MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO – Junio 2019

Publicado el 05/31/2019

MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

2o Misterio Glorioso

LA ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

 


 

EL CORAZÓN QUE CONTINÚA LATIENDO POR NOSOTROS EN EL CIELO♦

Introducción:

Meditaremos hoy sobre el 2o Misterio Glorioso del Rosario: La Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, en cumplimiento de la devoción de la Comunión Reparadora del Primer Sábado, pedida por María Santísima en Fátima. Contemplaremos la subida del Divino Redentor al Cielo, teniendo en consideración de modo particular la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús que la Iglesia celebra en este mes de junio.

 

¿Dónde podríamos encontrar un corazón más tierno y misericordioso que el Corazón de Jesús, un corazón que se haya compadecido más de nuestras miserias? Su misericordia lo hizo descender del Cielo a la Tierra; lo hizo decir que Él era el buen Pastor que vino a dar la vida por sus ovejas. Para obtenernos el perdón a nosotros pecadores, no se perdonó a sí mismo y quiso sacrificarse sobre la cruz, a fin de sufrir Él mismo el castigo que nosotros habíamos merecido.

 

Composición de lugar:

Imaginemos un monte que se eleva al lado de otras colinas, cercado de olivares. A lo lejos se divisan los techos arredondeados de las típicas casas de Jerusalén del tiempo de Jesús. Bajo un cielo luminoso, vemos a Jesús en lo alto de ese monte y a María Santísima a su lado, rodeados por centenas de discípulos que estaban allí para presenciar su partida para el Cielo.

 

Después de abrazar cariñosamente a su Madre y de bendecir a todos, vemos al Divino Salvador elevarse en el aire hasta desaparecer, envuelto en una fulgurante claridad.

 

Oración preparatoria:

¡Oh Señora de Fátima!, Madre de Dios y nuestra, que estuviste al lado de vuestro Hijo en todos los momentos de su misión redentora en este mundo, y presenciaste la hora suprema en que Él subió a los Cielos para sentarse a la derecha del Padre, desde donde continúa a interceder por nosotros: alcanzadnos las gracias necesarias para meditar bien este Misterio, recogiendo todos los frutos de fervor espiritual y de santificación que la gracia divina nos reserva durante este piadoso ejercicio. Así sea.

 

Evangelio de San Lucas (24, 50-53)

“50 Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. 51 Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. 52 Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; 53 y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.”

 

I- JESÚS NOS ESPERA EN LA GLORIA ETERNA

El lugar que le cabía a Jesús resucitado era el Cielo, morada de las almas y de los cuerpos bienaventurados. Así mismo, quiso Jesús permanecer cuarenta días en la Tierra y aparecer repetidas veces a sus discípulos para darles la certeza de su Resurrección e instruirlos en las cosas relativas a su Iglesia, especialmente en lo que se refería a la evangelización del mundo que ellos deberían emprender.

 

1- Cristo sube a los Cielos, donde no cesa de interceder por nosotros

Habiendo desempeñado esta noble misión, Nuestro Señor ordenó a sus discípulos que fuesen al Monte de los Olivos – donde había comenzado la Pasión –, con el fin de hacerles comprender que el verdadero camino para ir al Cielo es el de los sufrimientos: por la Cruz se llega a la luz eterna. Allí, en el monte bendito, cercado por sus seguidores, les reitera el mandato de predicar el Evangelio por toda la Tierra. En seguida, como señala San Buenaventura, abrazó a su Madre Santísima, estrechándola junto a su Sagrado Corazón; la consoló, así como también a sus discípulos, que, entre lágrimas, besan sus divinos pies.

 

Por fin, con las manos levantadas y el semblante extraordinariamente majestuoso y amable, coronado y vestido como rey, Jesús se elevó lentamente al Cielo, llevando en su compañía las numerosísimas almas justas liberadas del limbo. Ante esta escena, todos los presentes se arrodillan nuevamente y Nuestro Señor los bendice una vez más. Finalmente, una nube substrae al divino Triunfador de su vista y Jesús va a sentarse a la derecha del Padre, desde donde no cesa de ser nuestro medianero y abogado.

 

Reavivemos nuestra fe, aconseja San Alfonso de Ligorio, e imaginemos el júbilo que causó Jesús con su entrada triunfal en el paraíso: alegrémonos con nuestro divino Jefe y unamos nuestros sentimientos a los de María Santísima y de los santos discípulos.

 

2- Siguiendo los pasos de Jesús, suspiremos por la patria celestial

Así como el águila enseña a sus crías a volar, en el Misterio de hoy, Jesucristo nos invita a elevar nuestro horizonte y acompañarlo al Cielo, si no con el cuerpo, al menos con los deseos del alma. O sea, a que desprendamos nuestros corazones de las cosas terrenas y suspiremos por la patria celestial, donde se encuentra nuestra felicidad, esperando, como dice el Apóstol, la redención y la resurrección de nuestro cuerpo. Sin embargo, tengamos siempre delante de nuestros ojos los ejemplos de la vida mortal del Señor, imitando su humildad y su mansedumbre, su espíritu de mortificación, su caridad y su celo por la gloria divina. En una palabra, despojémonos del hombre viejo, revistiéndonos de las virtudes de Jesucristo.

