MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
3er. Misterio Glorioso
LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO SOBRE NUESTRA SEÑORA Y LOS APÓSTOLES
LLAMADOS A RENOVAR LA FAZ DE LA TIERRA
Introducción:
Pasadas las celebraciones de la Pascua del Señor, nos volvemos ahora hacia la celebración de la Solemnidad de Pentecostés, cuando recordamos la venida del Espíritu Santo sobre Nuestra Señora y los Apóstoles reunidos en el Cenáculo.
Meditaremos hoy este Misterio Glorioso del Rosario, en nuestro piadoso ejercicio de la Comunión Reparadora del Primer Sábado, pedido por María Santísima en Fátima.
Antes de subir al Cielo, Nuestro Señor Jesucristo prometió a los discípulos que les enviaría el Espíritu del Padre, para confortarlos y ampararlos en su misión de expandir la Iglesia por el mundo. Poco después de asumir su trono en la eternidad, el Redentor cumplió su promesa y envió el Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles.
Composición de lugar:
Imaginemos la sala donde los Apóstoles de Jesús están reunidos, junto a Nuestra Señora, “perseverando en la oración”. Allí, recogidos esperan el cumplimiento de la promesa de Jesús, que les enviaría el Espíritu Santo. En determinado momento oyen un gran ruido, semejante al de un fuerte viento.
Sorprendidos, ven surgir pequeñas llamas sobre sus cabezas. Enseguida se sienten transformados, llenos de Fe, de amor de Dios y de entusiasmo por la misión que el Señor les había confiado.
Oración preparatoria:
¡Oh Señora de Fátima!, Reina de los Apóstoles, Madre de la Iglesia y Esposa Fidelísima del Espíritu Santo: rogad a Vuestro Divino Esposo que infunda en nuestras almas las gracias necesarias para meditar bien este Misterio de Pentecostés, y que nos conceda la abundancia de sus dones y frutos, para que nos asemejemos cada vez más a Él y a Vos. Y que podamos así reparar vuestro Inmaculado Corazón, como en Fátima pediste a vuestros hijos y devotos. Así sea.
Hechos de los Apóstoles (2, 1 ss)
“1 Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. 2 De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. 3 Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. 4 Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.”
I- NACE LA IGLESIA CATÓLICA, APOSTÓLICA Y ROMANA
En la gran fiesta de Pentecostés, la liturgia nos hace revivir el nacimiento de la Iglesia, como lo narra San Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Por lo tanto, podemos decir que la Iglesia tuvo su solemne inicio con el descenso del Espíritu Santo. En este extraordinario acontecimiento encontramos las características fundamentales de la Iglesia.
1- Una, santa, católica y apostólica
La Iglesia es una, como la naciente comunidad en Pentecostés, que estaba unida en la oración y “tenía un solo corazón y una sola alma”. La Iglesia es santa, no por sus méritos, sino porque está animada por el Espíritu Santo, mantiene la mirada fija en Cristo, para hacerse conforme a Él y a su amor. La Iglesia es católica, porque el Evangelio se destina a todos los pueblos y por eso, ya desde el inicio, el Espíritu Santo hace con que Ella hable todas las lenguas. La Iglesia es apostólica, porque está edificada sobre el fundamento de los Apóstoles, y conserva fielmente su enseñanza a través de la cadena ininterrumpida de la sucesión episcopal.
2- Misionera y romana
Además, la Iglesia es misionera por naturaleza. A partir del día de Pentecostés, el Espíritu Santo no cesa de alentarla por los caminos del mundo, hasta los extremos confines de la tierra y hasta el fin de los tiempos. Esta vocación misionera es fortalecida cuando la misión de predicar el Evangelio pasa de los hebreos a los paganos, de Jerusalén a Roma, con la llegada de San Pablo a la Ciudad Eterna. Roma indica el mundo de los gentiles, de todos los pueblos que están fuera del antiguo pueblo elegido. Ella se vuelve desde entonces el centro del mundo católico, sede de la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, la cual habla todas las lenguas y va al encuentro de todas las culturas para ofrecerles la salvación que nos vino del Cielo.
3-Coraje y fortaleza dada a los Apóstoles
El Espíritu Santo, al bajar con fuerza extraordinaria sobre los Apóstoles, los hace capaces de anunciar al mundo entero las enseñanzas de Jesucristo. Era tan grande su coraje y tan segura su decisión, que estaban dispuestos a todo, hasta a dar la vida.
