MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
5to Misterio Gozoso
Pérdida y hallazgo de NS Jesucristo en el Templo
Busquemos a Jesús en la oración y en sus enseñanzas
Introducción:
Cuando Nuestra Señora apareció en Fátima, pidió a los hombres que hiciesen una reparación especial por las ofensas cometidas contra su Inmaculado Corazón. Este desagravio debería ser hecho en el primer sábado de cada mes, y debe consistir en la confesión y comunión, en la recitación del rosario y en la meditación de los misterios del Santo Rosario. A quien practica esta devoción la Virgen promete gracias especiales de salvación eterna.
En la meditación de hoy vamos a considerar el 5o Misterio Gozoso: La pérdida y el encuentro del Niño Jesús en el Templo discutiendo con los doctores de la Ley.
Debemos tener presente que hay momentos en nuestra vida espiritual en que ‘perdemos al Niño Jesús’. Es decir, con o sin culpa, la gracia sensible puede desaparecer y es a través de la oración y los enseñamientos que podemos reencontrarla.
Composición de lugar:
Imaginemos un salón del Templo de Jerusalén en la época del Niño Jesús, con columnas altas, arcos y bancos de piedra, donde se sientan varios doctores de la ley, vestidos con sus largas túnicas. Admirados, miran al Niño Jesús sentado en el centro del salón, respondiéndole a todos. También hay muchas personas admiradas detrás de los doctores, acompañando la escena. De improviso, aparecen Nuestra Señora y San José, sorprendidos y aliviados por encontrar al Hijo de Dios.
Oración preparatoria
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
Evangelio de San Lucas (Lc 2, 46-49): “Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47 Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. 48 Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». 49 Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».”
I- Alegría en dar gloria a Dios
Habiendo cumplido 12 años de edad, Jesús estaba obligado a cumplir los preceptos de la Ley mosaica, entre los cuales comparecer al Templo de Jerusalén por ocasión de la Pascua judía. En el momento de retornar a casa, Jesús se separó de Nuestra Señora y de San José, permaneciendo tres días solo.
Antes de todo, consideremos la alegría del Niño Jesús al cumplir los mandamientos de la Ley y la alegría al ver al cordero, símbolo de Sí mismo, siendo ofrecido al Padre en el Templo! Podemos suponer que haya venido a su espíritu la idea que al redimir el género humano por el sacrificio cruento de la Cruz, haría realidad esa inmolación simbólica. Muy probablemente, el caminó por Jerusalén y miró con ojos humanos los lugares en los cuales iría a padecer, dejándose tomar de un amor semejante al que “ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros” (Lc 22, 15), que más tarde manifestaría en la Santa Cena.
En suma, como nos comenta San Alfonso María de Ligorio, el Niño Jesús empleó aquellos tres días en promover la gloria de su Padre Eterno con oraciones, vigilias y ayunos, y en asistir a los sacrificios que eran figuras de su propio sacrificio en la Cruz. Por otro lado, aunque el Niño tuviese toda la protección del Cielo durante ese período, no podemos dejar de pensar, como dice San Bernardo, que Él no tenía sustentos ni lugar para dormir. Para comer alguna cosa, fue preciso que pidiera limosna, y para descansar, no tuvo sino la tierra desnuda. Sin embargo, esa privación en nada lo perturbó, como tampoco le afligió el hecho de estar lejos de María y José. Aquellos tres días fueron llenos de alegría, pues estaba ocupándose de las cosas de su Padre Celestial.
También nosotros, a ejemplo del Niño Jesús, debemos esforzarnos para que nuestra mayor felicidad sea la de servir y glorificar a Dios, mismo en medio a nuestras privaciones y sacrificios. También nosotros, siguiendo los pasos del Niño Jesús, debemos abandonar todo, -inclusive parientes y amigos si fuere necesario – para promover la gloria de Dios.
II- Todo en nuestra vida debe estar subordinado a la voluntad de Dios.
María y José se dieron cuenta que Jesús no estaba con ellos y afligidos, vuelven a la ciudad. Encuentran al Divino Hijo al tercer día, discutiendo con los doctores en el Templo, que se admiraban de las preguntas y respuestas de aquel Niño extraordinario.
1- El dolor de quien juzga haber perdido a Dios por culpa propia.
Para un alma que hace de Dios el objeto de todo su amor, no hay aflicción mayor en esta Tierra que el temor de haber ofendido y haberse apartado de Dios, por alguna imperfección o falta cometida. Fue este, exactamente, el dolor de María y José durante esos días, pues la humildad de ellos los hacía pensar que se habían vuelto indignos de estar en la compañía del Hijo de Dios y de tenerlo bajo su guardia. Esto los dejaba en gran desolación. Durante aquellos tres días –comenta San Alfonso- María y José no durmieron un solo instante, lloraban continuamente buscando al Hijo amado.
Por eso María, al encontrarse con Él, exprime su dolor preguntando: : «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados” Y Jesús respondió: : «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?»
2- Con paz de alma y confianza, acabamos por entender la voluntad de Dios en nuestra vida.