 

Preguntémonos, entonces, si han sido estas nuestras disposiciones de espíritu; desapegados de las cosas del mundo y deseosos de las del Cielo.

 

II – CORAZÓN SAGRADO HECHO PARA AMARNOS

Habiendo subido al Cielo el Redentor, el amor del Corazón de Jesús por nosotros no se extinguió. Antes, se sublimó y – si fuese posible afirmar – se hizo todavía más infinito. Así como no se extinguieron las carencias humanas en este mundo, tampoco terminaron las súplicas que el Salvador dirige por nosotros al Padre. Su Corazón siente intensamente todas nuestras necesidades, sus labios son el intérprete de todos los hombres, sus suspiros hablan por todas nuestras miserias.

 

1- Un Corazón que nos ama con exceso de ternura

¡Oh! ¡Si comprendiésemos el amor que abraza al Corazón de Jesús por nosotros!, exclama San Alfonso. Jesús nos ama tanto que, si todos los hombres y todos los ángeles se uniesen para amar a Dios con todas sus fuerzas, sería un amor insignificante en comparación con el amor que Jesús nos tiene. Él nos ama inmensamente más de lo que nosotros mismos lo amamos; Él nos ama hasta el exceso. ¿Y qué exceso mayor que un Dios muera por sus criaturas?

 

Jesús nos amó hasta el fin. Sí, porque después de habernos amado desde la eternidad, por nuestro amor se hizo hombre y escogió una vida penosa y la muerte de cruz. Nos amó, por lo tanto, más que su honra, más que su reposo, más que su vida, por cuanto sacrificó todo para probar el amor que nos tiene. ¿No hay en esto un exceso de ternura, que deja a los ángeles y al Paraíso entero maravillados por toda la eternidad?

 

2- Un Corazón que nos ama tanto y es tan poco amado

Cuando el Sagrado Corazón de Jesús se aparece a Santa Margarita María Alacoque, censura nuestra ingratitud: “He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres y fue por ellos tan poco amado”.

 

Ahora bien, en el Corazón de Jesús están concentradas todas las perfecciones y virtudes: un amor ardientísimo a Dios, su Padre, unido a la más profunda humildad y reverencia; la completa resignación delante de su misión redentora, unida a la confianza más perfecta de Hijo afectuosísimo; un rechazo radical a nuestras culpas, unido a una viva compasión de nuestras miserias; un dolor supremo unido a una conformidad perfecta con la voluntad de Dios. En suma, un Corazón enteramente puro, enteramente santo, todo amor para con Dios y para con nosotros, en el cual se encuentra todo lo que puede haber de amable.

 

Si hubiese una persona que reuniese en sí todos los predicados y virtudes dignos de ser admirados, ¿quién, en sana justicia, podría dejar de amarle? ¿Cómo es posible, entonces, que Jesucristo, que posee todas estas virtudes y en grado supremo, que nos ama tan tiernamente, sea tan poco amado por los hombres y no sea el objeto único de nuestro amor?

 

3- Este Corazón se complace con nuestro amor

San Alfonso afirma que Jesús no necesita de nosotros. Con o sin nuestro amor, Él es igual de feliz, rico y poderoso. Santo Tomás, no obstante, dice: porque Jesús nos ama, desea tanto nuestro amor, como si el hombre fuese Dios y su felicidad dependiese de la del hombre. En una palabra, Jesús encuentra sus delicias en ser amado por nosotros y queda todo consolado cuando un alma le dice: “Jesús, Dios mío, os amo sobre todas las cosas”.

 

Todo esto es efecto del gran amor que Jesús nos tiene. Quien ama, desea necesariamente ser amado. El corazón pide corazón; amor busca amor. Jesucristo es el Buen Pastor que, habiendo encontrado a la oveja perdida, invita a todos a alegrarse con Él. Nos da la certeza de ser aquel Padre que cuando el hijo pródigo se prostra a sus pies, no solamente lo perdona, sino que lo abraza con ternura.

 

Y tantos pedidos, tantas insistencias, tantas promesas, ¿no nos moverán a amar a un Dios que tiene tan gran deseo de ser amado por nosotros?

 

III –CORAZÓN QUE PULSA EN EL SANTÍSIMO SACRAMENTO

Fue además este infinito amor que llevó al Sagrado Corazón de Jesús a permanecer con nosotros en el Santísimo Sacramento. Dado que el amor hace desear la presencia continua de la persona amada, este amor y este deseo hicieron a Jesucristo quedarse con nosotros en la Eucaristía.

 

1 – El mayor de los milagros para permanecer con nosotros

Se podría decir, observa San Alfonso, que para el amor de nuestro Señor era demasiadamente breve la permanencia con los hombres durante treinta años, razón por la cual, a fin de mostrar su deseo de estar entre nosotros, resolvió hacer el mayor de todos los milagros: la institución de la Santísima Eucaristía.

