I.- NECESIDAD DE LA ORACIÓN
En grave error incurrieron los pelagianos al afirmar que la oración no es necesaria para alcanzar la salvación. Afirmaba su impío maestro, Pelagio, que sólo se condena el hombre que es negligente en conocer las verdades que es necesario saber para la vida eterna. Mas el gran San Agustín salióle al paso con estas palabras: Cosa extraña: de todo quiere hablar Pelagio menos de la oración, la cual sin embargo (así escribía y enseñaba el santo) es el único camino para adquirir la ciencia de los santos, como claramente lo escribía el apóstol Santiago: Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría pídasela a Dios, que a todos la da copiosamente y le será otorgada.
Nada más claro que el lenguaje de las Sagradas Escrituras, cuando quieren demostrarnos la necesidad que tenemos de la oración para salvarnos… Es menester orar siempre y no desmayar… Vigilad y orad para no caer en la tentación. Pedid y se os dará… Está bien claro que las palabras: Es menester… orad… pedid significan y entrañan un precepto y grave necesidad. Así cabalmente lo entienden los teólogos. Pretendía el impío Wicleff que estos textos sólo significaban la necesidad de buenas obras, y no de la oración; y era porque, según su errado entender, orar no es otra cosa que obrar bien. Fue este un error que expresamente condenó la santa Iglesia. De aquí que pudo escribir el doctor Leonardo Lessio: No se puede negar la necesidad de la oración a los adultos para salvarse sin pecar contra la fe, pues es doctrina evidentísima de las sagradas Escrituras que la oración es el único medio para conseguir las ayudas divinas necesarias para la salvación eterna.
La razón de esto es clarísima. Sin el socorro de la divina gracia no podemos hacer bien alguno: Sin mí nada podéis hacer, dice Jesucristo. Sobre estas cosas escribe acertadamente San Agustín y advierte que no dice el Señor que nada podemos terminar, sino que nada podemos hacer. Con ello nos quiso dar a entender nuestro Salvador que sin su gracia no podemos realizar el bien. Y el Apóstol parece que va más allá, pues escribe que sin la oración ni siquiera podemos tener el deseo de hacerlo. Por lo que podemos sacar esta lógica consecuencia: que si ni siquiera podemos pensar en el bien, tampoco podemos desearlo… Y lo mismo testifican otros muchos pasajes de la Sagrada Escritura. Recordemos algunos: Dios obra todas las cosas en nosotros… Yo haré que caminéis por la senda de mis mandamientos y guardéis mis leyes y obréis según ellas. De aquí concluye San León Papa que nosotros no podemos hacer más obras buenas que aquellas que Dios nos ayuda a hacer con su gracia.