MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO – Mayo 2018

Publicado el 05/04/2018

MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

2o Misterio Gozoso

LA VISITACIÓN DE NUESTRA SEÑORA A SU PRIMA SANTA ISABEL

ABRAMOS NUESTROS CORAZONES A LA VOZ DE MARÍA

 


 

Introducción:

En nuestra devoción de la Comunión reparadora de los Primeros Sábados, contemplaremos el 2o Misterio Gozoso: La Visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel. En este mes, que conmemoramos el 101o aniversario de las Apariciones de Fátima, Nuestra Señora nos renueva sus maternales apelos hechos en la Cova de Iría: rezad el Rosario todos los días, orad por lo pecadores y por la paz del mundo. Aprovechemos esta meditación para abrir nuestros corazones a la voz de María Santísima y dejar que ella nos enfervorice en la virtud y en la santidad, como otrora ella santificó la casa de Isabel y al Precursor, San Juan Bautista, en el vientre de su madre.

 

Composición de lugar:

Imaginemos el camino recorrido a pie por Nuestra Señora, en compañía de San José, hasta la casa de Santa Isabel. Vemos a la Santísima Virgen y su esposo atravesando valles y montañas y después de cinco días, llegando al hogar de Isabel y Zacarías. Con fisonomía iluminada de celeste alegría, Nuestra Señora saluda a su prima y es por ésta saludada como la Madre del Señor. Enseguida, la Virgen entona su célebre Magníficat.

 

Oración preparatoria:

Oh Virgen Santísima de Fátima, alcanzadnos las gracias necesarias para meditar bien este jubiloso misterio de nuestra Fe, recordando el momento en que fuisteis sin demorar a visitar vuestra prima Isabel, enseguida después de la Encarnación del Verbo en vuestro seno inmaculado. Volvednos partícipes de la alegría que inundó vuestro corazón en aquél instante que saludasteis vuestra pariente y tuvisteis, por los labios de ella, la confirmación de la maravillosa obra que el Omnipotente había realizado en su Sierva. Volvednos igualmente atentos a vuestra voz que trae consigo la gracia de Dios para nuestras vidas. Amén.

 

Evangelio de San Lucas (1, 39-48)

“39 En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; 40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo 42 y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! 43 ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 44 Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. 45 Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». 46 María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, 47 se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; 48 porque ha mirado la humildad de su esclava. | Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,”

 

I- POR LA VOZ DE MARÍA, NOS LLEGAN LAS GRACIAS DE DIOS

Nuestra Señora después de la Encarnación del Verbo de Dios en su seno inmaculado, partió para Nazaret, ciudad donde vivía Santa Isabel, que según San Gabriel, se encontraba en el sexto mes de la gestación del futuro precursor del Mesías. Acompañada de San José, María se dirigió con prisa a la casa de su parienta.

 

1- Presuroso anuncio de la Buena Nueva

San Alfonso de Ligorio pregunta ¿porqué Nuestra Señora emprende un viaje tan largo y penoso y apura tanto el paso? Porque va a cumplir su oficio de caridad, va a llevar consuelo y alegría a una familia, va a llevar el primer anuncio del adviento del “fruto bendito” de su vientre, Jesús.

 

Ella partió enseguida, pues en un alma que desea hacer el bien y crecer en la virtud no existen demoras, perezas ni desvíos. Es necesario observar que el hecho de María estar apresurada, no significa estar perturbada por cualquier agitación, pues Ella iba, sin duda, con todo equilibrio y calma interior. La prisa venía del ansia de comunicar las maravillas que llevaba en Sí, y aun que tuviese toda la disponibilidad para auxiliar también las necesidades prácticas, esa no era la razón más importante. La consideración por la prima le daba la certeza de no haber nadie mejor para ser su interlocutora, una vez que Isabel estaba de cierto modo envuelta en los misterios de la redención. Y por amor al Divino Hijo que engendraba, Se lanzó por los caminos como comenta San Ambrosio: “Presurosa por causa de la felicidad, se dirigió a la montaña. Estando llena de Dios, ¿Cómo no podría elevarse hasta esas alturas? Los cálculos lentos son ajenos a la gracia del Espíritu Santo”.

 

2- La santificación de San Juan Bautista

Aparte de esto, hubo un motivo más significativo que determinó el viaje relacionado con la persona y misión de San Juan Bautista. Por revelación del Ángel, sin duda la Virgen Santísima sabía que el hijo que Santa Isabel estaba por dar a luz, era el Precursor y por esta razón, tenía certeza que él estaba asociado de manera particular al plan de la salvación. Por tal motivo, corrió con la intención de santificar cuanto antes al futuro Bautista, pues la idea que este varón pudiese nacer tiznado por el pecado contundía sus anhelos. Entonces, Nuestra Señora fue apresuradamente para transmitir con exclusividad la Buena nueva a Santa Isabel y a San Juan Bautista. Fue sin temer las dificultades y las fatigas del viaje, pues la conducía la gracia de Dios, y la gracia es un don tan grande que debemos estar dispuestos a todos los sacrificios para llevarla a aquellos a quien está destinado.