El don del Espíritu les había liberado las energías más profundas, empeñándolas al servicio de la misión que les había sido confiada por el Redentor. Y será el Consolador, el Paráclito quien los guiará en el anuncio del Evangelio a todos los hombres. El Espíritu les enseñará toda la verdad, tomándola de la riqueza de la palabra de Cristo, a fin de que ellos, a su vez, la comuniquen a los hombres de
Jerusalén y del resto del mundo.
Nuestra Señora y los Apóstoles sabían que la obra que Cristo les había confiado era ardua, pero decisiva para la historia de la Humanidad. El Maestro cumplía su promesa, y ahora, a cada paso de la misión que los llevará a anunciar y a testificar el Evangelio hasta los puntos más remotos del globo, podrán contar con la asistencia del Espíritu Santo de Dios.
Pensemos ahora cómo anda nuestro amor a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana: ¿Crece cada día? ¿Somos celosos en nuestros deberes para con Ella? ¿Nos preocupamos con sus preocupaciones, nos alegramos con sus alegrías, nos empeñamos en nuestras oraciones para que venza todos los desafíos que se abren delante de Ella en el mundo contemporáneo? ¿Rezamos para que permanezca siempre íntegra, fiel e inamovible en su misión salvadora del género humano?
II –PARA RENOVAR LA FAZ DE LA TIERRA
Nuestro amor y nuestra adhesión a la Iglesia que nació en Pentecostés nos impone la misma misión confiada a los Apóstoles de predicar el Evangelio en todas partes. El Misterio que hoy meditamos nos invita a acoger con generosa disponibilidad los dones del Espíritu Santo que recibimos en el Bautismo, para ser capaces de anunciar al Resucitado con eficacia.
1- Llamados a evangelizar al hombre de hoy
El Papa San Juan Pablo II nos exhortó a cumplir esa misión en los modos y en las ocasiones que las circunstancias nos ofrecen. “Esforzaos”, dijo el Pontífice, “por transmitir a todos la novedad del Evangelio, procurando vías y modalidades cada vez más provechosas a las necesidades del hombre de hoy. Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Habiendo subido al cielo, envió el Espíritu de unidad, que llama a la Iglesia a vivir en comunión en su interior y a llevar adelante la misión evangelizadora en el mundo.”
2- Sin miedo, en favor de la renovación de la faz de la tierra
Afirma todavía el santo pontífice que los Apóstoles, cuando recibieron el Espíritu Santo, perdieron el miedo a ser perseguidos por los judíos, salieron del Cenáculo y comenzaron a anunciar a todos la buena noticia de Cristo crucificado y resucitado. De hecho, el Espíritu de Dios aleja el miedo y nos hace sentir que, independientemente de lo que suceda, su amor infinito no nos abandona. Lo demuestran el testimonio de los mártires, el coraje de los confesores de la fe, la sinceridad de los predicadores, el impulso intrépido de los misioneros. Lo demuestra la propia existencia de la Iglesia que, no obstante los límites y las culpas de los hombres, continúa atravesando el océano de la historia impulsada por el
soplo del Espíritu y animada por su fuego purificador.
Y el Papa nos insta: “Con esta fe y con esta esperanza jubilosa recemos, por intercesión de María: ¡Enviad vuestro Espíritu, Señor, para renovar la faz de la tierra!”.
3- Renunciar a los impulsos de la carne y abrazar los del Espíritu
En el cumplimiento de esta misión evangelizadora, bajo la acción del Espíritu Santo, debemos también celar por nuestra santificación. Como afirma San Pablo, nuestra vida personal está marcada por un conflicto interior entre los impulsos que provienen de la carne y los que derivan del Espíritu, y no podemos seguirlos a todos. Es decir, no podemos ser al mismo tiempo egoístas y generosos, seguir la tendencia de dominar a los otros y sentir la alegría del servicio abnegado. Para cumplir bien lo que Jesús, Nuestra Señora y la Iglesia esperan de nosotros, debemos renunciar a los impulsos de la carne (que generan violencia, discordia y enemistades), y abrazar los impulsos del Espíritu Santo, que generan amor, alegría
y paz, y que nos guía rumbo a las alturas de Dios.
Pensemos en nuestras disposiciones para cumplir la misión que nos fue confiada de evangelizar al prójimo: ¿Hemos atendido a este apelo del Espíritu Santo en nuestras vidas? ¿Empeñamos todo el tiempo y los esfuerzos necesarios para llevar a los otros la buena nueva del Evangelio, sin temor y con entusiasmo?
