MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO – Noviembre 2019

Publicado el 11/01/2019

MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

5to. Misterio Luminoso

LA INSTITUCIÓN DE LA SAGRADA EUCARISTÍA

 


 

Introducción:

Meditaremos hoy el 5º Misterio Luminoso del Rosario —La institución de la Sagrada Eucaristía— en cumplimiento de nuestra devoción de la Comunión Reparadora del Primer Sábado, pedida por la Madre de Dios en Fátima. En este mes de noviembre celebramos la Fiesta de Todos los Santos: cuando la Iglesia recuerda a aquellos que, conocidos o no, alcanzaron la gloria celestial. Todos estos justos consiguieron su lugar en el Cielo después de practicar la virtud con heroísmo en la Tierra y de perfeccionarse cada día en el amor a Dios. Se volvieron santos, de modo especial, alimentándose del Pan Vivo, el propio Cristo presente en la Sagrada Eucaristía. Este es el Pan que nos nutre en la virtud y en la santidad, mientras caminamos rumbo a la bienaventuranza eterna.

 

Composición de lugar:

Imaginemos el salón del Cenáculo preparado para la Última Cena, con una gran mesa puesta para la misma, jarras de agua y de vino junto a una de las paredes, candelabros y lámparas de aceite encendidas. En determinado momento vemos entrar a Nuestro Señor y a los Apóstoles, que van ocupando sus lugares. El Divino Maestro se ubica en el centro y observamos que toma en sus manos el pan y una copa de vino; los eleva y los bendice bajo las miradas admirativas de los discípulos.

 

Oración preparatoria:

¡Oh!, Santísima Virgen de Fátima, que en vuestras apariciones en la Cova de Iria nos llamasteis a la conversión y a la santidad, alcanzadnos de vuestro divino Hijo las gracias necesarias para meditar bien este Misterio del Rosario, y de él recoger todos los frutos y provechos espirituales que nos enfervoricen en la práctica de la virtud, y en la búsqueda de nuestra propia santificación. Haced con que hoy hagamos nuevos y más firmes propósitos de asemejarnos a Vos y a vuestro Hijo, a fin de ser dignos de figurar un día al lado de nuestros hermanos en la Fe que nos precedieron en el Cielo. Así sea.

 

San Lucas (22,14-20)

“14 Y cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él 15 y les dijo: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, 16 porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios». 17 Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; 18 porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios». 19 Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». 20 Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros.”

 

 

I- EL PAN DE LA VIDA ETERNA

Después del milagro de la multiplicación de los panes, Nuestro Señor afirmó que Él era “el pan vivo bajado del cielo”. Y prometió: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo” (Jn 6,51). El Redentor anunciaba de este modo lo que Él nos concedería en la Última Cena, con la institución de la Eucaristía.

 

1- En el sagrario, el Pan vivo que nos vino del Cielo

La multitud había comido antes un pan de inigualable sabor, cuando Cristo le sació el hambre. Ahora, Nuestro Señor prometía un pan todavía más sabroso y capaz de darnos la inmortalidad. La curiosidad se avivó de modo extraordinario en medio del pueblo, pues ¿Cómo podía ser que un simple alimento tuviese todo aquel poder de prolongar la vida eternamente?

Jesús les respondió: Este es el pan que bajó del cielo, para que no muera quien coma de él. El pan que era Él mismo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, nos es dado en la Eucaristía, que se hace presente todos los días en los altares en el momento en que el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración. Es el Pan que se encuentra en los sagrarios de todas las Iglesias, siempre pronto a servirnos de alimento que nos fortalece y nos guarda para la vida sin fin en el Cielo. 

 

2- Quien no coma de este pan, no tendrá la vida eterna

Al mismo tiempo en que prometió la vida eterna a los que comulguen, Jesús les advirtió: 53 «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.” (Jn 6, 53).

En aquella ocasión, muchos no entendieron y comenzaron a murmurar: “¿Cómo éste puede darnos a comer su carne?”. Eran los materialistas del tiempo, como los hay en todas las épocas. ¿Cuántos hoy en día, tampoco entienden de qué se trata la Eucaristía, no la aceptan ni creen que sea el propio Cuerpo y Sangre del Hombre Dios?

Empero, la Eucaristía es el Pan de la Vida, y quien no coma de esta Carne y quien no beba de esta Sangre, no tendrá la vida eterna y sobrenatural del alma después de dejar esta vida terrena.

Es para garantizar esta existencia en la gloria celestial que la Eucaristía nos fue dada como alimento, y a este banquete de valor infinito somos invitados todos los días, inclusive en esta meditación que ahora hacemos. Entonces, me debo preguntar: ¿Cómo está mi devoción Eucarística? ¿Me he acercado asiduamente a la mesa de Comunión para recibir dignamente el Cuerpo y Sangre salvadores de Cristo? ¿He practicado constantes ejercicios de adoración al Santísimo Sacramento, profundamente agradecido por la inestimable dádiva que el Señor nos dejó?

 

 

II – FUENTE DE NUESTRA SANTIFICACIÓN.

Nuestro Señor Eucarístico está siempre dispuesto a oírnos, a acogernos y a concedernos las gracias y dones necesarios para santificarnos. Él es la fuente de nuestra santificación y por eso se deja así mismo como alimento.

 

1- Nuestro Señor nos transforma cuando lo recibimos en la Eucaristía

La alimentación es indispensable para que el ser humano se sustente y sobreviva. Cuando él se nutre, el alimento es digerido y se convierte en fuente de vida y de salud. O sea, cuando me nutro, el alimento se transforma en mí. Sin embargo, con la Eucaristía pasa un fenómeno muy diferente. Estando Nuestro Señor presente en Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad en las Sagradas Especies, al comulgarlo y alimentarme de Él, es el Hombre-Dios quien me asume y me transforma. Así lo enseñan San Alberto Magno, San Efrén y varios otros santos. Por eso el propio Señor afirma: “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él” (Jn, 6, 56).