 

3-La voz de María trae consigo la gracia santificante

Con su voz, Nuestra Señora fue la portadora de la gracia divina para la familia de Isabel. Bien podemos imaginar la unción y el poder de la voz de la Madre de Dios en función de sus frutos. ¡Esa voz tiene fuerza y penetración y es extraordinariamente eficaz! Al decir “Isabel”, el niño saltó de alegría en el vientre materno y en aquel instante fue santificado, como si hubiese sido bautizado. En ese mismo instante, al son de la voz de María, Santa Isabel fue arrebatada por el Espíritu Santo exclamando: “¡Qué honra me es dada al ser visitada por la Madre de mi Señor! Bendita eres tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre Jesús”.

 

Conocer el efecto de la voz de la Santísima Virgen constituye una magnífica enseñanza para nosotros. Ella todavía no fuera coronada Reina de los cielos y de la tierra, sin embargo ya actuaba como Intercesora. El niño Juan exulta de alegría al recibir la gracia divina antes de nacer; Isabel fue llena del Espíritu Santo y poco después Zacarías, el padre de Juan, es consolado por la restitución del habla. “¡Oh mi Reina y Madre, es pues pura verdad que por vuestro intermedio son dispensadas las gracias divinas y santificadas las almas!” exclama San Alfonso María de Ligorio. Con el mismo santo debemos pedir a Nuestra Señora que nos visite y nos haga oír siempre el sonido de su voz en nuestros corazones. Examinemos nuestra vida espiritual y, si en esta encontramos males, afectos desordenados, faltas y pecados cometidos, pidamos a la Tesorera de todas las gracias que nos cure con su intercesión poderosa junto a Dios a nuestro favor.

 

II – LAS GRANDES ALEGRÍAS DE LA HUMILDAD

Una de las mayores alegrías del Evangelio es la que transbordó del Corazón de María, cuando visitó a su prima Santa Isabel. No cabiendo en su pecho, la desbordó en el cántico de gratitud, humildad y alabanza que conocemos como el Magníficat.

 

1- Porque “miró para la humildad de su sierva”

Para María, la Encarnación del Verbo, fue el momento supremo de su vida. Deslumbrada con la predilección de Dios para con Ella y el admirable futuro que se le abría, todo le extasiaba. Sin embargo, al saber de la gravidez de Isabel, se olvida de sí y fue, con prisa, a las montañas de Judea, a la ciudad donde vivía su prima. Sentía la necesidad de darle asistencia hasta el nacimiento del hijo. Y fue allí, en la casa de Isabel, que María cantó su felicidad con el Magnífica. Y Ella explica porqué estaba repleta de alegría: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava”.

 

En todas las posibles versiones el sentido es el mismo: la humildad de María. Ella se considera una pequeña criatura que no merece que Dios la distinga especialmente. Por eso, quedó perturbada (Lc 1,29) cuando oyó el saludo del Ángel Gabriel y la elección que Dios hiciera de Ella, llamándola a volverse la Madre de su Hijo.

 

Miró para su humilde esclava. María tiene la sorpresa de quien se sabe muy pequeña delante de Dios y sabe que no podría jamás igualarse a Dios, como el diablo sugirió a nuestros primeros padres, … y como continúa sugiriéndonos “Seréis como dioses” (Gn 3,5).

 

En María hay una realización viva de lo que dice el libro de los Salmos: “El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio” (Sl 138,6). Un alma humilde como la de María, que ama y adora a Dios con el corazón puro, atrae sobre sí la mirada y las bendiciones del Señor, que la llevan a hacer y a vivir cosas grandes. Dios, por el contrario, se apartaría del corazón orgulloso y lo dejaría abandonado a sus delirios estériles.

 

Dios, –dice San Pedro citando el libro de los Proverbios— “porque Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes” (1 Pd 5,5). El mismo pensamiento fue inspirado a María por el Espíritu Santo en el Magníficat: “Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. Y como relata San Mateo 11,29: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas”.

 

2- Dios realiza maravillas en el alma humilde

Nuestra Señora exclama en el Magníficat: “porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo,”. De hecho, en el alma humilde, Dios puede actuar libremente, con toda la potencia de su amor, con toda la energía vivificante del Espíritu Santo. Esto es lo que sucedió con María, bendecida entre todas las mujeres, Madre de Dios, llena de gracia y virtudes, Corredentora con Cristo, Madre de todos nosotros. Ella nos recuerda con su cántico que el Señor escoge a los que son humildes como instrumentos para realizar cosas grandes en este mundo.

 

La persona humilde recibe de Dios gracias que lo vuelven capaz de vencer dificultades antes invencibles, de tener paciencia, mansedumbre y espíritu de sacrificio que juzgaría imposible alcanzar. La persona humilde, con la gracia divina, enfrenta corajosamente todos los obstáculos y conquista maravillosas victorias espirituales.

