MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO – Septiembre

Publicado el 08/29/2018

MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

4to. Misterio Doloroso

NUESTRO SEÑOR CARGA LA CRUZ A CUESTAS:

LA MISERICORDIA QUE LLENA LOS ESPACIOS ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA

 


 

Introducción:

En cumplimiento de la devoción del Primer Sábado, teniendo en vista la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz1 que se celebra el 14 de septiembre, meditaremos hoy el 4o Misterio Doloroso: Nuestro Señor carga la Cruz a cuestas. Jesús no rechaza la Cruz, pues siendo ella el altar destinado para consumar el sacrificio de su vida por la salvación de los hombres, la abraza con amor. A partir de entonces, esa misma cruz pasó a ser el símbolo de su victoria sobre la muerte y el pecado, la señal de gloria de todos aquellos que siguen al Cordero de Dios a lo largo de la historia humana.

 

Composición de lugar:

Imaginemos el momento en que Jesús recibe la Cruz en la cual será inmolado para nuestra salvación. Delante de una multitud que lo ofende y pide su muerte, el Divino Redentor abraza su instrumento de suplicio y lo coloca sobre sus hombros. Se inicia así el largo y doloroso camino por las calles de Jerusalén hasta lo alto del Calvario, entre los gritos de los que lo odiaban y las lamentaciones de los que lo amaban.

 

Oración preparatoria:

¡Oh Virgen Santísima de Fátima!, nuestra Madre y Corredentora que acompañaste con indecible desvelo materno la vía dolorosa de vuestro Divino Hijo rumbo al Calvario, alcanzadnos las gracias necesarias para realizar bien esta meditación y de ella recoger todos los frutos para nuestra santificación, comprendiendo el precioso valor del instrumento de sacrificio de Jesús, símbolo de gloria y de vida eterna para todos nosotros. Así sea.

 

Evangelio de San Juan (19, 17)

“Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota).”

 

I- “¡TOME SU CRUZ Y SÍGAME!”

Después de ser injustamente flagelado y coronado de espinas, Jesús es condenado a muerte por crucifixión. Proferida la sentencia, lo obligan a cargar su cruz sobre los hombros hasta el lugar del suplicio. Espectáculo que causó admiración al cielo y la tierra: ¡Ver al Hijo de Dios que va a morir por los mismos hombres que lo condenaron! Así debe ser, mi Jesús, pues tomaste sobre Vos todos nuestros pecados.

 

1- Bandera bajo la cual se alistan y viven los cristianos

San Agustín escribe sobre este acontecimiento: “Si se atiende a la crueldad que usaron con Jesucristo, haciéndole cargar personalmente su patíbulo, esto fue un gran oprobio; pero si se mira el amor con que Jesucristo abrazó la cruz, fue un gran misterio”. Llevando la cruz, Nuestro Señor quiso desplegar la bandera bajo la cual se deberían alistar y vivir en esta tierra sus seguidores, para así volverse después sus compañeros en el Reino de los Cielos.

 

2- Jesús llevó su cruz para aliviar nuestros dolores

San Basilio dice que los malos gobernantes de esta tierra sobrecargan a sus ciudadanos con cargas injustas para aumentar su poder. Jesucristo, por el contrario, quiso aliviarnos el peso de la cruz y llevarla, muriendo en ella, para obtenernos la salvación. También es cierto que los líderes de la tierra colocan su poder en la fuerza de las armas y en el acervo de las riquezas. Jesucristo, sin embargo, fundó su principado en la humillación de la cruz, rebajándose y padeciendo, y de buena voluntad se sujetó a llevarla en esa vía dolorosa para, con su ejemplo, darnos el coraje de abrazar con resignación nuestra cruz y así seguirlo. Él habla a todos sus discípulos: “Entonces dijo a los discípulos: ́Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga ́” (Mt 16,24).

Si Nuestro Señor conociese otra vía para la salvación mejor que la del sufrimiento –afirma San Ambrosio-, nos la habría hecho conocer. Sin embargo, avanzando con la cruz a cuestas, nos demostró que no hay medio más propicio para alcanzar la salvación que sufrir con paciencia y resignación, y por esto quiso Él mismo darnos su ejemplo personal.

¿Y yo, como he seguido este ejemplo?

