Pequeño, débil, huidizo y de colores pardos, el gorrión es, quizá, el más insignificante de los pájaros. Pero no por eso deja de dar saltos de un lado a otro buscando abrigo y alimento. ¿De dónde le viene tamaña alegría?
|
El gorrión no vuela con la elegancia de las golondrinas, ni posee los hermosos colores de los tangaras y también carece de la sorprendente agilidad del colibrí 1. Avión común (Delichon urbicum); 2. Tangara arcoíris (Tangara seledon) fotografiado en la Casa Turris Eburnea, Caieiras (Brasil); 3. Picaflor corona violácea (Thalurania glaucopis) fotografiado en el Parque Estatal de Cantareira (Brasil)
|
El gorrión no vuela con la elegancia de las golondrinas, no canta como los ruiseñores, ni posee los hermosos colores de los tangaras. Carece de la sorprendente agilidad del colibrí y de la habilidad de un hornero. Es, quizá, el más insignificante de los pajaritos.
Tampoco emprende grandes migraciones, ni construye vistosos nidos en las torres de las iglesias. Lleva una vida banal en las ciudades y en el campo, dando brincos por comedores y cocinas, mendigando modestamente migajas de pan o recorriendo los sembrados en busca de granos de trigo.
Al fijarnos en alguno de ellos y compararlo con tantas otras aves maravillosas que Dios ha creado, cabría preguntarse: ¿por qué existirá el gorrión? Su presencia no eleva la mente hacia el cielo empíreo para nada; ni tampoco su modo de vivir, tan corriente, nos invita a remontar el espíritu a las alturas celestiales.
Sin embargo, no dejó de atraer la atención del salmista, quien proclama: “¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo. Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos” (Sal 83, 2-4).
Pequeño, débil, huidizo y de colores apagados, el gorrión es en el reino animal lo que el más simple de los guijarros es en el reino mineral. No obstante, puede ser considerado como un bello símbolo: el de las almas repletas de miserias que, reconociendo que nada merecen, saltan alegres de un lado a otro en busca de abrigo y alimento espiritual. Su humildad las lleva a estar dando brincos a la espera de compasión, llenas de confianza en la bondadosa largueza de Dios que las ha creado.
Incluso el gorrión, dice el salmista, encuentra abrigo en la casa del Señor. En la Iglesia Católica nunca ha faltado sitio para los carentes de fuerzas o escasos de cualidades. Y no sólo hay un refugio, sino el camino hacia una verdadera transmutación.
Al ser tocadas por la misericordia divina, esas almas-gorrión pueden ver su plumaje revestido de los más espléndidos colores y sus alas fortalecidas para vuelos largos y elegantes. Para ello, basta que reconozcan sus faltas, confíen en la bondad infinita de Dios y crean en el poder transformador del Espíritu Santo. Si usted, lector, en ciertos períodos de su existencia se siente también un alma-gorrión, no se deje abatir por sus miserias. Recuerde que hasta la más insignificante de las criaturas encuentra abrigo en la casa del Altísimo.
En la dulce y benevolente mirada del Sagrado Corazón de Jesús, siempre encontraremos amparo. María Santísima, su Madre, está en todo momento deseando mimarnos, convertirnos y acercarnos a la misericordia de su divino Hijo. Al abandonarnos en las manos de ambos, nuestras alas de gorrión se volverán hermosas, ágiles y fuertes, capaces de impulsarnos hacia las más elevadas cumbres de la santidad.