MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO – Septiembre 2019

Publicado el 09/06/2019

MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO

3er. Misterio Doloroso

La Coronación de Espinas de Nuestro Señor Jesucristo

 


 

“Por la paciencia Encontramos la paz”1

 

Introducción:

Hoy meditaremos el 3er. Misterio Doloroso del Santo Rosario: La Coronación de Espinas de Nuestro Señor Jesucristo, en cumplimiento de nuestra devoción de la Comunión Reparadora del Primer Sábado, pedida por Nuestra Señora en Fátima. En esta meditación tendremos presente la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz1. Lo cual nos lleva a considerar no apenas la veneración que debemos a la Cruz donde el Redentor consumó nuestra Redención, sino también la aceptación amorosa con que nos es pedido abrazar el sufrimiento que la Providencia permite en nuestro camino rumbo al Cielo.

 

Vitral de la Catedral de Notre Dame, París.

Composición de lugar:

Contemplemos con los ojos de la imaginación un patio interno del pretorio de Pilatos, donde Jesús encadenado a una columna fue cruelmente flagelado. La columna y las piedras del piso están manchadas de la sangre redentora de Cristo. En un rincón vemos a Jesús, con el cuerpo llagado, sentado en un banco de madera, con un manto rojo sobre sus hombros y una corona de espinas clavada en su cabeza. A su alrededor, soldados romanos se burlan de Él, golpeando y escupiendo su adorable rostro. El Divino Salvador recibe todas aquellas ofensas sin pronunciar palabra, aceptando todo por amor a nosotros y por nuestra redención.

 

Oración preparatoria:

Oh, Madre Santísima de Fátima, alcanzadnos de vuestro divino Hijo, nuestro adorable Redentor, las gracias y las buenas disposiciones de espíritu para meditar convenientemente este doloroso Misterio de la Coronación de Espinas. Que por vuestra maternal intercesión y por la infinita bondad de Cristo, sepamos aprovechar las lecciones de amor a la cruz y al sufrimiento que Él nos dejó en este paso de su Pasión, uniéndonos todavía más a Él y a Vos, en nuestra búsqueda por la eterna salvación. Así sea.

 

Evangelio de San Juan (19, 2-5.)

“2 Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; 3 y, acercándose a él, le decían: «¡Salve, rey de los judíos!». Y le daban bofetadas. 4 Pilato salió otra vez y les dijo: «Mirad, os lo traigo para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa». 5 Y apareció Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: «He aquí al hombre».”

 

I- El Rey de los Cielos coronado de espinas

Después de que los torturadores se cansaron de azotar a Jesús durante la Flagelación, lo desamarraron de la columna, le pusieron sobre sus hombros ensangrentados un manto rojo y le colocaron en su cabeza una corona hecha de largas espinas entrelazadas, cuyas puntas lo herían cruelmente. Con risas sarcásticas se postraban a sus pies, burlándose de sus atribuciones reales, y lo abofeteaban en el rostro. La realeza de Cristo, Rey del Cielo y de la tierra, se transformaba en motivo de irrisión, pero a través de aquel abismo de humillación, la coronación de espinas dejaba entrever el triunfo de Cristo Rey.

 

1- La Corona de espinas nos obtuvo una corona de gloria en el Cielo

Según San Alfonso María de Ligorio, el tormento de las espinas fue excesivamente doloroso, porque traspasaron toda la sagrada cabeza del Señor, parte sensibilísima de donde parten todos los nervios y sensaciones del cuerpo. También fue el tormento más prolongado de la Pasión, pues Jesús soportó esas espinas hasta la muerte, teniéndolas enterradas en su cabeza. Siempre que tocaban las espinas o su cabeza, se renovaban todos los dolores. Conforme muchos escritos basados en revelaciones privadas, la corona fue entrelazada de varios ramos de espinas en forma de casco o sombrero, de tal modo que envolvía toda la cabeza y bajaba hasta la mitad de la frente de Jesús. Tan grande era la abundancia de sangre que corría en las heridas de la sagrada cabeza, que no se veía en su rostro sino sangre…

 

Oh, amor divino, exclama San Alfonso, quisiste ser coronado de espinas para obtenernos una corona de gloria en el Cielo. En medio de tanto escarnio y humillación, el gesto de Jesús fue el de abrazar el sufrimiento. Bien sabemos que Él jamás reclamó, sino que aceptó el sufrimiento que no era para Él, con el intuito de abrirnos el camino de la salvación.

