MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
5to. misterio Doloroso
La Crucifixión y muerte
De Nuestro Señor Jesucristo
Introducción:
Iniciemos ahora la meditación reparadora de los primeros sábados, pedida por Nuestra Señora en sus apariciones en Cova de Iria, en 1917. A través de los tres pastorcitos de Fátima, María pidió al hombre que comulgasen, rezasen un rosario, hiciesen a meditación de los misterios del rosario y se confesasen en reparación por las ofensas cometidas contra nu sapiencial e Inmaculado Corazón. Para quien practicase esa devoción, Ella prometía gracias especiales de salvación eterna.
Meditaremos hoy el cuarto misterio doloroso – Jesús carga la cruz a cuestas.- en honra a la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz. La cruz, en otros tiempos considerada como el peor de los desastres en la vida de alguien, un símbolo de ignominia que sirvió para la ejecución de tantos criminales, es hoy exaltada por la iglesia porque Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo mostrando cuanto ella le es propia. Es “la señal del Hijo del Hombre” (Mt – 24, 30) y Él la transformó en señal de triunfo.
Composición de lugar
Hagamos nuestra composición de lugar imaginando como el Divino Redentor abrazado su cruz inmediatamente después de ser sentenciado a muerte en el tribunal de Pilatos. Veamos con los ojos del alma a Jesús cargando su cruz en los hombros a lo largo de la vía dolorosa hasta lo alto del Calvario.
Oración preparatoria
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Evangelio de San Juan (3,13-15):
“En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: del mismo modo que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todos los que en Él crean, tengan vida eterna.”
I – Cristo bajó del cielo para abrazar la Cruz
Dios perdonó al hombre caído por el pecado original, por el infinito amor que nos tiene. Tan inmenso es ese amor que Él dio al mundo a su Hijo Unigénito, para que todos tengan vida y “la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Entre tanto, ¿Cuál fue la vía escogida por Dios para consumar la entrega de su Hijo al mundo? La más perfecta de todas, pero nos causa horror: ¡la muerte de Cruz!
1 – La mayor prueba de amor por los hombres dada por Cristo
Siendo Dios, el Hijo posee la alegría eterna y podría haber dado a su naturaleza humana una vida terrena llena de deleites. Sin embargo, la naturaleza divina comunicó a Cristo Hombre la alegría de abrazar la Cruz, ser en ella clavado y morir, cumpliendo la voluntad de Aquel que Lo envió, para salvar a los hombres de la muerte eterna.
Fue pues, con la intención de rescatar al género humano que Dios envió a su Hijo al mundo. Desde toda la eternidad, la Cruz estuvo en la mente de Dios, con un papel central en la historia al volverse el instrumento de nuestra Redención.
Según san Alfonso María de Liborio, esta fue la mayor prueba que Jesucristo nos dio del amor que nos tiene. Él como Dios nos amó al crearnos, enriqueciéndonos con tantos bienes, llamándonos a gozar de la misma gloria que Él goza, pero en ningún otro punto nos mostró mejor cuanto nos ama de lo que haciéndose hombre y abrazando una vida penosa y una muerte en la cruz, llena de dolores e ignominias por amor a nosotros.
2 – ¿Cómo correspondemos a tan inmensa prueba de amor?
Y nosotros, pregunta el mismo San Alfonso, ¿Cómo demostraremos nuestro amor por Jesucristo? ¿Tal vez llevando una vida llena de placeres y delicias terrenas? No pensemos que Dios se complace en nuestro sufrimiento: Él no es un Señor de índole cruel que se regocija viendo gemir y sufrir a sus criaturas. Por el contrario, es un Dios de bondad infinita, todo inclinado a vernos plenamente contentos y felices, todo lleno de dulzura, afabilidad y compasión para con aquellos que a Él recurren. La condición, sin embargo de nuestro infeliz estado actual de pecadores y la gratitud que debemos al amor de Jesucristo, exigen que nosotros por su amor, renunciemos a los deleites de este mundo y abracemos con ternura la cruz que Él nos destina a llevar, siguiéndole paso a paso, yendo Él delante de nosotros con una cruz mucho más pesada que la nuestra, cargando los pecados de la humanidad y eso para tener en el fondo de nuestras almas – mientras permanezcamos en la tierra – Su paz, y después de nuestra muerte una vida feliz que no tendrá fin.
