Nuestra Señora del Sagrado Corazón Museo de Valladolid, España
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Por más variadas y bellas que sean las advocaciones con las que la Santa Iglesia se refiere a la Santísima Virgen, en ninguna de ellas dejaremos de encontrar una relación entre Ella y el amor de Dios. Esas advocaciones, o bien celebran un don de Dios, al cual María supo ser perfectamente fiel, o bien, un particular poder que Ella tiene ante su divino Hijo. Así pues, ¿qué prueban los dones de Dios sino un amor todo especial del Creador? ¿Y qué demuestra el poder de la Virgen ante Dios sino ese mismo amor?
De modo que, con toda propiedad, María puede ser llamada al mismo tiempo “espejo de justicia” y “omnipotencia suplicante”. Espejo de justicia porque Dios la amó tanto que concentró en Ella todas las perfecciones que una criatura puede tener, y por eso mismo en ninguna Él se refleja tan perfectamente como en Ella. Omnipotencia suplicante porque no hay gracia que no se obtenga sin la Virgen, y no existe gracia que Ella no nos consiga.
Invocar a María bajo el título del Sagrado Corazón es hacer una síntesis bellísima de todas las demás advocaciones, es recordar el reflejo más puro y más hermoso de la maternidad divina, es hacer vibrar al mismo compás, armónicamente, todas las cuerdas del amor, que tocamos una a una al enunciar las distintas advocaciones de la letanía lauretana o las de la Salve.
Plinio Corrêa de Oliveira. Nossa Senhora do Sagrado Coração. In: “O Legionário”. São Paulo. Año XIV. N.º 410 (21/7/1940); p. 2.