 

Mi dulcísimo Salvador, espero ser vuestra corona en el paraíso, salvándome por los merecimientos de vuestros dolores.

 

2- Nuestras culpas tejieron aquellas espinas

¿Ah, espinas crueles, criaturas ingratas, por qué atormentáis de tal manera a vuestro Criador?, pregunta San Agustín. Y él mismo responde: no es el caso de acusar a las espinas, pues ellas fueron instrumentos inocentes en la Pasión del Señor. Las verdaderas y crueles espinas que atravesaron la cabeza de Jesucristo fueron nuestros pecados y nuestros malos pensamientos.

 

Un día Jesús se apareció coronado de espinas a Santa Teresa, quien comenzó a llorar. Pero el Señor le dijo: “Teresa, no te debes compadecer de las heridas que me hicieron las espinas; antes ten pena por las llagas que me hacen los pecados de los cristianos.”

 

O sea, son mis pecados actuales, mis faltas repetidas, mis malos pensamientos y malos deseos, que atormentaron la venerable cabeza de nuestro Redentor. Pueda yo ahora abrir los ojos del alma y ver cuánto dolor causé a mi Salvador; que ahora pueda arrepentirme profundamente de mis faltas y aliviar los dolores que el Cordero de Dios sintió por mí en este Misterio.

 

II – “He aquí al Hombre”

Pilatos, viendo al Redentor reducido a un estado digno de toda compasión, pensó que los judíos se conmoverían, y por ello condujo a Jesús a un balcón. Levantando el manto rojo que lo cubría, mostró al pueblo el cuerpo adorable de Jesús destrozado y cubierto de llagas, y le dijo: “He aquí al Hombre” (Jn 19,4). Como si quisiese decir: “Aquí está el hombre que acusasteis ante mí como si pretendiese hacerse rey; siendo inocente lo condené a la flagelación para agradaros. Aquí está, reducido a tal estado, que parece un hombre desollado al cual le restan pocos instantes de vida. Si, a pesar de todo, pretendéis que yo lo condene a muerte, os afirmo que no puedo hacerlo, porque no encuentro motivo para condenarlo”.

 

1- El mayor de todos los reyes, despreciado por sus criaturas

Pero los judíos, viendo a Jesús así maltratado, se enfurecieron aún más. “Al verlo, los pontífices y ministros clamaban, diciendo: “Crucifícalo, crucifícalo”. Viendo Pilatos que no se calmaban, se lavó las manos a la vista del pueblo y dijo: “Soy inocente de la sangre de este justo. Haced lo que quisiereis”. Y ellos respondieron: “Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.

 

Digamos con San Alfonso: “Oh, mi Salvador, Vos sois el mayor de todos os reyes, pero ahora os veo como el hombre más despreciado entre todos: si ese pueblo ingrato no os conoce, yo os conozco y os adoro como mi verdadero Rey y Señor. Os agradezco, ¡oh, mi Redentor!, tantos ultrajes recibidos por mi causa, y os suplico que me hagáis amar los desprecios y los sufrimientos, abrazados por Vos con tanto afecto. Me avergüenzo por haber amado tanto en el pasado las honras y los placeres, llegando por esta causa a renunciar tantas veces a la gracia y a vuestro amor; me arrepiento de eso, más que de todas las otras cosas. Abrazo, Señor, todos los dolores que vuestras manos me enviaren; dadme aquella resignación que necesito. Mi Jesús, os amo”.