 

Pero, si la obra de la Redención ya estaba realizada, si ya estaban los hombres reconciliados con Dios, ¿Para qué servía entonces la permanencia de Jesús en la Tierra en este Sacramento? ¡Ah!, Jesús queda allí, porque no se puede separar de nosotros, como diciendo que se complace en estar con nosotros.

 

2 – Y para ser sustento de nuestras almas

Más aún. No fue suficiente para el amor de Jesucristo hacerse nuestro compañero en la Santísima Eucaristía. Quiso también hacerse sustento de nuestras almas, a fin de unirse a nosotros y hacer con que nuestros corazones fuesen una sola cosa con su propio Corazón.

 

Preguntémonos entonces: ¿Cómo anda nuestra piedad eucarística? ¿Nos hemos aproximado asiduamente al Santísimo Sacramento para adorarlo, para hacerle compañía junto al Sagrario, para recibirlo en la Comunión y hacernos uno solo con su Corazón Sagrado?

 

IV – Unidos al Corazón Inmaculado de María

Delante de las insondables manifestaciones de amor y de bondad del Sagrado Corazón de Jesús hacia nosotros es imposible dejarnos de sentir amados por Dios a pesar de nuestras miserias. Aunque hayamos cometido los peores pecados, aunque sean numerosas nuestras imperfecciones y recalcitrante nuestra ingratitud para con Él, podemos contar con los méritos infinitos obtenidos por el Sacratísimo Corazón de Jesús durante su Pasión, seguros de que Él hará todo para rescatarnos con el tesoro de su misericordia. Y para esta confianza tenemos una razón insuperable: la maternal e incansable asistencia de María Santísima, Madre de Él y Madre nuestra.

 

1- Un único y Sagrado Corazón

A decir verdad, el Corazón Inmaculado de nuestra Madre Celestial pulsa al unísono con el Corazón de Jesús por nosotros, siempre atento a nuestras necesidades, siempre pronto a socorrernos en nuestros peligros de cuerpo y de alma, siempre dispuesto a inclinar su benevolencia a favor de nosotros, sus hijos que peregrinan en este mundo rumbo a la eternidad.

 

Esta consonancia de sentimientos entre el Corazón de la Madre y del Hijo es tan íntima e intensa que, en el decir de San Juan Eudes, ambos conforman uno solo: el Sagrado Corazón de Jesús y María. Y así como Nuestro Señor consideró a todos los hombres en el Huerto de los Olivos para perdonarlos y rescatarlos, así María tiene que habernos vislumbrado a cada uno de nosotros en lo alto del Calvario, cuando a los pies de la Cruz, Jesús nos la entregó como Madre. Allí Ella nos amó y nos quiso como a hijos redimidos por la preciosísima sangre del Redentor.

 

2 – Camino seguro que nos lleva al Corazón del Hijo

La grandeza del Inmaculado Corazón de María es un misterio que nuestra inteligencia no alcanza. Sin duda, Ella rezó en el Calvario por todos. Y hoy acompaña desde el Cielo las dificultades y alegrías de cada uno de sus hijos, dispuesta a atendernos con indecible afecto, ternura y cariño. En el decir de todos los grandes santos de la Iglesia, Ella es el camino más directo y más seguro para llegar al Sagrado Corazón de Jesús, para ser por Él oídos y atendidos en todas nuestras necesidades.

 

No descuidemos, pues, este medio infalible que el propio Jesús nos dio para alcanzar los favores del Cielo. Recurramos siempre al Corazón de María para ser oídos por el Corazón de Jesús, su Unigénito.

 

CONCLUSIÓN

Al finalizar esta meditación, tengamos la certeza de que el Sagrado Corazón de Jesús, entronizado junto al Padre Celestial en la gloria del Cielo, no cesa de latir por todos y cada uno de nosotros, sus ovejas que Él, como Buen Pastor, se complace en llevar en sus brazos y en cumularlas con el tesoro de su infinita misericordia. A través del Inmaculado Corazón de su Madre Santísima, derrama sobre los hombres sus gracias inagotables y su bondad que no conoce límites.

 

Sepamos pues, retribuir tanto amor con nuestro propio e intenso amor a Jesús y a Nuestra Señora. A través de las manos de María, elevemos continuamente al Corazón Sagrado de Cristo el homenaje de nuestra gratitud y de nuestra entrañada devoción, amándolo sobre todas las cosas y deseando ante todo nuestra salvación eterna, que nos llevará a adorarlo por siempre en el Cielo. Pidamos, para tal efecto, con todo fervor, la intercesión de la Señora de Fátima:

 

Dios te salve, Reina y Madre…

 

Referencia bibliográfica:

San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones, Editora Herder y Cia., Friburgo, Alemania, 1922.

Mons. João S. Clá Dias, Tesouro de bondade e misericórdia, Boletín Maria Rainha dos Corações, No. 100, mayo de 2019.

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