¿Hemos trabajado por nuestra santificación, renunciando a los impulsos de la carne y aceptando las inspiraciones del Espíritu Santo?
III –LA FIGURA PRIMORDIAL DE NUESTRA SEÑORA
En el Cenáculo, la figura de María Santísima se destaca entre los discípulos del Señor. Predestinada desde toda la eternidad a ser la Madre de Dios, se diría que había alcanzado la plenitud máxima de todas las gracias y dones. Sin embargo, en Pentecostés le será concedido más y más. Así como había sido elegida para el insuperable don de la maternidad divina, le cabía ahora convertirse en Madre del Cuerpo Místico de Cristo, y, tal como se dio en la Encarnación del Verbo, bajó sobre Ella el Espíritu Santo por medio de una nueva y riquísima efusión de gracias, a fin
de adornarla con virtudes y dones propios, y proclamarla “Madre de la Iglesia”.
1 – Prudencia y consejo para la Iglesia naciente
En medio de los temores y dudas que cercaban a los Apóstoles antes de Pentecostés, cuando todos se sintieron inseguros en su fe, Nuestra Señora surge como la única que permaneció firme en la creencia de la Resurrección, la única que continuó creyendo en las promesas de su Divino Hijo de que vencería la muerte y el pecado. Por eso, después de las confirmaciones del triunfo del Redentor, Ella nuevamente reúne a los discípulos y, junto a ellos, permanece en oración a la espera del Espíritu Santo. Cumulada con la superabundancia de los dones de su Esposo Celestial, María se convierte en la Virgen de la Prudencia y la Madre del Buen Consejo por excelencia, que anima, encoraja y orienta los primeros pasos de la Iglesia naciente.
2 – Maestra de los Apóstoles
Como afirma un piadoso autor, después de Pentecostés, Nuestra Señora fue el oráculo vivo que San Pedro, el primer Papa, consultó en sus principales dificultades. La Estrella Guía hacia la cual San Pablo no cesó de mirar para emprender sus numerosas y peligrosas navegaciones.
María hizo de su Corazón el tesoro de las palabras y de las acciones de su Hijo, a fin de comunicarlos en seguida a los escritores sagrados. Ninguna criatura, dice San Agustín, poseyó jamás un conocimiento de las cosas divinas y de lo que se relaciona con la salvación, igual a la Virgen Bendita. Por eso Ella mereció ser la Maestra de los Apóstoles y es Ella quien enseñó a los evangelistas los misterios de la vida de Jesús.
3 –Recurramos siempre a la Esposa del Espíritu Santo
Por lo tanto, nosotros, que también recibimos los dones del Espíritu Santo en el Bautismo, que también somos portadores de la misión de evangelizar el mundo, nunca debemos dejar de recurrir a la ayuda maternal de Nuestra Señora para crecer en nuestra fe. En verdad, María no desea otra cosa a no ser que la invoquemos continuamente, para que nos guíe hasta Dios. Ella, que siempre tuvo una relación tan especial con el Espíritu Santo, sin duda intercederá por nosotros para que también seamos dóciles a las mociones del Espíritu Divino, y respondamos con nuestro propio “Sí” al plan que Dios tiene para nosotros.
Pensemos cómo está nuestra devoción a la Santísima Virgen: ¿Cumplimos para con Ella nuestro deber de invocarla constantemente en nuestra vida espiritual, en nuestras necesidades diarias, en nuestra misión de evangelizadores?
CONCLUSIÓN
En la oración propia de la Solemnidad de Pentecostés, la Liturgia reza: “Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia, extendida por todas las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica”.
Ahora bien, nosotros, católicos, tenemos el don incomparable de pertenecer al Cuerpo Místico de Cristo, y también de recibir el Espíritu Santo por los Sacramentos del Bautismo y, sobre todo, de la Confirmación. Así, al concluir esta meditación, roguemos a María Santísima, santuario del Espíritu Santo, que nos alcance de Él la realización de sus maravillas en nuestros corazones, para que así
seamos templos vivos del Espíritu y testigos incansables del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Así sea.
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencia bibliográfica:
Papa San Juan Pablo, Homilías para la Misa de Pentecostés.
Papa Benedicto XVI, Homilías para la Misa de Pentecostés.
Mons. João S. Clá Dias, Comentários ao Evangelho de Pentecostes, Revista Arautos do Evangelho, mayo de 2002 y mayo de 2005.