 

2- Que la sangre de Cristo nos purifique de nuestros pecados

Así como Pilatos mostró a Jesús al pueblo desde aquel balcón, del mismo modo y al mismo tiempo, el Padre Eterno nos presentaba de lo alto del Cielo a su Hijo predilecto, diciéndonos igualmente: He aquí al Hombre.

 

He aquí este Hombre, que es mi Hijo muy amado, en el cual puse todas mis complacencias. He aquí el Hombre, vuestro Salvador prometido por mí y tan deseado por vosotros. He aquí el Hombre, el más noble entre todos los hombres, convertido en el hombre de dolores.

 

Aquí está, ved a qué estado de compasión lo redujo el amor que Él os consagra, y amadlo al menos por eso.

 

Como los judíos, pidamos que la sangre del Redentor baje sobre nosotros, no para condenarnos, sino para purificarnos de nuestros pecados, para lavar nuestras almas tan culpadas por los disgustos e ingratitudes que hicieron sufrir a nuestro adorable Salvador, para obtener la gracia regeneradora y santificante que nos alcanza el Cielo.

 

III –El papel del sufrimiento en nuestra vida

Al soportar todos los dolores de la Coronación de Espinas y de su Pasión, Nuestro Señor nos enseña también a aceptar el sufrimiento, que nos asemeja más a Él. No obstante, hablar de sufrimiento es tratar de una cosa que los amantes del mundo no practican y ni siquiera entienden, afirma San Alfonso de Ligorio. Solo comprenden y aceptan el sufrimiento las almas que verdaderamente aman a Dios, pues estas saben que no se puede dar una prueba más segura de amor al Creador que padeciendo para agradarlo.

 

1 – La mayor prueba del amor de Cristo por nosotros

Aceptar el sufrimiento y el dolor fue, a su vez, la mayor prueba del amor que Jesucristo nos dio. Como Dios que es, nos amó al crearnos, enriqueciéndonos con muchos bienes, llamándonos a gozar de la misma gloria que Él goza, pero en ningún otro punto nos muestra mejor cuánto nos ama, como al hacerse hombre y abrazar una vida penosa y una muerte llena de dolores e ignominias por nuestro amor.

 

Y nosotros, ¿cómo demostramos nuestro amor a Jesucristo? ¿Quizás llevando una vida llena de placeres y delicias terrenas? No pensemos que Dios se complace con nuestro sufrimiento: Jesús no es un señor de índole cruel que se satisface viendo gemir y sufrir a sus criaturas; por el contrario, es un Dios de bondad infinita, todo inclinado a vernos plenamente contentos y felices, lleno de dulzura, afabilidad y compasión hacia aquellos que recurren a Él.

 

2 – Por la paciencia debemos expiar nuestras culpas

No obstante, la condición de nuestro desafortunado estado actual de pecadores y la gratitud que debemos al amor de Jesucristo, exigen de nosotros, por su amor, renunciar a los deleites del mundo y abrazar con ternura la cruz que Jesús nos tiene destinada, cargarla en nuestra vida después de Él, que va delante de nosotros con una mucho más pesada que la nuestra, todo esto para llevarnos a gozar, después de nuestra muerte, de una vida feliz que no tendrá fin.

 

Dios no se complace, pues, en vernos sufrir, pero la justicia infinita no puede dejar nuestras faltas impunes.

 

Por eso, para que esas culpas sean punidas y no perdamos un día la felicidad eterna, Jesús quiere que por la paciencia expiemos las faltas y así merezcamos la felicidad eterna. No podría ser más bella y suave esta determinación de la Divina Providencia, que satisface al mismo tiempo su justicia, nos salva y nos hace felices. Debemos, por consiguiente, poner toda nuestra esperanza en los merecimientos de Jesucristo, y, por la intercesión misericordiosa de María Santísima, esperar todos sus auxilios para vivir santamente y salvarnos. Seguros de que el recurso divino nunca nos abandonará, hagamos nuestra parte, purificándonos de nuestras faltas, y aceptando con humildad y resignación la cruz que Nuestro Señor nos pide que carguemos en nuestra vida.

