MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO – Junio 2020

Publicado el 06/06/2020

MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

1er. Misterio Luminoso El Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo

Introducción:

Cumpliendo con la devoción de la Comunión reparadora del Primer Sábado, pedida por Nuestra Señora en Fátima, meditaremos el 1er. Misterio Luminoso: “El Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo en el Río Jordán”. Durante nuestro piadoso ejercicio, tengamos presente la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que la Iglesia celebra en este mes de junio. El Cordero de Dios, que vino para quitar los pecados del mundo, quiso ser bautizado y dar inicio públicamente a su misión redentora. En ese momento, las expansiones de la misericordia de su Sagrado Corazón comenzaron a difundirse sobre los hombres.

Composición de lugar:

Imaginemos la margen del Río Jordán donde San Juan Bautista administraba el bautismo al pueblo. Veamos con los ojos de la imaginación el momento en que el Precursor ve al Cordero de Dios aproximarse y, tomado de veneración, lo apunta como el Salvador del mundo. Ante los ojos admirados de los presentes, Jesús entra en el río y pide a Juan que lo bautice. Las aguas del río relucen de modo especial, el cielo se abre y una intensa claridad, y una voz fuerte y misteriosa se hace oír por todos, exaltando al Hijo de Dios.

Oración preparatoria:

Oh, Santísima Virgen de Fátima, interceded por nosotros ante el Cordero inmaculado de Dios y alcanzad en nuestro favor las gracias necesarias para contemplar bien el Misterio en que recordamos su Bautismo en el río Jordán. Haced con que, al recordar este Misterio, podamos tener en mente nuestro propio Bautismo y renovar, una vez más, nuestra fidelidad a la condición de hijos de Dios y miembros de la Iglesia llamados a la santidad. Amén.

San Mateo, 3, 13-17

13 Por entonces viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice. 14 Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?». 15 Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan se lo permitió. 16 Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. 17 Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».

I- El Hijo de Dios asumió nuestros pecados

En las márgenes del Jordán, Jesús recibió las aguas del Bautismo de penitencia de manos de San Juan Bautista, al mismo tiempo en que fue ungido por el Espíritu Santo como el Mesías, Cristo, el que las Escrituras prometían e Israel esperaba.

  • Inicio de la vida pública de Jesús

El Bautismo de Jesús tiene un significado especial, pues indica el inicio de la vida pública de Nuestro Señor y de su misión de anunciar e inaugurar el Reino de Dios. Nuestro Señor comenzó esta misión desde el momento en que se hizo hombre por nosotros, pero ahora la manifestará abiertamente. Primero a Israel y, después de la Resurrección, a toda la Humanidad. Al narrar el Bautismo de Jesús, los Evangelios lo presentan como el Cordero de Dios, que cargará con todos los pecados, o sea, será el Salvador, el Redentor de los hombres, el camino que une el Cielo a la tierra, la garantía de la fidelidad de la nueva y eterna alianza.

2- Se humilló y asumió nuestros pecados

Segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnada, Hijo de Dios, Jesús no tenía necesidad de ser bautizado para purificarse. Sin embargo, quiere comenzar su misión redentora con profunda humildad: entra en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan. Quien no tenía pecado, asume nuestros pecados, se hace solidario con nosotros. ¡Nuestro Señor es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo! Juan intentaba disuadirlo, diciendo: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?” Y Jesús le responde: “Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia”. Es decir, convenía en el plan del Padre que Jesús se humillase, se hiciese Siervo y asumiese nuestras culpas. Nuestro Señor vino, no en la gloria sino en la humildad; no en la fuerza sino en la debilidad; no para ser servido sino para servir. He ahí el camino que el Padre indica a Jesús, he ahí el camino que Jesús escoge libremente en la obediencia al Padre. He ahí el camino de los católicos que siguen al Divino Maestro.