 

II – ESPERANZA DE LOS DESPRECIADOS, SALUD DE LOS ENFERMOS DE ALMA

En este valle de lágrimas en que peregrinamos rumbo al Cielo, todos encontramos en nuestro camino una cruz que debemos cargar, adecuada por la Providencia a nuestras fuerzas, a fin de poder asemejarnos al Divino Modelo, que soportó en sus hombros el peso indescriptible de los pecados de la humanidad.

 

1- Consejera de los justos y alivio de los afligidos

Muy a propósito consideremos las bellas expresiones con que San Juan Crisóstomo saluda a la cruz. Él la llama: “Esperanza de los despreciados”. De hecho, ¿Qué esperanza de salvarse tendrían los pecadores, si no fuese la cruz en que Jesucristo murió para redimirlos? “Guía de los navegantes”: la humillación que nos viene de la cruz (es decir, de la tribulación) es la causa de obtener en esta vida, como en un mar lleno de peligros, la gracia de observar la ley divina, y, si la transgredimos, la de enmendarnos. “Consejera de los justos”: los justos sacan de la adversidad motivo y razón para unirse más a Dios. “Alivio de los afligidos”: ¿De dónde sacan los afligidos mayor consuelo sino de la cruz, en la cual murió su Redentor y su Dios, lleno de dolores por amor a nosotros?

 

2- Remedio para los enfermos de espíritu

San Juan Crisóstomo también llama a la cruz “Gloria de los mártires”. Fue esta la gloria de los santos mártires: poder unir sus penas y muerte a las que Jesucristo soportó en la cruz. Como dice San Pablo: “En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo” (Gal 6,14). “Médico de los enfermos”: ¡Oh, 4 Apostolado del Oratorio, María Reina de los Corazones – Devoción de los primeros sábados de mes. Septiembre de 2018, 4o Misterio Doloroso, Nuestro Señor carga la Cruz qué gran remedio es la cruz para muchos enfermos de espíritu! Las tribulaciones los esclarecen y los desprenden del mundo. “Fuente para los que tienen sed”: la cruz, es decir, sufrir por Jesucristo, es el deseo de los que se encuentran sedientos de santidad y la buscan ante todo en esta vida.

 

3- Justos y pecadores cargan su respectiva cruz

Todos tenemos, por lo tanto, una cruz para cargar. Como nos enseña San Alfonso de Ligorio, hablando de modo general de los justos y de los pecadores, a cada uno le toca su cruz. Los justos, a pesar de gozar de la paz de consciencia, tienen sus vicisitudes: ora son consolados por las visitas de Dios, ora afligidos por las contrariedades y enfermedades corporales, y en especial por las desolaciones de espíritu, por los escrúpulos, por las tentaciones, por los temores de la propia salvación. Mucho más pesada, sin embargo, es la cruz de los pecadores: los remordimientos de conciencia que los atormentan, los temores de los castigos eternos que de vez en cuando se apoderan de ellos y las angustias que sufren en las adversidades.

Para todos, sin embargo, la Cruz de Cristo es la señal de salvación: conforto en los dolores del justo, luz de perdón en los remordimientos del pecador.

Y para mí, ¿la Cruz de Cristo ha sido un signo de salvación para mi alma?

 

III – NUESTRA ESPERANZA ESTÁ PUESTA EN LOS MÉRITOS DE LA CRUZ DE CRISTO

En primer lugar, respecto a la remisión de los pecados, debemos saber que nuestro Redentor, venido a la tierra, obtuvo por fin el perdón de nuestros pecados. “El Hijo del hombre vino para salvar lo que se había perdido” (Mt 18,11). Juan Bautista, mostrando a los judíos el Mesías que ya había venido, les dice: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).

 

1 –En la Cruz, Jesús nos libró de la muerte eterna

El sacrificio del cordero en la Antigua Ley servía sólo para representar el sacrificio de aquel cordero divino, Jesucristo, que con su sangre debería lavar nuestras almas y librarlas tanto de la mancha de la culpa como de la pena eterna por ella merecida, tomando sobre sí la obligación de satisfacer a la divina justicia por nosotros.