 

2- Aquel que nos santifica

Lo que el alimento es para el cuerpo, la Eucaristía es para el alma y para el espíritu. El alimento nos da fuerza, ánimo, y revigora nuestras energías físicas.

Cristo Eucarístico confiere vigor sobrenatural siempre renovado al visitar el alma de quien lo comulga. Él la habita, trayéndole los méritos infinitos de su Redención y el valor superabundante de su gracia santificadora. Él es la fuente de nuestra santificación y, transformándonos cuando lo recibimos como alimento, nos vuelve dignos de compartir con Él la gloria del Cielo, después de que terminemos nuestra peregrinación en este mundo.

 

 

III – LA FELICIDAD QUE NOS AGUARDA EN EL CIELO

Mientras atravesamos las vicisitudes e incertezas de esta vida, siempre debemos mirar hacia la bienaventuranza eterna. Si tenemos delante de los ojos la felicidad que nos aguarda en Cielo, nada de lo que padecemos y enfrentamos en nuestra vida cotidiana puede desanimarnos. Los santos vivieron así, esforzándose en la práctica de las virtudes y en las renuncias a las pasiones terrenas, en vista de la gloria futura. Debemos seguir su ejemplo.

 

1 – Bienes y bellezas que el corazón humano no imagina

¿En qué consiste, pues, esta bienaventuranza eterna? En su Primer Epístola a los Corintios, San Pablo procura un poco desvendar lo que nos espera en el Cielo, afirmando que “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.” (I Cor 2,9). Tales son los bienes y las bellezas que los santos ya disfrutan en plenitud en la eternidad, con los cuales ninguna consolación de esta vida es comparable. Nuestra idea a propósito de la felicidad es muy humana y naturalista. Por eso, a veces juzgamos ser felices porque alcanzamos nuestro objeto de deseo. En realidad, mientras estemos en la Tierra, nuestra inteligencia no es capaz de comprender la felicidad del Cielo. Apenas podemos vislumbrarla como excediendo las mayores consolaciones espirituales y alegrías terrenas que podamos experimentar. A esto somos llamados, si trabajamos con amor y empeño en nuestra santificación. 

 

2 – Hacer y sufrir todo para merecer el Cielo

No sin razón, San Alfonso de Ligorio nos exhorta a que hagamos todo para merecer en el tiempo presente esa gloria que nos espera en el Cielo. Así escribe él: “Detengámonos un poco a considerar la belleza del paraíso y razonemos así: en la Transfiguración del Señor, San Pedro, San Juan y Santiago experimentaron apenas sólo una gota de la dulzura celestial, y ni siquiera así pudieron contenerse de rogar a Jesús que les fuese concedido permanecer siempre en aquel lugar. ¿Qué será entonces de nosotros, cuando el Señor sacie a sus escogidos con la abundancia de su casa y los haga beber en el torrente de sus delicias? Suerte tan bella nos espera también a nosotros, hermano mío, si nos esforzamos por merecerla al menos en el tiempo de vida que todavía nos resta. ¡Oh dulce esperanza! Vendrá un día en que nosotros también veremos a Dios como es, veremos la belleza increada que encierra, de modo infinitamente perfecto, todas las bellezas esparcidas por el universo”.

Y concluye el Santo: “Animémonos, por lo tanto, y procuremos sufrir con paciencia las tribulaciones que Dios nos envía, ofreciéndolas al Señor en unión con las penas que Jesucristo sufrió por nuestro amor. Cuando las cruces nos afligieren, levantemos los ojos al cielo y consolémonos con la esperanza del paraíso. Todo es poco, o mejor, nada, para merecer el reino del Cielo”.

Miremos entonces, nuestro interior y preguntémonos, teniendo en vista nuestra santificación: ¿cómo nos hemos esforzado por practicar la virtud, por crecer en nuestro amor a Dios, en nuestra devoción a la Sagrada Eucaristía?

 

 

CONCLUSIÓN

Al término de esta meditación, volvámonos hacia María Santísima, modelo perfecto de devoción a la Sagrada Eucaristía y de alma adoratriz del Santísimo Sacramento; Ella, como preciosísimo tabernáculo, que llevó durante nueve meses en sus inmaculadas entrañas el Verbo Encarnado, es la Medianera que nos ofrece a todo momento la gracia santificante de Dios, es la Reina de Todos los Santos y, por eso mismo, Aquella que todo nos alcanza del Cielo, para que cada uno de nosotros pueda ser santo como los justos que nos precedieron en la eterna bienaventuranza.

Volvámonos hacia la gloriosa Madre de Dios y Reina de Fátima, y supliquémosle que nos ayude en esta vida a seguir los caminos de la virtud y del bien, del amor a Dios y de la santidad, comprendiendo cada vez más el tesoro que poseemos en la Sagrada Eucaristía, transformándonos en ardorosos adoradores del Corazón Eucarístico de su Divino Hijo.

Llenos de confianza, pues, en la materna y constante solicitud de María, a Ella roguemos:

Dios te salve, Reina y Madre…

 

 

Referencia bibliográfica:

San Alfonso María de Ligorio, Meditações para todos os dias e festas do ano, Friburgo, Herder & Cia., 1921.

Mons. João S. Clá Dias, Meditação para a Instituição da Eucaristia, Revista Arautos do Evangelho, julio de 2002.

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