¿Milagros eucarísticos o milagro eucarístico?

Publicado el 04/10/2019

Nuestro amor a Jesús Sacramentado se impresiona con los diversos milagros eucarísticos que han sucedido a los largo de la historia. Algunos son muy conocidos, como el milagro de Lanciano, el de Santarem o el de Daroca. Se trata de manifestaciones sobrenaturales que llevan a los fieles a hacer crecer en su fe en la presencia real y que la Iglesia, después de comprobados los fenómenos, reconoce y propone para la edificación del pueblo de Dios.

 

Ahora, sucede que por más que esos milagros sean impresionantes y, por cierto, muy venerables, deberíamos antes considerar y valorar el milagro permanente y siempre renovado, el milagro de los milagros, que es la propia transubstanciación. Sin derramamiento de sangre, ni ruidos, ni sustos, ni transes, en la cotidianeidad de miles de Misas celebradas en todo momento, el milagro no cesa de producirse mientras que las personas pueden llegar a tomarlo como algo natural…

 

Resulta, además, que en la Eucaristía no es solo un milagro el que se produce, son varios. ¿Varios milagros en cada Misa? Si, veamos

 

Primer milagro: es la propia transubstanciación que consiste en la conversión de toda la substancia del pan y de toda la substancia del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, por las propias palabras del sacerdote que pronuncia la fórmula de la consagración. La especie pan deja de ser pan y la especie vino deja de ser vino.

 

Segundo milagro: los accidentes del pan y del vino -como son el sabor, el olor, la figura, el peso, el color- permanecen sin estar apoyados en ninguna substancia y siguen siendo sensibles, nutritivos, corruptibles, etc.

 

Tercer milagro: todo el cuerpo de Cristo está entero en una hostia pequeña o en un cáliz consagrados, sin que al partir o dividir las especies se parta o se divida el cuerpo de Cristo. Ese divino cuerpo está completo en una migaja de pan o en una gota de vino consagrados, al igual que está entero en toda la hostia y en el cáliz después de la transubstanciación.

 

Cuarto milagro: Cristo está entero bajo cada especie; pues, por concomitancia, en el pan consagrado donde está el cuerpo, está también la sangre, el alma y la divinidad, y en el vino consagrado está no solo la sangre sino también el cuerpo, el alma y la divinidad. De la misma manera, y por una razón análoga, en la Eucaristía está presente la Santísima Trinidad, ya que las tres Divinas Personas tienen la misma naturaleza y donde está una, están necesariamente las otras. Donde está Jesús está el Padre y el Espíritu.

 

Quinto milagro: Cristo no deja de estar en el cielo mientras está en cada una de las hostias consagradas. Allá está en con su cuerpo en dimensiones naturales y en forma visible. En cada una de las millones y millones de hostias que no cesan de multiplicarse y de dividirse a diario, está igualmente realmente vivo en su única substancia, aunque oculto bajo el velo del sacramento.

 

Entonces, si tanta curiosidad producen los clásicos y célebres milagros eucarísticos al punto que nos encantaría peregrinar a esos lugares para constatarlos y adorar las hostias que se conservan por siglos o lo corporales manchados con la sangre divina, atinemos antes para la riqueza del milagro primigenio, permanentemente renovado.

 

Nos impresiona aquello de que en el imperio de Carlos V no se ponía el sol por la extensión de sus dominios. Pero… ¿qué decir del fulgor del milagro Eucarístico, hecho realidad en todo tiempo y en todo lugar? ¡O res mirabils!

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