen Sapientiae, 2012.