Jesús se dejó sacrificar para conquistar para Dios a todos los hombres que se habían perdido. Cuán grande es nuestra obligación para con Nuestro Señor. Imaginemos a un condenado que camina para la horca ya con la cuerda al cuello: si en el camino un amigo le sacase la cuerda y se la colocase en sí mismo, muriendo en ese suplicio para librar al reo, ¿cuánta obligación no tendría este de amarlo y de serle reconocido?

Esto fue justamente lo que hizo Jesús: quiso morir en la cruz para librarnos de la muerte eterna.

 

2 – Nos hace agradables a los ojos de Dios

“¡Qué maravilla más grande podrá haber que unas llagas curen las llagas de otros y la muerte de uno restituya la vida a todos los hombres que estaban muertos!” exclama San Buenaventura. A su vez, San Pablo escribe que Jesucristo nos hizo agradables y amables a los ojos de Dios; de pecadores odiados y abominables que éramos, por los méritos de su sangre nos redimió los pecados y nos concedió con superabundancia las riquezas de su gracia. Y esto se dio por el pacto de Jesús con su eterno Padre de perdonarnos las culpas y de redimirnos con su amistad en vista de la pasión y muerte de su Hijo. 

 

3 – Suframos con paciencia nuestras propias cruces

Debemos, por consiguiente, poner toda nuestra esperanza en los merecimientos de Jesucristo y de Él esperar todos los auxilios para vivir santamente y salvarnos. Y no podemos dudar de su deseo de vernos santos: “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (Tes 4,3). Esto es verdad, pero no debemos descuidarnos de reparar las injurias que hicimos a Dios y de conseguir por las buenas obras la vida eterna. Es lo que el Apóstol nos quería indicar cuando escribía: “así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24). Pero entonces, ¿La Pasión de Cristo no fue completa y ella sola no bastó para salvarnos? La Pasión fue plenísima en cuanto a su valor y suficientísima para salvar a todos los hombres. Sin embargo, para que los merecimientos de la Pasión sean aplicados a nosotros, Santo Tomás dice que debemos dar de nuestra parte y sufrir con paciencia las cruces que Dios nos envía para asemejarnos a Jesucristo, nuestra Cabeza. Nunca, sin embargo, nos debemos olvidar, como señala el mismo Doctor Angélico, que toda virtud que poseen nuestras buenas obras, satisfacciones y penitencias, provienen de la satisfacción de Jesucristo. “La satisfacción del hombre toma su eficacia de la satisfacción de Jesucristo”.

 

4- La imprescindible intercesión de María

Sí, hagamos nuestra parte. Pero nunca debemos olvidarnos de hacerla implorando la intercesión indispensable de la Santísima Virgen, que jamás dejará de socorrernos, ampararnos y ayudarnos a soportar con paciencia y esperanza nuestra cruz. La Virgen acompañó la vía dolorosa de su Divino Hijo hacia el Calvario, se unió a Él en el sacrificio redentor y lo confortó con su presencia, sus actos de adoración y sus súplicas al Padre Eterno. Por esto, María es para nosotros el modelo perfecto de paciencia y resignación ante los sufrimientos que la Providencia permite en nuestra vida. Imitemos a María Santísima y confiemos a Ella nuestras flaquezas y necesidades, rogando su protección a lo largo de nuestra existencia. La Madre del Señor nunca nos abandonará.

Cada uno pregúntese, entonces, si ha cargado con paciencia, confianza y resignación las cruces y dolores en su vida, y si se ha recordado de recurrir a la protección de María en las dificultades que aparecen en su camino.

 

 

CONCLUSIÓN

Volvámonos hacia la imagen de la Virgen de Fátima y roguemos a la Madre de nuestro Redentor que interceda por nosotros ante Nuestro Señor, rogándole por los méritos de su vía dolorosa rumbo al Gólgota, que nos de fuerzas para llevar con paciencia nuestras propias cruces. Y que, por el triunfo de Nuestro Señor en lo alto del Calvario, puedan volverse soportables los dolores y aflicciones que tengamos que enfrentar en nuestro día a día hasta llegar a la gloria del Cielo.

Dios te salve, Reina y Madre…

 

Referencia bibliográfica:

Basado en San Alfonso María de Ligorio: A Paixão de Nosso Senhor Jesus Cristo – Piedosas e edificantes meditações sobre os sofrimentos de Jesus, edición en PDF de F. Castro, 2002.

 

 

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