II- Esta tierra es un lugar de méritos
Siendo esta tierra un lugar de méritos, es llamada con razón “Valle de Lágrimas”, pues todos somos destinados a sufrir. Pero el mérito, no consiste solo en sufrir, sino en padecer con resignación los sufrimientos que Dios nos envía.
La patria verdadera en la que Dios nos preparó el descanso y gozo eterno es el Paraíso. El tiempo en la tierra es corto, pero en ese tiempo son muchos los sufrimientos a soportar. Normalmente, cuando la Providencia Divina destina a alguien para cosas grandes, lo prueba también por medio de adversidades mayores. Nos relata San Alfonso esas bellas y graves palabras que Jesús dirigió a Santa Teresa: “¿Acaso piensas hija mía, que los méritos están en los consuelos? No, están en padecer y amar. Cree pues, hija mía, que aquel que es más amado por mi Padre, recibe de Él mayores sufrimientos. Y pensar que sin sufrimientos alguien pueda gozar de su amistad es pura ilusión.”
1 – Jesús quiso enseñarnos a sufrir con ánimo y paciencia
Sin embargo, siendo la naturaleza humana contraria al sufrimiento, el Verbo Eterno bajó del cielo a la tierra para enseñarnos a cargar nuestras cruces con paciencia. Jesucristo por tanto, quiso sufrir para animarnos al sufrimiento, y nos solo en el tiempo de su pasión sino durante toda su vida. En efecto desde el momento en que asumió la naturaleza humana hasta su último suspiro, la existencia de Cristo en este mundo fue un continuo sufrimiento. Por lo que San Alfonso nos censura: “Que vergüenza para nosotros gloriarnos de seguir a Cristo y ¡somos tan diferentes a Él! Adoramos la Santa Cruz, celebramos sus fiestas, nos gloriamos de combatir bajo ese triunfante estandarte y ¡somos tan ávidos de placeres! ¿Hasta cuándo seremos así?”
2 – El ejemplo de los Santos
Animados por el ejemplo de Jesucristo, los Santos siempre consideran las adversidades como un tesoro escondido, las estimaron más que un fragmento de la Santa Cruz sobre el cual Nuestro Señor murió por nuestra salvación. Cuantos renunciaron a riquezas, propiedades, dignidades y honras del mundo para cumplir la vocación de abrazar la Cruz de Cristo y subir con Él al Calvario, ¡por un camino cubierto de espinas!
Sin embargo Nuestro Señor, que nunca se deja vencer en generosidad, quiso recompensar ya en esta tierra a esas almas generosas, haciéndoles más suaves los frutos del árbol de la Cruz. Tanto se regocijaban en medio de las trbulaciones que tal vez un mundano nunca se mostraría tan ávido de placeres como los Santos lo fueron de sufrimientos.
Por eso, San Alfonso nos exhorta a que no seamos “del número de los locos que se asustan al avistar la cruz y huyen de ella porque sólo la conocen de modo superficial. Al contrario, abracemos de buena gana las tribulaciones que Nuestro Señor juzgue a bien enviarnos y consideremos atentamente las ventajas que de ellas nos vienen, y nosotros también diremos: “vale más una hora de sufrimientos soportados con resignación a la Voluntad de Dios, que todos los tesoros terrenos”. Y cuando nuestra naturaleza se revele contra los sufrimientos, dirijamos nuestra mirada hacia el Crucificado y digamos con San Pablo: “Padecemos con Jesús para también con Él ser glorificados”” (Rm 8-17)
III – Paciencia y confianza en la Corredentora
1 – La Cruz nos espera en toda parte
Como afirma San Alfonso María de Ligorio, en este mundo procuramos la paz y desearíamos encontrarla sin sufrimiento, pero eso es imposible en el estado presente, pues las cruces nos esperan en todo lugar en que nos encontramos.