3 – Bautizado con la fuerza del Espíritu Santo

Juan dice: “Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.” El bautismo de San Juan Bautista no es el sacramento del Bautismo: era solo una señal exterior de que alguien se reconocía pecador y quería prepararse para recibir al Mesías. Al ser bautizado en el Jordán, Jesús es ungido con el Espíritu Santo para su misión redentora. Esta unción del Espíritu Santo es capaz de purificar, de fortalecer, de restaurar, de romper las cadenas del pecado, de dar luz a los ciegos y, sobre todo, de justificar, es decir, de hacer que la criatura humana cumpla con amor filial la voluntad de Dios. Y, revestido de esta fuerza del Espíritu Santo, Jesús predicará, hará sus milagros, expulsará los demonios e inaugurará el Reino de los Cielos. Es por la fuerza del Espíritu que vivirá una vida de total y amorosa obediencia al Padre y de donación a los hermanos hasta la muerte y muerte de cruz.

II – Llamados a seguir al Cordero de Dios

Al recordar el Bautismo de Nuestro Señor, cada uno de nosotros debe recordar también su propio Bautismo, que nos limpió de la mancha del pecado original, nos hizo hijos de Dios y miembros de la Iglesia, y nos lleva a seguir los pasos del Cordero de Dios en este mundo.

  • Santificados en el sacramento del Bautismo

Nuestro Señor se dejó bautizar, dice San Agustín: “para proclamar con su humildad lo que para nosotros es una necesidad”.

Con el Bautismo de Jesús, quedó preparado el Bautismo cristiano, directamente instituido por Nuestro Señor e impuesto por Él como ley universal en el día de su Ascensión: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. 19 Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. El bautismo de Juan era apenas una señal de conversión. El Bautismo que Jesús confió a su Iglesia es un Sacramento y un signo eficaz, pues no solo significa, sino que realiza la liberación y la renovación de nuestro ser, haciéndonos hijos de Dios a semejanza de su Hijo Unigénito.

Los Padres de la Iglesia llegaron a decir que Jesús bajó a las aguas justamente para santificarlas y transmitirles el poder de purificación y renovación, ejercido siempre que la Iglesia bautiza en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

  • El Bautismo nos hace partícipes de la misión de Cristo

Así pues, el día en que fuimos bautizados fue el más importante de nuestra vida, pues en él recibimos la fe y la gracia, bienes infinitamente mayores que cualesquier otros, dado que por ellos alcanzamos la vida eterna y nuestra entrada en el Cielo.

Debemos considerar, además, que en virtud del Bautismo somos también llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo, realizando, según la condición de cada uno, la vocación de todo cristiano en la Iglesia y en el mundo. Al ser bautizados, recibimos el Espíritu Santo de Jesús, y por esto, nos volvemos partícipes de su misión: de vivir, testificar y anunciar el Reino de Dios, amándolo a Él por encima de todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

La celebración y la meditación de la fiesta del Bautismo del Señor nos debe llevar a desear la renovación de la vocación y de la misión que el sacramento del Bautismo nos confirió por don divino: la vocación a la santidad y la misión de anunciar a Jesús, el Cordero que quita los pecados del mundo. Solo Nuestro Señor puede verdaderamente liberar al hombre de todas sus prisiones, conduciéndolo a la salvación, a la alegría de la fe y de la comunión fraterna con todos los cristianos.

  • Renovemos nuestras promesas bautismales

Comprendamos, entonces, que al meditar sobre el Bautismo del Señor Jesús, tenemos delante de nosotros una ocasión propicia para renovar nuestras promesas bautismales. Vivir intensamente los compromisos de nuestro Bautismo es la gran invitación que Dios nos hace a cada uno de nosotros. La gracia divina jamás falta a aquel que, con sinceridad de corazón, procura vivir según el hombre nuevo, nacido del agua y del Espíritu.

Los innumerables santos y santas canonizados por la Iglesia son un elocuente testimonio de que la fuerza del Bautismo puede operar maravillas en las personas y en el mundo transformados según el designio de Dios.

Me pregunto, entonces: ¿Soy consciente de que la gracia del Bautismo debe hacerme en la Iglesia y a través de la Iglesia, el Cuerpo místico del Señor, un verdadero discípulo y misionero de Jesús, santo y apóstol de la santidad, anunciador de la fe católica que nos salva y llena de alegría nuestra vida?

