MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO – Mayo 2017

Publicado el 05/05/2017

MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

2o Misterio Glorioso

La Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo

Prenda de nuestra gloria en el Cielo

 


 

Introducción:

Iniciemos la devoción del Primer Sábado, meditando el 2o Misterio Glorioso, la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Así como el águila enseña a sus crías a volar, en el misterio de hoy, Jesús también nos exhorta en nuestro afecto y espíritu, a aprender a volar para acompañarlo al Cielo, desapegando nuestros corazones de las cosas terrenas y colocándolo donde está nuestra verdadera felicidad: en la patria celestial.

 

Composición de lugar:

Hagamos nuestra composición de lugar imaginando una hermosa colina, verde, elevándose en medio a planicies cubiertas de lirios del campo, en la Tierra Santo de los tiempos de Jesús. Centenas de hombres, mujeres y niños, discípulos de Nuestro Señor, están reunidos allí llenos de alegría, pues en lo alto del monte ven a Jesús resucitado y resplandeciente de gloria. De repente, comienza a elevarse, hasta desaparecer de la vista de las personas, escondido por nubes luminosas.

 

Oración preparatoria:

Oh Madre y Reina de Fátima, juntos meditaremos sobre el Misterio Glorioso de la Ascensión de Jesús al Cielo. Vos también presenciasteis ese momento de la partida de vuestro Divino Hijo, en cuerpo y alma, para la bienaventuranza eterna. Por las gracias que allí recibisteis y de las cuales fuisteis la Medianera para los demás, concedednos las mejores disposiciones de espíritu para igualmente beneficiarnos de los dones celestes que Cristo resucitado concede a todos los que buscan seguirlo rectamente en esta vida. Amén.

 

Del Evangelio de San Marcos (16,15) e Actos de los Apóstoles (1, 9-11)

“15 Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda criatura.”

“9 Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. 10 Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, 11 que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».”

 

I- Llamados a volvernos para las cosas del Cielo

El lugar que competía a Jesús resucitado era el Cielo, la morada de las almas y de los cuerpos bienaventurados. Quiso Jesús, sin embargo, permanecer cuarenta días sobre la tierra y aparecer repetidas veces a sus discípulos para certificarlos de su Resurrección e instruirlos en las cosas de la Iglesia.

 

1- Jesús conforta a sus discípulos y sube al Cielo

Habiendo desempeñado esa noble misión, el Señor deseó, antes de dejar este mundo, mostrarse una vez más a los apóstoles en Jerusalén. Después de censurar dulcemente su dureza e incredulidad, por no creer en la Resurrección, les ordenó que fuesen para el Monte de los Olivos, el lugar donde había comenzado su Pasión, a fin que comprendiesen que el verdadero camino para ir al Cielo es a través del sufrimiento.

 

Después, cercado de centenas de personas, les repitió una vez más lo que ya les había ordenado, especialmente que fuesen a predicar el Evangelio por el mundo entero. Hecho esto, el Señor levantó las manos y los bendijo. En seguida, como medita San Buenaventura, el Señor abraza a su Madre Santísima y la estrecha junto a su Sagrado Corazón; anima y conforta a sus discípulos que entre lágrimas le besan los pies. Luego, con las manos levantadas y el semblante extraordinariamente majestuoso y amable, coronado y vestido como rey, se eleva lentamente al Cielo, llevando consigo numerosísimas almas de los justos liberados del Limbo.

 

Avivemos nuestra fe y contemplemos el júbilo que causó la entrada triunfal de Jesús en el Paraíso. Alegrémonos con nuestro divino Jefe y unamos nuestros sentimientos de alegría y gratitud a los de Nuestra Señora y de los discípulos que presenciaron la Ascensión.

 

2- Despeguémonos de las cosas terrenas

Como el águila enseña a sus crías a volar , en este Misterio Nuestro Señor nos invita a levantar vuelo y acompañarlo al Cielo, no con el cuerpo, mas con nuestra alma y nuestros sentimientos. Desprendamos nuestro corazón de las cosas terrenas y suspiremos por la patria celeste, donde se encuentra nuestra verdadera felicidad. Esperando, como dice el Apóstol, la adopción de hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.

 

Entretanto, tengamos siempre delante de los ojos, los ejemplos de la vida mortal de Nuestro Señor Jesucristo. Imitando su humildad y mansedumbre, su espíritu de mortificación, su caridad y su celo por la gloria divina. En una palabra, despojémonos del hombre viejo, revistiéndonos de las virtudes de Jesucristo.

 

Para vencer todas las dificultades que encontramos en el camino del Señor, recordemos las verdades que los ángeles enseñaron en este misterio a los discípulos, que arrebatados, miraban aquel cielo para el cual había subido su amado Maestro: “El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».

 

II- La Certeza de nuestra propia gloria en el Cielo

La Ascensión de Cristo es el preámbulo de lo que nos aguarda, como Él mismo anunció: “voy a preparaos un lugar” (Jn 14,2). Al subir, abre para nosotros las puertas del Cielo y, al cántico de los Ángeles se establece en su trono, al lado del Padre, representando toda la humanidad.