La Virgen María, en su pregunta toma en consideración la naturaleza humana de Jesús dejando trasparecer bien la preocupación de la madre en relación al hijo,. Y Él, respondiendo por medio de otra pregunta, llama la atención para su naturaleza divina. Por esa respuesta, podemos conjeturar que el Niño Jesús haya instruido a Nuestra Señora respecto a como debería cumplir la voluntad del Padre. Y cómo ese llamado divino, superaba cualquier lazo de sangre. Quiso decir a sus padres terrenos que su misión divina estaba encima de los vínculos familiares.
Pero, ¿estaría con esto, reprobando a María y José porque se colocaron como sus padres? San Beda hace un comentario inspirado: “No los reprende porque Lo buscan como hijo, mas les hace levantar los ojos del alma para ver lo que Él debe a Aquel de quien es Hijo eterno”. Jesucristo, tenía una misión a cumplir y quería que sus padres terrenos comprendiesen que todo debía subordinarse al Padre Celestial.
En el primer momento, María no entendió las palabras de su Hijo, pero sabía que había una lección por detrás de ese episodio.
Esa debe ser nuestra actitud en relación a todo cuanto nos trasciende y que por ventura no consigamos entender en nuestra vida espiritual: con paz y confianza, guardar los acontecimientos en el corazón y reflexionar sobre ellos a lo largo del tiempo. Tarde o más temprano, el Espíritu Santo nos hará comprender todo, en la medida en que eso sea útil para nuestra santificación y cumplimiento de nuestra misión.
III – Seguir el ejemplo de María y José, cuando la gracia sensible se aleja de nosotros
Debemos considerar, todavía, la alegría de los padres cuando encontraron al Niño, y supieron que la pérdida no fue ocasionada por alguna culpa de ellos, mas por causa del zelo por la gloria de Padre que animaba el corazón de Jesús. Quedan admirados de encontrar al Niño cumpliendo su misión en tan tierna edad y al presenciar la manifestación que Él daba de Sí mismo.
1- No rebelarse cuando la gracia sensible se aleja de nosotros
María y José nos dan aquí ejemplo de cómo debemos comportarnos cuando la gracias sensible se aleja de nosotros. Antes de todo, evitar cualquier actitud de rebeldía: si sucedió, fue porque Dios quiso. Son los percances de la vida, los dramas, las dificultades que la Providencia permite para unirnos más a Ella. Aceptemos todo con el mismo estado de espíritu de los padres de Jesús. Y cuando reveamos a Nuestro Señor, tendremos también admiración.
En la pregunta hecha por Nuestra Señora, no se nota una manifestación de queja. Con su rectísima conciencia, Ella demuestra aflicción y perplejidad, deseando una explicación para mejor servir a Dios. Esa debe ser también nuestra actitud, resignada y amorosa, frente a los problemas que se deparan a lo largo de la vida.
2- Como María y José, busquemos a Jesús en la oración y en sus enseñamientos.
Sin duda, habrá momentos en los cuales tenemos la sensación de haber “perdido al Niño Jesús!, esto es, con o sin culpa nuestra, la consolación espiritual desaparece y nos sentimos desamparados. ¿Qué hacer cuando percibimos que estamos sin gracias sensibles, sin aquello que nos daba ánimo y sustentación para practicar la virtud?
Este pasaje del Evangelio nos enseña a imitar a María y José: Ir detrás del Niño Jesús, es decir, ponerse a buscar la gracia sensible cuando esta se retira. Cuando estuviéremos afligidos, en la aridez, debemos buscar a Jesús en el Santísimo Sacramento. No hay nada, absolutamente nada de lo necesario para nuestra santificación que, pidiendo a Jesús Eucarístico, no acabemos por obtener.
Empero, no nos olvidemos que, en el Templo, Nuestro Señor estaba entre los maestros de la Ley, que bien puede significar la importancia de la doctrina para sustentarnos en la hora de la probación. De aquí se sigue para nosotros la necesidad de una buena y sólida formación doctrinaria. Como quien va a hacer un largo viaje toma providencias con anticipación: documentos, ropas apropiadas y todo lo demás. Así necesitamos hacer nosotros: Rezar mucho y conocer bien la doctrina, a fin de estar preparados para atravesar los períodos de aridez. Si tenemos los principios bien apuntalados en el alma, cuando bata el viento de la probación, las hojas estarán firmes en el árbol de la fe.
Así, como enseña San Alfonso de Ligorio, cuando buscamos a Jesús, Él se dejará encontrar por nosotros, del mismo modo como se dejó encontrar por María y José, que Lo buscaban llenos de humildad y confianza, en medio a la aflicción por haberlo perdido.
Oración Final
Pidamos a Nuestra Señora de Fátima y gloriosa Auxiliadora de los Cristianos que interceda por nosotros junto a su Divino Hijo y nos alcance la gracia de nunca perderlo en nuestro corazón. Y cuando la consolación nos falte, sepamos imitar a Ella y a San José, buscando a Jesús con humildad y llenos de confianza, seguro que Él se dejará encontrar por nosotros.
Digamos: Dios te Salve, Reina y Madre…
Referencia:
SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, Meditações, volume I, Editora Herder e Cia., Friburgo, Alemanha, 1922.
MONSENHOR JOÃO CLÁ DIAS, Comentário ao Evangelho do Domingo da Sagrada Família, in O inédito sobre os Evangelhos, volume V, LEV e Lumen Sapientiae, São Paulo, 2012, pp. 130-143.