 

III – Reluce la caridad del Sagrado Corazón de Jesús

El Bautismo de Jesús nos muestra cómo el Salvador se compadeció del género humano, inmerso en el pecado. Allí, en las aguas del Jordán, el Corazón Sagrado del Hijo de Dios palpita de infinita misericordia hacia nosotros, tomando sobre sí nuestras culpas y ofreciéndose al Padre como víctima por nuestra redención. Y en el mismo instante el Padre de inclina sobre Él, se hace oír y manifiesta toda su afección por el “Hijo muy amado”.

1 – Asumió nuestra frágil condición humana

Debemos contemplar en el episodio del Bautismo del Señor, la condescendencia divina por donde Dios asume todo lo que es propio de nuestra frágil condición humana. Jesús no tuvo pecado, pero en un gesto de solidaridad para con toda la humanidad, asumió la consecuencia de nuestros pecados.

2 – Un Corazón que nos amó hasta la “locura de la Cruz”

Sí, el Dios Encarnado vino al hombre, camina entre los hombres, se confunde con ellos. En las márgenes del río Jordán, Juan Bautista es el primero a testificar la novedad real del amor de Dios, de Aquel que viene al encuentro de las llagas y de los sufrimientos humanos, a rescatar su obra prima, conduciéndola a la salvación. Vino a extinguir definitivamente el exilio de la humanidad, a saciar las añoranzas del corazón del hombre por Dios, a proclamar el “tiempo de gracia”. En las márgenes del Jordán, el Corazón Sagrado de Cristo acepta, libremente y en total sumisión a la voluntad de Dios, amar al hombre hasta el fin, aun cuando ese amor lo lleve a la “locura de la cruz”.

3 – Amemos el corazón que tanto nos amó

Con todo, tengamos presente que la condescendencia divina, ya manifestada en el Bautismo de Jesús y después confirmada de forma tan pungente en la vida, en las actitudes y palabras de Jesús, nos estimula a amar con todas nuestras fuerzas este Corazón Sagrado que tanto nos ama. Él está todo inclinado para salvarnos y ampararnos en nuestras necesidades; solo conoce el amor y la misericordia para con nosotros. Y la única cosa que nos pide a cambio es que lo amemos como Él nos ama.

Renovemos nuestros propósitos bautismales, sí, mas renovemos también nuestro propósito de amar al Corazón Sagrado de Jesús por encima de todas las cosas, con un amor tan profundo y verdadero que se manifieste en nuestra propia santificación y en nuestra caridad para con todos aquellos que, de una u otra manera, necesitan de nuestro amparo y de nuestro conforto. Mostremos al mundo con el ejemplo de nuestras vidas, que Jesucristo es el Hijo de Dios amado, el Camino seguro hacia la plena felicidad, la Verdad que el corazón del hombre anhela y la Vida que no fue tragada por la muerte, sino que la venció para siempre.

 

Conclusión                                                      

Al término de esta meditación sobre el Bautismo de Jesús, volvámonos hacia la Virgen de Fátima y roguémosle a Ella, una vez más, que nos alcance de su Divino Hijo la gracia de ser fieles a nuestras promesas bautismales, a nuestra condición de hijos de Dios, miembros de la Santa Iglesia Católica y herederos del Cielo.

Que Ella nos proteja y ampare con su maternal solicitud para nunca caer en el abismo de una vida envejecida por el pecado y por la indiferencia al amor del Sagrado Corazón de Jesús para con todos y cada uno de nosotros. Y que, a ejemplo de María, sepamos vivir con alegría, cada día, las promesas de nuestro propio Bautismo, bien incalculable que nos introduce en los caminos del Cielo. Así sea.

Dios te salve, Reina y Madre…

                                                                  

Referencias bibliográficas

Basado en:

            San Alfonso María de Ligorio, Meditações para todos os dias e festas do ano, Friburgo, Herder & Cia, 1921.

            Mons. João S. Clá Dias, O inédito sobre os Evangelhos, Vol. V, Roma-São Paulo: Libreria Editrice Vaticana, Instituto Lumen Sapientiae, 2012.

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