MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
1er. Misterio Gozoso
La Anunciación del Ángel y la encarnación del Verbo
“El inicio de la Salvación”1
Introducción:
Meditaremos hoy el 1er. Misterio del Santo Rosario: La Anunciación del Ángel y la Encarnación del Verbo, en cumplimiento de nuestra devoción de la Comunión Reparadora del Primer Sábado, pedida por la Madre de Dios en Fátima. En este mes de octubre celebramos la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, una de las invocaciones bajo las cuales María se manifestó en Cova de Iria. Dirigiéndose a los tres pastorcitos, la Virgen Santísima pidió insistentemente a los hombres que rezasen el Rosario todos los días, para alcanzar la salvación eterna y la paz para el mundo. El Misterio de la Anunciación, con el cual iniciamos la recitación del Rosario, nos convida a atender este apelo apremiante de la Madre Celestial y a enfervorizarnos en la devoción hacia Ella.
Composición de lugar:
Imaginemos un rincón de la casa de Nazaret donde se encuentra Nuestra Señora, haciendo sus oraciones y meditando en las Sagradas Escrituras. De repente, todo el local es inundado por una inmensa claridad. Se ve entonces al luminoso mensajero divino que aparece a María, saludándola como llena de gracia. La fisonomía de la Santísima Virgen se reviste igualmente de luz sobrenatural, y comprende que está siendo convidada a ser la Madre del Salvador. María se inclina y la oímos pronunciar su “Sí”, consintiendo en la Encarnación del Verbo Eterno.
Oración preparatoria:
¡Oh, gloriosa Reina del Rosario!, que en Fátima recomendasteis a los hombres la recitación diaria del Rosario para obtener la conversión de los pecadores, nuestra salvación y la paz para el mundo, alcanzadnos hoy, de vuestro divino Hijo, las gracias necesarias para meditar bien este Misterio de la Anunciación. Infundid en nuestras almas las buenas disposiciones y los buenos propósitos que nos hagan partícipes de los méritos infinitos que el Verbo Encarnado trajo al mundo, al hacerse hombre en vuestro seno inmaculado. Así sea.
San Lucas (1, 28 y ss.)
“28 El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». 29 Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. 30 El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». 34 Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». 35 El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. 36 También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, 37 porque para Dios nada hay imposible». 38 María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.”
I- El “SÍ” que inició nuestra salvación
La Anunciación a María inaugura la “plenitud de los tiempos”, es decir, el cumplimiento de las promesas divinas para la redención del género humano. Por la voz del Arcángel Gabriel, María es convidada a concebir y dar a luz al Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo y nos abre nuevamente las puertas del Cielo.
1- Preparándose por la oración
En la inminencia de recibir la visita del Ángel, Nuestra Señora se encuentra recogida en oración, rezando y pidiendo a Dios la venida del Salvador. Manifestando de este modo la importancia de la oración, a través de la cual alcanzamos las gracias y misericordias de Dios, la Santísima Virgen suplicaba por la regeneración y liberación de la humanidad, fácil presa del demonio desde el pecado original.
También por la oración, la Virgen se preparaba para el momento entre todos esperado, en que el Mesías prometido se haría presente en el mundo. Su profunda humildad no la hacía imaginarse la Madre del Salvador, y enseguida el enviado de Dios se le aparecería, anunciando la gran invitación a la maternidad divina.
2- La llena de gracia
Nuestra Señora es la Virgen llena de gracia. En ella resplandecen todas las virtudes y todos los dones con que Dios puede enriquecer una criatura humana. Inmaculada desde el primer instante de su concepción, María nunca tuvo mancha de pecado alguna, siempre fue toda pura, y estaba enteramente preparada por el Padre Eterno para ser el templo del Espíritu Santo y convertirse en la Madre de Jesús. Ella se perturba ante la invitación del Ángel, porque no sabía cómo ser madre y permanecer virgen al mismo tiempo.
Sin embargo, San Gabriel la tranquilizó, afirmando que para “Dios nada es imposible”. El Señor haría en Ella grandes maravillas, y la Virgen de Nazaret creyó y confió en la promesa divina.
3- “Hágase en mí según tu palabra”
Llena de gracia y llena de esta confianza en la promesa de Dios, Nuestra Señora dio su “Sí” al convite que el Cielo le enviaba: “Hágase en Mí según vuestra voluntad”, respondió la Virgen, sometiéndose a la voluntad del Padre. Y a partir de ese momento, bendito entre todos los momentos, el Verbo Eterno se encarna en el seno inmaculado de la Madre, asumiendo nuestra naturaleza, dando inicio a su misión de Redentor de la humanidad.
En este instante, María también se vuelve Corredentora, colaborando de modo único y directo en toda la obra regeneradora que su Hijo realizará.
Debemos entonces preguntarnos: ¿Hemos sido bastante agradecidos a Nuestra Señora por este don inestimable de la Encarnación del Verbo, consentido por Ella con su “Sí” salvador? ¿Sabemos manifestarle esa gratitud por medio de nuestra devoción y amor incondicionales? ¿Hemos imitado sus ejemplos de humildad y de obediencia a la voluntad divina, tan luminosos y excelentes que fueron capaces de atraer del Cielo al Cordero de Dios? ¿Cómo está mi vida de piedad y de oración? ¿Cómo me comporto frente a la voluntad de Dios en los diversos momentos de mi existencia?
II – Misterio que nos hace nuevamente hijos de Dios
Como enseñan todos los doctores y santos de la Iglesia, la Encarnación no tuvo como único objetivo reparar la ofensa hecha a Dios por nuestros pecados, curar a la humanidad de sus heridas y liberarla de la esclavitud al demonio. La Encarnación nos devuelve también la calidad de hijos adoptivos de Dios, —perdida por el pecado original—, y nuevamente nos hace, —junto con Cristo— herederos del Padre Celestial.