 

3 –La cruz nos espera en toda parte

Escribe Tomás de Kempis: “La cruz te espera por toda parte, y por eso es necesario que tengas paciencia en toda parte, si quieres vivir en paz. Si cargas la cruz con buena voluntad, ella te llevará al fin deseado, que en este mundo es agradar a Dios, y en el otro amarlo eternamente”. Cada cual en este mundo busca la paz y desearía encontrarla sin sufrimiento; pero eso es imposible en el estado actual, porque las cruces nos esperan donde sea que nos encontremos.

 

¿Cómo, entonces, encontrar paz en medio de esos dolores? Por la paciencia, abrazando la cruz que nos llegue. Santa Teresa dice que todo aquel que arrastra su cruz con mala voluntad, siente su peso por menor que este sea; pero quien la abraza de buena voluntad, no la siente, aunque sea muy pesada.

 

El mismo Tomás de Kempis nos invita a reflexionar: “¿Cuál de los santos vivió sin la cruz? ¿Qué santo fue admitido en el cielo sin la insignia de la cruz? Jesús, inocente, santo, hijo de Dios, quiso padecer durante su vida entera, ¿y nosotros andamos atrás de placeres y consolaciones? Para darnos un ejemplo de paciencia, quiso elegir una vida llena de ignominias y de dolores, internos y externos. ¿Cómo podremos pensar en amar a Jesucristo, que tanto padeció por nosotros, si no queremos padecer por amor a Él? ¿Cómo podría gloriarse de ser discípulo del crucificado quien rechaza o recibe con mala voluntad los frutos de la cruz, que son los sufrimientos, los desprecios, las enfermedades y todas las cosas contrarias a nuestro amor propio?”

 

CONCLUSIÓN

Que esta meditación del Tercer Misterio Doloroso nos haga comprender y aceptar el papel del sufrimiento en nuestro camino rumbo al Cielo. Y nos lleve, a partir de ahora, a abrazar con mayor paciencia y mayor amor la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, siempre que ella se nos presente en nuestra existencia terrena. Que de este modo podamos suavizar un poco los dolores y penas que causamos a nuestro Salvador en su cruelísima Pasión.

 

Volvámonos a nuestra Santa Madre, Reina de Fátima y digámosle: “Madre mía, aceptad esta meditación en desagravio a Vuestro Sapiencial e Inmaculado Corazón, por las ofensas que los torturadores, Pilatos, el pueblo, y todos los pecadores, inclusive cada uno de nosotros cometemos contra Vos y contra vuestro Divino Hijo.

 

Derramad sobre nosotros vuestras copiosas bendiciones, y alcanzadnos de vuestro Divino Hijo abundantes gracias, para que jamás perdamos delante de nuestros ojos la imagen de Jesús coronado de espinas, mostrándonos cuánto debemos ser humiles y santos, para evitar que nuestros defectos se transformen en nuevas espinas e hieran la sacrosanta frente de Nuestro Redentor.

 

Oh, Madre, alcanzadnos la gracia de ser santos como Vos y como Jesús. Para esto os rogamos con redoblada confianza:

 

Dios te salve, Reina y Madre…

 

Referencia bibliográfica:

San Alfonso María de Ligorio, Meditações para todos os dias e festas do ano, Friburgo, Herder & Cia, 1921 / A Paixão de Nosso Senhor Jesus Cristo – Piedosas e edificantes meditações sobre os sofrimentos de Jesus, edición en PDF, Fl. Castro, 2002.

 

1. Santísimo Cristo de la Victoria, que se encuentra en el Monasterio del mismo nombre, en Serradilla, España

2.  Los libros litúrgicos contienen dos conmemoraciones referentes a la Santa Cruz: una es la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, también conocida como Triunfo de la Santa Cruz, que se festeja en septiembre, y la otra en mayo: La Invención – o hallazgo – de la Santa Cruz.

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