¿Cómo pues, encontrar la paz en medio de estas cruces? Por la paciencia, abrazando la cruz que se nos presenta. Dice Santa Teresa que todo aquel que arrastra su cruz con mala voluntad siente el peso de ella, por menor que sea. Quien sin embargo la abraza de buena voluntad, no la siente, aunque sea muy pesada. Y Tomás de Kempis, acrecienta que todo aquel que lleva la Cruz con resignación, la misma cruz lo conducirá al fin deseado, que en este mundo es agradar a Dios y en el otro Amarlo eternamente.
2 – Confiar en María Santísima la Corredentora
Tenemos la dicha de ser hijos de aquella que estuvo siempre junto al Redentor, sobre todo en lo alto del Calvario, a los pies de la Cruz en que Él murió por nosotros. Somos hijos de María Santísima, la Madre Dolorosa y Corredentora, glorificada en sus dolores. Seamos siempre devotos de Ella y reconozcámosla como la criatura más abrazada en amor y paciencia para sufrir, abajo de su propio hijo Jesús.
Por tanto, abracemos con resignación y por amor a Dios todas las tribulaciones que nos puedan venir en la vida, especialmente las enfermedades, las persecuciones, las injurias y desprecios. Y cuando sintamos el peso de las cruces, miremos con entera confianza hacia la Reina de los Mártires, pensando en la glorificación de sus dolores y digamos: Oh Madre Dolorosa, deseo imitar vuestras virtudes y especialmente vuestra paciencia delante de los sufrimientos. Ayudadme a seros fiel.
Conclusión
Tengamos presente que, si la vida de Cristo fue cruz y martirio, y si deseamos imitarlo y seguirlo, no podemos buscar desordenadamente los placeres de este mundo. Si la cruz es nuestro glorioso distintivo de Cristianos, si ningún Santo fue admitido en el cielo sin la insignia de la Cruz, no podemos andar apenas atrás de los gozos y consolaciones, huyendo de los sacrificios que la Providencia nos permite encontrar en nuestro camino.
¿Cómo podremos pensar en amar a Jesucristo, si no queremos padecer por amor de Él que tanto padeció por nosotros?
Nuestro Señor quiso como Él mismo afirmó, dar a los hombres la mayor prueba de amor que pueda ser dada al prójimo, esto es, dar la vida por él.
Ahora bien, Dios no puede en cuanto tal dar su vida, Él que es la propia Vida, pues Dios no muere. Tenía entonces que encarnarse, pues no pudiendo morir como Dios, moriría como hombre Dios.
Súplica Final
Oh Madre nuestra, Virgen Santísima de Fátima, rogad por nosotros a vuestro Divino Hijo que tanto padeció por nuestra salvación, y alcanzados la gracia de imitarlo en la paciencia y en la resignación a la voluntad del Padre, cuando en nuestro camino encontremos la cruz. Que sepamos cargarla por amor a Él y a vos, con entera confianza en vuestro maternal auxilio, seguros de que, así amparados, después de padecer no vos, también seremos glorificados en la eterna bienaventuranza.
Amén.
Basado en:
SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, Meditações para todos os dias do ano, Tomo III, Herder e Cia, Friburgo, Alemanha, 1921.
SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, A Paixão de Nosso Senhor Jesus Cristo, V. I e II, edição em PDF de Fl.Castro, 2002.
MONSENHOR JOÃO CLÁ DIAS, Comentário ao Evangelho da Festa da Exaltação da Santa Cruz, Revista Arautos do Evangelho no 153, Setembro de 2014.