1- Verdadero Dios y verdadero Hombre
Los autores eclesiásticos subrayan, ante todo, que el Hijo de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, engendrada desde toda la eternidad en el seno del Padre e igual a Él en todo, aceptó humillarse y reducirse a la condición de hombre, para constituirse como víctima por nuestras culpas y satisfacer la justicia divina en nombre nuestro. Así determinado, el Verbo Eterno tomó un cuerpo y un alma como la nuestra, en las entrañas de María, y unió de un modo tan maravilloso y tan verdadero nuestra miserable naturaleza a la suya, que ambas subsisten unidas y distintas en una única persona que nosotros adoramos con el nombre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
2- Hermanos del Primogénito del Padre
En segundo lugar –enseñan los doctores–, si el Verbo se hizo carne, si el Hijo eterno del Dios Vivo se hizo hijo del hombre por nuestra naturaleza, es para que el hombre, entrando en sociedad con el Verbo, se haga hijo de Dios por su gracia. Y esta verdad la transmitió el propio Dios por sus Apóstoles a los hombres: “Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial” (Gal, 4, 4-5).
Tal es el fin próximo, inmediato, de la unión del Hijo eterno con nuestra naturaleza: hacer del hombre un hijo adoptivo de Dios y hermano de su Primogénito.
Qué extraordinaria gracia nos fue concedida por la Encarnación del Verbo, tan inmensa que escapa a nuestra comprensión: ¡ser hermanos del Hijo de Dios y coherederos de la bienaventuranza eterna junto con Él!
¿Sabré agradecer suficientemente tan inmerecidas dádivas?
¿Cómo he correspondido a este don de valor infinito que Dios me ofrece todos los días? ¿Cómo he honrado (o no…) mi condición de bautizado y de hermano de Jesucristo?
III –Misterio de Grandeza y de Rebajamiento
Conocido el Misterio de la Anunciación y Encarnación del Verbo, los santos y doctores se preguntan, maravillados: ¿Cómo podemos estimar de manera suficiente un beneficio tan inestimable?
1 – Levantados de la más profunda decadencia
Y ellos acrecientan: ¡Sea eternamente bendito este Hijo adorable que María dio al mundo, y que se dio Él mismo a nosotros! De Él nos viene toda nuestra gloria y toda nuestra salvación. Haciéndose pequeño, Él nos eleva. Rebajándose, nos ennoblece; escondiéndose, nos corona con el más bello esplendor. Humillándose, nos levanta de la más profunda y mortal decadencia; contrae con nosotros, por la unión entre su divinidad y nuestra humanidad, la más noble alianza, nos restablece en todas nuestras pretensiones su herencia celestial y una diadema inmortal.
¡Oh, misterio de grandeza y de rebajamiento, de salvación y de dolores! ¡Oh, bondad de Dios que se realizó!
Solo Jesucristo paga el precio de este misterio, cuyas humillaciones y sufrimientos reservó para sí. Sin embargo, todo el fruto de este holocausto, Él lo destina a nosotros.
2 – Elevados hasta las estrellas
San Ambrosio, considerando el sublime misterio de la Encarnación, trazó este paralelo entre la humillación del Verbo y la exaltación del hombre:
El hijo de Dios se hizo pequeño —fue niño—, para que tú puedas ser varón perfecto; fue envuelto en fajas para que tú puedas ser desatado de los lazos de la muerte; fue reclinado en un pesebre para que puedas ser colocado en los altares; fue puesto en la tierra, para que puedas estar con las estrellas; no tuvo lugar en la posada, para que tú tengas muchas mansiones en el Cielo. “Pues conocéis la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.” (2Cor 8, 9).
3 – Mayor humillación y mayor dignidad
Por eso, acerca de la Encarnación del Verbo, concluye San Agustín: “Así fue predestinada la humana naturaleza a tan grandiosa, excelsa y sublime dignidad, no siendo posible una mayor elevación de la misma; como tampoco la divinidad no pudo bajar ni humillarse más por nosotros, que tomar nuestra naturaleza, con todas sus debilidades, hasta la muerte de Cruz”.
Tengamos presente, pues, cuán inestimable gracia recibimos con este Misterio de la Anunciación y Encarnación del Verbo, que marcó el inicio de nuestra redención y de nuestro rescate —por siempre jamás—, de las garras del demonio y de la prisión del pecado. Procuremos corresponder todavía mejor a esa infinita bondad de Dios y de María Santísima hacia nosotros, esforzándonos en la práctica de la virtud y del bien.
CONCLUSIÓN
Debemos pedir a la Santísima Virgen María de Fátima en este fin de meditación, que derrame sobre nosotros todas las gracias que Dios nos tiene reservadas desde el momento de la Anunciación y de la Encarnación del Verbo hasta hoy, inundando nuestras almas con luces divinas que nos hagan comprender toda la belleza de este Misterio, y toda la riqueza de las virtudes que nos invita a practicar. ¡Y que así, María, nuestra Santísima Madre, pueda mirarnos y decir, como prometió en Fátima: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfó”, porque sus hijos correspondieron a las gracias que Ella nos obtuvo y se convirtieron en verdaderos santos!
¡Que María nos ayude para tal fin! Para lo cual suplicamos su incansable asistencia, clamando:
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencia bibliográfica:
San Alfonso María de Ligorio, Meditações para todos os dias e festas do ano, Friburgo, Herder & Cia, 1921.
Mons. João S. Clá Dias, Pequeno Ofício da Imaculada Conceição Comentado, ACNSF, São Paulo, Ipsis gráfica e editora, 2010.