 

La Ascensión de Cristo ya es nuestra victoria

De hecho, en el momento en que la humanidad santísima de Jesús se sienta en “el trono de la Majestad divina, en el Cielo” (Hb 8,1) y recibe la gloria debida, todo el género humano también es elevado. Sabemos, todavía, que sólo en el Juicio Final tendremos esa gloria, pues antes de eso, todos moriremos y el cuerpo no será privado de la descomposición, sirviendo de alimento a los gusanos hasta deshacerse. Con todo, el período que franquea entre el instante en que cerramos los ojos para esta vida y el de la resurrección, en el último día, es ínfimo si comparado con la eternidad. En el fin del mundo, comprobaremos el extraordinario poder de Dios, pues así como creó nuestra alma de la nada, también reconstruirá los cuerpos a partir de lo que de ellos todavía reste, y, si hubiésemos muerto en gracia, los restituirá en estado glorioso, para subir al Cielo tal como Nuestro Señor Jesucristo en su Ascensión.

Como reza la Oración del Día, la Ascensión del Señor “es ya nuestra victoria”.

 

III. Nuestra misión es evangelizar

Hoy, al meditar la subida de Jesucristo al Cielo, tengamos presente que no nos abandonó, por el contrario, continúa con nosotros conforme la promesa hecha en el Evangelio: “Es que estará con vosotros hasta el fin del mundo.” Nosotros, en cuanto hijos, también deseamos permanecer con Él, una vez que vino a este mundo a traernos la participación en su naturaleza divina.

 

1. Predicar el Evangelio no sólo por palabras, mas por el ejemplo

Permanecer con Jesús, sí, teniendo presente también que su Ascensión nos coloca delante de la responsabilidad recibida en el día del Bautismo: la de ser verdaderos apóstoles, obedeciendo la orden que el Maestro nos dejó: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15).

 

Ora, predicar el Evangelio no es sólo enseñar, es también dar buen ejemplo, mucho más elocuente que cualquier palabra. Vivimos en sociedad, en un relacionamiento constante con otras personas, con nuestra familia y amigos, en el ambiente de trabajo y donde nos movemos. Por eso, tanto en el hogar como en una comunidad religiosa, nos acompaña la obligación serísima, sublime y grandiosa de ser modelo para los otros. Cada uno es llamado a representar algo de Dios que no cabe a ninguna otra criatura, sea ella Ángel u hombre. En la vida religiosa o en el seno de la familia, todos deben procurar vencer sus malas inclinaciones y edificar al próximo, buscando su santificación.

 

2. Con fe y esperanza, sigamos el camino del Cielo

La consideración de este Misterio, debe hacernos sentir en el fondo del alma lo que Dios preparó para gozar en la eternidad, conquistado por Nuestro Señor Jesucristo en el día de la Ascensión.

 

¿De qué valen las aflicciones terrenas sobre las cosas transitorias? ¿De qué vale gozar placeres ofrecidos por el mundo? Acumular honras, aplausos, beneficios y al llegar la hora de partir dejar todo para presentarnos delatante de Dios con las manos?

 

Aprovechemos pues está meditación para firmar el propósito de abandonar todo y cualquier apego que nos aparte de este objetivo y nos quite la esperanza que su llamado nos da, es decir, la riqueza de la herencia glorioso que disfrutan los Santos. Animémonos con el consejo de San Agustín: “Piensa en Cristo, sentado a la derecha del Padre; piensa que vendrá para juzgar a vivos y a muertos. Mira para Quien murió por ti; Míralo cuando asciende y ámalo cuando sufre. Lo que Él hizo hoy –su Ascensión- es una promesa para ti. Debemos tener la esperanza que resucitaremos y ascenderemos al Reino de Dios, y allí estaremos para siempre con Él, en una vida sin fin, alegrándonos sin ninguna tristeza y viviendo sin cualquier enfermedad”.

 

Que la fe y la esperanza alimenten nuestras almas en el arduo camino del cristiano en nuestros días, y con esta llama siempre encendida enfrentemos las adversidades. El mandato de evangelizar nos invita a subir místicamente con Nuestro Señor a la Patria Eterna, para donde iremos en cuerpo y alma, después de la resurrección.

 

Súplica final

Oh Madre y Reina de Fátima, que fuisteis también al Cielo en cuerpo y alma y allí reinas junto con vuestro Divino Hijo sobre el universo, amparadnos y protegednos en nuestra vida mortal y conducidnos por vuestras manos hasta la eterna bienaventuranza. Dadnos un corazón desapegado de las malas inclinaciones e ilusiones terrenas, a fin que vivamos únicamente vueltos para el servicio de Dios, de la evangelización del prójimo y trabajando por nuestra santificación. Así sea.

Dios te Salve, Reina y Madre..

 

Referencia bibliográfica:

Basado en:

SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, Meditações, volume II, Editora Herder e Cia., Friburgo, Alemanha, 1922.

MONS. JOÃO CLÁ DIAS, EP, O inédito sobre os Evangelhos, Vol. I, pp. 350 e ss.; Vol. III, pp. 359 e ss.

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