 

Todos los grandes santos – a ejemplo de María—fueron humildes. Los realizadores de iniciativas católicas increíbles, fueron humildes. Los mejores maestros, formadores de hombres y mujeres, fueron humildes. Los buenos papás, – – no se limitan a dar comida, salud y estudio sino que ayudan a sus hijos a ser personas de grandes valores y virtudes cristianas—son pacientes y humildes. Los apóstoles eficaces –los que caminan y avanzan rumbo a Dios junto con muchas otras almas—son humildes. Los que, por Cristo, viven dedicados al prójimo, con desprendimiento total de sí mismo, son humildes.

 

¿Y nosotros? Cuanta gracia de Dios no fue empequeñecida en nuestra vida por nuestra soberbia y por nuestro egoísmo? Hemos intentado imitar Nuestra Señora en su humildad, para como Ella y los grandes santos, dejar que Dios realice maravillas por nuestro intermedio a favor del prójimo?

 

III –¿ HABRÁ SIDO OÍDA LA VOZ DE MARÍA EN FÁTIMA?

En este mes, en que celebramos las Apariciones de Fátima, es oportuno hacer un paralelo entre nuestra meditación de hoy y los llamados hechos por la Madre de Dios en la Cova de Iría. Al visitar a su prima Isabel, Nuestra Señora hizo repercutir su voz portadora de gracia divina en el hogar de su parienta. Siendo oída, transformó la vida de todos los allí presentes. Siglos después, la misma voz de María hace eco en Fátima, trayéndonos un mensaje divino de misericordia y de paz. Nuestra Señora pedía a los hombres que enmendasen de vida, comenzasen a rezar el rosario todos los días, hiciesen la Comunión Reparadora de los Primeros Sábados y tuviesen devoción a su Inmaculado Corazón, para alcanzar de Dios la salvación de los pecadores y obtener la paz en el mundo.

 

¿Habrá sido, nos preguntamos, oída la voz de María Santísima?

 

1 – Faltó a los hombres un acto de humildad

Nuestra Señora es precisamente la puerta de la misericordia, llamada Puerta del Cielo. De donde se comprende que haya dicho: “Cesen de pecar y recurran a mí que obtengo el perdón de Dios para las penas que sus pecados acarrean”. Nada más razonable. Sin embargo, la humanidad recibió el Mensaje de Fátima con orgullo, cuando exigía un acto de humildad, o sea, que los hombres reconociesen: “Nosotros pecamos, anduvimos mal”. Exigía la enmienda, el abandono de la impiedad y de la inmoralidad en la cual iba cayendo. Por eso, hubo un rechazo global en relación a este Mensaje. Los resultados los vemos por todas partes.

 

2 – Una crisis moral que apenas se agravó

¿Cesaron las culpas y los pecados? ¿La expiación fue hecha? Por el contrario, la observación de los hechos nos muestran que la crisis moral en Occidente, desde 1917 para acá, no ha hecho sino acentuarse rápidamente. Por otro lado, no se percibe en la humanidad, haber un movimiento amplio, firme y eficaz en el sentido de pleitear la solución de lo que más ofendió a la Madre de Dios, es decir, la reforma de la moralidad, tanto en el ámbito particular de los individuos y de sus familias, cuanto en el ámbito público de cada pueblo.

 

Nos cabe, en este momento, hacer un examen de conciencia y preguntarnos: ¿Tenemos los oídos suficientemente abiertos para la voz de María en Fátima? ¿Hemos buscado atender los pedidos que la Madre de Dios nos hizo a través de los tres pastorcitos? ¿Cuidamos de enmendarnos en aquello que por ventura Le causamos disgusto? ¿Buscamos preservar la santidad y la harmonía cristiana en nuestra familia y fomentar la virtud en los ambientes que frecuentamos?

 

CONCLUSIÓN

Al finalizar esta meditación volvemos nuestros corazones para la Madre Santísima de Fátima, presentándole a Ella nuestro propósito de ahora en adelante, prestar más oídos a su misericordiosa voz y de dejarnos tocar por la gracia divina que Ella trae consigo. Que el timbre divino de esa voz nos envuelva a todos, ayudándonos en nuestra santificación personal, en la de nuestra familia y en aquellos que nos son próximos. Así, en nosotros y alrededor nuestro, habrá de realizarse la gran promesa de María en Fátima: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!” Dios te Salve, Reina y Madre…

 

Referencia bibliográfica:

Santo Afonso de Ligório, Meditações para todos os dias do ano, v. II, Friburgo: Herder e cia., 1921.

Mons. João Clá Dias, O inédito sobre os Evangelhos, v. V, Roma-São Paulo: Libreria Editrice Vaticana, Instituto Lumen Sapientiae, 2012.

Revista “Dr. Plinio” n. 235.

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